En cualquier país democrático del mundo, José Bono sería considerado un corrupto y habría sido obligado a dimitir, lleno de oprobio, pero en España es probable que sólo sea tratado como un pícaro, un granuja o un tunante. Es tan grande el déficit democrático de este país, tan enorme la impunidad de los políticos españoles y tan escasa la presión de la sociedad para que los dirigentes que no sean impecables sean ejemplarmente castigados y dimitan, que España podría calificarse como el paraíso mundial de toda esa fauna de moral laxa y escasa solvencia que la literatura siempre calificó como pícaros, tunantes, granujas, pillos, golfos, bribones, malandrines, truhanes, rufianes, bellacos, pillastres o bandidos.
Cada día aparece un apartamento nuevo de su propiedad, ocultado por Bono en sus declaraciones de bienes, o muebles, cruceros, servicios y hasta coches regalados al político y a su familia, como el Porche Cayenne de casi 80.000 euros que, según la prensa, fue regalado por el conocido empresario El Pocero a la esposa del actual presidente de las Cortes.
El que José Bono, nada menos que la tercera autoridad del Estado, este señalado como corrupto por buena parte de la prensa española constituye la prueba del nueve de que la España política que comanda Zapatero está podrida e infectada hasta el tuétano.
El dato, por la alta jerarquía del implicado, es de una gravedad supina, pero todavía es más grave e indicativo del grado de podredumbre la pasividad de la Fiscalía del Estado ante el ostentoso escándalo de José Bono. Esa Fiscalía, que ha empleado cientos de horas y recursos enormes en desenmascarar el presunto caso de corrupción que afecta a Francisco Camps, del Partido Popular y presidente de la comunidad Valenciana, al que se acusa únicamente de haber recibido tres trajes regalados, permanece vergonzosamente impasible ante el escandaloso caso de José Bono, cíenveces más importante, diseminando por doquier la sospecha de que hasta el poder judicial español está infectado.
El caso Bono, unido a los casi mil casos de corrupción que están siendo investigados por la Justicia y los mas de 10.000 casos que permanecen ocultos, si las estadísticas son ciertas, convierten a la España de Zapatero no sólo en el país más endeudado, despilfarrador, arruinado y víctima del desempleo de Europa, sino también en el más contaminado por la corrupción en su sector público, una verdadera pocilga indecente y trágica construida desde la cúspide del poder político, para desgracia del flagelado y humillado pueblo español.
Los políticos españoles y sus partidos han desmontado cuidadosamente la democracia y la han transformado en una sucia oligocracia de partidos políticos sin freno. Los controles democráticos han saltado y los predadores pueden actuar con una impunidad vergonzosa, convirtiendo a la corrupción la peor pesadilla de España, con el agravante de que no es la sociedad la que ha infectado a los políticos, como ha ocurrido en otros países, sino que han sido los políticos los que han infectado y envilecido a la sociedad, después de haberse apoderado del Estado y de haber convertido la democracia en una despreciable dictadura de las élites afiliadas a los partidos.