Pero primero debemos volver al año 2016, cuando José Luis, en un restaurante luso le pidió matrimonio a Rocío. Ella dijo sí, por supuesto. Y también dijeron sí a que Sonríe Buttercup! fotografiase su gran día. Un año entero ha pasado, los nervios se hacían cada vez más intensos al igual que las ganas de que llegara el momento. Hablo de mí, porque cada boda es única y esta era muy especial. (Ellos ya os podéis imaginar como estaban cada día que restaban en su particular cuenta atrás).
En la reunión previa que tuvimos un mes antes pusimos en pie todos los preparativos, repasamos cada detalle y compartieron su historia de amor conmigo. Y ahora yo comparto todo esto con todos vosotros:
Sevilla. 1 de abril del 2017, todavía no daban las 5 de la tarde. En la calle hacía calor, la primavera se hacía presente en el mes lluvioso por excelencia. El sol reluce intensamente, podemos respirar tranquilos. El novio esperaba en casa de su madre, a medio vestir, deseando salir corriendo a encontrarse con Rocío. Luz y paz en un hogar que también celebraba la llegada de un nuevo miembro a la familia: Maribel, su hermana había sido mami a varios kilómetros de allí y por fin José Luis conocía a su sobrino. Y era precisamente ella quien la ayudaba con "el uniforme de novio": gemelos, tirantes, el brillo en los ojos, sonrisa radiante... Impecable. También su madre, por supuesto, quiso ayudar a su hijo a estar más guapo todavía.
Rocío tenía una sorpresa preparada para su futuro esposo, los minutos pasaban y el momento cada vez estaba más cerca. Le había escrito una carta para que leyera antes de salir. Lo que ponía se queda para ellos, pero podemos intuir algo a través de estas fotos, a través su cara que es el espejo del alma.
Y aunque me hubiese quedado allí con José Luis y su familia contagiándome de felicidad, poníamos rumbo a otro punto de Sevilla ¡¡la novia estaba esperando!!
"Mas eu quero que ela morra, ela é o que eu quero mais,É que quando eu beijo o meu corpo treme e é por isso que eu Eu quero morrer"
La casa de los padres de Rocío era un polvorín. Sus hermanas iban y venían nerviosas, Finidi no entendía qué estaba pasando y por qué le habían puesto tan elegante, sonaba música y en un salón repleto de recuerdos y maquillajes Rocío intentaba serenarse, pero era muy complicado. Inevitablemente el corazón latía cada vez más deprisa: pestañas, fotos, labios, fotos, tocado, fotos, complementos, fotos, el vestido...
¡La hermana mayor se casa! Las caras de sus hermanas no podían contener la emoción al verla tan preciosa. Tras algunos minutos de tensión, Rocío respiró muy hondo y empezó a sonreír: todo iba perfecto. Ya no estaba tan nerviosa. Se veía guapísima (lo estaba) y el momento del vestido, por fin, tras tantas horas, pruebas, dudas e ilusiones había llegado.
Todo estaba en su sitio y parecía una princesa. El detalle justo, el largo, el escote... perfectamente medido. La diadema, el recogido, el velo, las mangas: deliciosa armonía. Casi las seis y media de la tarde y un cochazo aparcó en la puerta de casa para llevarla al encuentro de su futuro marido.
¿No es maravilloso poder vivir estos momentos? Espero que, muy pronto, pueda compartir el encuentro de esos novios, las sonrisas, los besos, las miradas ¡y mucho más!
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