Revista Literatura

José Emilio Pacheco, En la poesía no hay final feliz

Por Griseldagarcia
José Emilio Pacheco, En la poesía no hay final feliz


Poemas de José Emilio PachecoCrónica de Indias
... porque como los hombres no somos todos muy buenos...Bernal Díaz del CastilloDespués de mucho navegar por el oscuro océano amenazanteencontramostierras bullentes en metales, ciudadesque la imaginación nunca ha descrito, riquezas,hombres sin arcabuces ni caballos.Con objeto de propagar la fey quitarlos de su inhumana vida salvaje,arrasamos los templos, dimos muertea cuanto natural se nos opuso.Para evitarles tentacionesconfiscamos su oro;para hacerlos humildeslos marcamos a fuego y aherrojamos.Dios bendiga esta empresahecha en su nombre.Vida de los poetasEn la poesía no hay final feliz.Los poetas acabanviviendo su locura.Y son descuartizados como reses(sucedió con Darío).O bien los apedrean y terminanarrojándose al mar o con cristalesde cianuro en la boca.O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.O lo que es peor: poetas oficiales,amargos pobladores de un sarcófagollamado Obras Completas.La flechaNo importa que la flecha no alcance el blanco.Mejor así.No capturar ninguna presa,No hacerle daño a nadie,pues lo importantees el vuelo la trayectoria, el impulso,el tramo de aire recorrido en su ascenso,la oscuridad que desaloja al clavarse,vibrante,en la extensión de la nada.Rattus norvegicusDichosa con el miedo que provoca, la rata parda de Noruega (nacida en Tacubaya y plural habitante de nuestro barrio más bien pobre), en vez de ocultarse observa con ojillos iracundos las tristes armas -escobas, palos, cacofónica avena venenosa- que no podrán con su astucia. Sentada en su desnuda cola y en la boca del túnel que perforó para ganar la calle o la casa según convenga, la rata obesa de exquisita pelambre, la malhechora que se come el cereal del pobre, la muy canalla que devora recién nacidos arrojados a los baldíos, parece interrogarme: “¿Soy peor que tú?”, con sus bigotes erizados la oronda en tensión suprema. “También tengo hambre y me gusta aparearme y no me consultaron antes de hacerme rata y soy más fuerte (comparativamente) y más lista. ¿Puedes negarlo? Además las ratas somos mayoría: por cada uno de ustedes hay cinco de nosotras. En esta tierra las ratas somos los nativos; ustedes los indeseables inmigrantes. Tan sólo vean la pocilga y el campo de torturas que han hecho de este planeta compartido. El mundo será algún día de las ratas. Ustedes robarán en nuestras bodegas, vivirán perseguidos en las cloacas.” El gato interrumpió el monólogo silente y de un salto de tigre cayó sobre la rata y la hizo un cúmulo de horror y sangre y carne palpitante.Conversación desesperadaEn la noche desierta el único rumor es su diálogo. La llama inmóvil en su ardiente fluidez quiere volverse el insecto que la corteja, abrir las alas y arrojarse al abismo. El insecto quiere ser llama, tener la gloria y los poderes del fuego. Hay un silencio en la conversación. Se produce un chasquido.Perra en la tierraLa manada de perros sigue a la perrapor las calles inhabitables de México.Perros muy sucios, cojitrancos y tuertos, malheridosy cubiertos de llagas supurantes.Condenados a muertey por lo pronto al hambre y la errancia.Algunos cargansignos de antigua pertenencia a unos amosque los perdieron o los expulsaron.Y mientras alguien se decide a matarlossiguen los perros a la perra.La huelen todos, se consultan, se excitancon su aroma de perra.Le dan menudos y lascivos mordiscos.La montanuno por uno en ordenada sucesión.No hay orgíasino una ceremonia sagrada,inclusiveen estas condiciones más que hostiles:los que se ríen,los que apedrean a los fornicantes,celososdel placer que electriza las vulneradas pelambresy de la llama seminal encendidaen la orgásmica vulva de la perra.La perra-diosa la hembra eterna que llevaen su ajetreado lomo las galaxias,el pesodel universo que se expande sin tregua.Por un segundo ella es el centro de todo.Es la materia que no cesa.Es el templode este placer sin posesión ni mañanaque durará mientras subsista este punto,esta molécula de esplendor y miseria,átomo errante que llamamos la tierra.El jardín en la islaEl jardín en la isla:aquí las rosas,no florecen: llamean.Sostienen como nubes entre el verdorla materia del aire.¿Qué hemos hecho para ser dignos de esta gloria?Mañana ya no habrá rosaspero en la memoria continuará su incendio.Memoria
No tomes muy en seriolo que te dice la memoria.              A lo mejor no hubo esa tarde.Quizá todo fue autoengaño.La gran pasiónsólo existió en tu deseo.              Quién te dice que no te está contando ficcionespara alargar la prórroga del finy sugerir que todo estotuvo al menos algún sentido.El Libro de los MuertosEn recuerdo de José Luis González[Nuestras libretas telefónicas, decía Severo Sarduy, poco a poco se transforman en el Libro Tibetano de los Muertos]Intento la llamadapero no hay nadie ya que la conteste.El timbre suena a hueco en el vacío.Es la nada la única respuesta.Las cifras dan acceso al nunca más.Otro nombre se borra en la libretao en la agenda electrónica.Así acaba la historia.Un día que ya figura en el calendarioalguien también cancelará mi nombre.Una tardeContemporáneos, sí, pero sólo nos encontramos una tarde en plena juventud de los dos. Sólo una tarde bajo el mar del tiempo, ante sus cuadros en que estallaban el don de la pintura y el espíritu de una época hoy ya borrada. Gran amistad, profunda camaradería de unas horas. Acordes porque todo estaba por delante y eran para nosotros el porvenir y el arte.Nos llevamos tan bien que sin decirlo preferimos no volver a vernos. Ella continúa, yo prosigo. Nos dejamos de ver a los veinte años, no nos reconoceríamos ahora. Seremos para siempre los mejores amigos de una tarde, una tarde en la inmensa vida.
El mañanaA los veinte años nos dijeron: “HayQue sacrificarse por el Mañana”.Y ofrendamos la vida en el altarDel dios que nunca llega.Me gustaría encontrarme ya al finalCon los viejos maestros de aquel tiempo.Tendrían que decirme si de verdadTodo este horror de ahora era el Mañana.José Emilio Pacheco (México, 1929- 2014)

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