Revista Libros
José Bianco.Sombras suele vestir.Las ratas. La pérdida del reino.Ars brevis Atalanta. Gerona, 2013.
Más recordado habitualmente como traductor de Henry James, Stendhal o Bierce que como el excelente escritor que fue, José Bianco (Buenos Aires, 1908-1986) es autor de una obra no muy extensa pero de una alta calidad.
Minoritario y elogiado por voces tan diversas como las de Octavio Paz, Vargas Llosa o Borges, la parte fundamental de su obra narrativa está formada por tres novelas cortas: Sombras suele vestir -una historia de fantasmas que recuerda a las de Henry James-, Las ratas -“la prehistoria de un crimen” en definición de Borges- y La pérdida del reino –una introducción a la novela de personaje de una novela de personaje que no existe, una biografía del fracaso que es su obra culminante-, que acaban de aparecer en la colección Ars brevis de Atalanta, junto con El límite, su primer relato, escrito en 1929 y reescrito en 1983, que contiene en germen toda su obra posterior.
Pero Bianco también fue un agudo ensayista, una faceta de la que se recogen nueve muestras -entre ellas el espléndido "Proust y su madre"- en el apartado de ensayos y artículos de esta edición, que se completa con cuatro entrevistas en las que el autor habla de traducción, de su relación con la revista Sur, del papel del escritor en la sociedad y sobre todo de su obra narrativa, que queda iluminada en estos textos que constituyen un epílogo imprescindible a su obra.
Tan imprescindible seguramente como el texto que Jorge Luis Borges fechó el 18 de septiembre de 1985, pocos meses antes de morir. En ese texto, que fue el prólogo a Ficción y realidad, y se recupera ahora como Página preliminar de este volumen, escribía Borges:
Jose Bianco es uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos. La explicación es fácil. Bianco no cuidó su fama, esa ruidosa cosa que Shakespeare equiparó a una burbuja y que ahora comparten las marcas de cigarrillos y los políticos. Prefirió la lectura y la escritura de buenos libros, la reflexión, el ejercicio íntegro de la vida y la generosa amistad.
Como el cristal o como el aire, el estilo de Bianco es invisible. Las palabras, aunque armoniosas, no se interponen entre el autor y los lectores. Este es un modo de afirmar que su estilo es clásico /.../ Las páginas de José Bianco nos confían casi imperceptiblemente, una historia que nuestra imaginación agradece y de la que no podemos descreer.
Bianco habitó doblemente los márgenes: los de la vida literaria y los de la realidad. Esta última es la que de verdad explica su obra narrativa: la frontera imprecisa entre la ficción y el mundo racional por la que transitan unos textos que no son ni realistas ni fantásticos, habitan un ámbito donde el sueño y la vigilia difuminan sus contornos, y en los que a menudo la realidad se transforma en irrealidad y acaba provocando más extrañeza que la fantasía en su deliberada ambigüedad.
Y en contraste con esa indefinición que difumina los límites y que da título a Ficción y realidad, el libro donde reunió los ensayos que publicó en Sur, Bianco construyó sus textos con una prosa precisa, transparente y nítida, de una sencillez que la aproxima al nivel oral y tan fluida que produce un inmediato y constante efecto de cercanía en el lector.
De esa manera, con el tono bajo y simuladamente confesional que suele utilizar en sus narraciones, Bianco se asegura la complicidad del lector, una actitud que es imprescindible para asegurar la eficacia de unos relatos que exploran los límites imperceptibles que separan el mundo imaginario y el mundo real con su mirada sesgada, penetrante y ambigua.
Un ejemplo: el potente comienzo de La pérdida del reino:
Hay hombres favorecidos por los sueños. Les predicen el futuro, como a los héroes de la Antigüedad, o les permiten rescatar circunstancias valiosas del pasado. Hacen bien en meditar sobre ellos, en interpretarlos. Hasta no me sorprende que los recojan por escrito, en cuanto se despiertan, para que su tenue y móvil realidad no se disipe o desfigure al contacto de la vida diurna.
Santos Domínguez