José Bretón sigue afirmando no ser el responsable de la muerte de sus hijos, si bien los indicios sobre el particular son abrumadores. La tenacidad de la madre, su ex esposa, ha permitido que un garrafal error de la policía científica, no hubiese puesto cerca de las puertas en la prisión, a un más que presunto culpable.
Lo verdaderamente dramático de este caso, es la frialdad con la que actúa el recluso. El pasado martes acudió de nuevo a la finca en la que sus hijos fueron incinerados y se comportó con total naturalidad, haciendo gala de una sangre fría solo comparable a la minuciosidad con la que, proyectando los sentimientos hacia su ex pareja sobre los hijos, planificó minuciosamente el asesinato de los pequeños.
No existe pena suficiente para el asesino, en caso de que se confirme su autoría, como no podría ser de otro modo, pero el Estado no puede arrogarse el derecho de matar, más próximo a la venganza que a la justicia. Una cadena perpetua real, sería la respuesta de la sociedad más adecuada para estos casos, y no la permisividad con la que condenas de mil años se ven reducidas a no más de un par de lustros, generando desconfianza y recelo en el castigo que espera a los delincuentes. Todavía en nuestro país, matar sale demasiado barato.