Revista Poesía

José luis zúñiga

Por Acalvogalan
JOSÉ LUIS ZÚÑIGA


Nombrado por:
Begoña Leonardo
Menciona a:
Santiago Tena
Bárbara Butragueño
Mayte Sánchez Sempere
Enol Sanyago
Ernesto Pérez Vallejo
Elia Maqueda
María Socorro Luis
Inés Prades
Begoña Leonardo
Daniel Aldaya
José Ángel Barrueco
Bio-bibliografía
JOSÉ LUIS ZÚÑIGA (Cantabria, 1949). Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto y funcionario en activo, fijó su residencia en Madrid hace ya tiempo. Iniciado en la poesía desde muy temprana edad, ha publicado numerosos poemarios: A medio andar (1971), Presencia final (1990), Lugares (1997), Nombres propios (1997), Calma chicha (1999), La lluvia de los pájaros (2000), Libro de familia (2001) y Peinarse cada día el corazón (2004).
Con el heterónimo de Jorge del Primor ha publicado también relatos cortos como Cuando íbamos al monte (1998) y Escrito con pluma (2002), así como el libro de poesía El grito del Taguloguta (2006). Entre una y otra cosa, el autor ha ido construyendo un imaginario poético de cierta entidad que recopiló, en gran parte, en lo que hasta ahora es su último título: Era otro hoy (Ediciones del Primor, Madrid, 2008)
Como cantautor, ha retomado recientemente sus apariciones en directo, actuando en salas como Trovadicta o Clamores. Es autor de más de doscientas canciones, que abarcan diversas épocas y estilos. Desarrolla también una pequeña actividad como responsable de Ediciones del Primor, cuyo catálogo acoge más de 50 títulos.
Blogs
http://yozuniga.blogspot.com/
http://www.myspace.com/joseziga
Poética
La poesía es un arma cargada de ignorancia
y de mucho amor propio.
Ejercer de poeta es cosa fácil,
lo difícil es serlo. Por si acaso,
hoy vuelvo a dimitir.
Poemas
jugando al escondite
Ahora ya no me escondo. Hubo un tiempo
en que no concebía vivir sin escondrijos.
Cualquier vieja alacena, cualquier oquedad sucia,
cualquier rincón de ratas me servía.
Para nunca encontrarme, procuraba
descuartizar mi cuerpo y repartirlo
por sitios tan comunes que nadie sospechara
que sirvieran a tales menesteres.
Aunque confesaré que con frecuencia
me engañaba con trucos infantiles
y –siendo como soy más bien maniático–
buscaba con ahínco a cada miembro
su lugar adecuado por si acaso
algún día de lluvia tuviera que encontrarme.
La cabeza tenía normalmente
su lugar en el horno y en bandeja de plata;
los brazos se escondían debajo de tu almohada;
las piernas las colgaba del tendal
si aquel día tocaba hacer colada,
las manos encontraban confortable aposento
entre el polvo de nieve de las teclas del piano;
las vísceras (eso era lo peor)
se mezclaban con leche, con frutas y yogures,
en el tercer cajón de la nevera. Menos el corazón,
que, como es lógico,
quedaba amortajado en la caja más fuerte.
Y, después de esconderme, apagaba las luces
y alguien, que no era yo,
se afanaba en buscarme
como niño jugando al escondite.
Un juego que acababa con el alba,
al abrir la nevera para sacar la leche.
Eso era, como dije, en otros tiempos.
Ahora ya no me escondo.
Ahora miro a los ojos sin tapujos
y enseño manos, dedos, bocas, vísceras,
todo lo que haga falta y todo junto
a cualquiera
que quiera
dar con un hombre roto.
Es cosa de la edad, seguramente.
de rebajas
Es pura fruslería.
Podría haberse comprado una vitola
o una simple tortilla de patatas,
pero tuvo ese antojo
cuando pasó por la verdulería:
se compró un lechuguino.
No estaba mal de precio: unos setenta
kilos, metro ochenta, cien euros.
Le dijeron
que había estado muchísimo más caro,
pero, claro,
no era cuestión de que se desluciera
en el expositor
cosa tan fina, delicada;
una ligera arruga en la corbata
y el zapato derecho deformado
también contribuyeron
a rebajar el precio.
____________Un lechuguino,
si se sabe usar bien,
puede dar mucho juego.
Más, por ejemplo, que una muñeca hinchable,
o una cabeza loca, o un diente de león,
o una custodia de oro y pedrería.
Vaya, que, bien pensado,
un lechuguino,
eso sí, genuino,
es lo mejor que puede
comprarse en estos días.
–¿Lo envuelvo de regalo, caballero?
–No, no, qué va, qué va, lo llevo puesto.
Y salió tan contento del mercado
el hombre, ya imbuido
en su nuevo papel de hombre dispuesto
a todo. Desde entonces
no hay sarao que se pierda,
ni baile de disfraces que perdone,
ni entrepierna entrevista
que resista
sus maneras gentiles, sus sutiles
envites, ni sello, ni moneda
ni cromo intercambiable
en que no esté acuñado su impoluto perfil.
Y lo cuento tal cual,
por más que piense
que yo estaba mejor en la nevera
en la que me guardó mi última chica
después de aquella fiesta que fue mi perdición.
No acabo de encontrarme
en esta condición de lechuguino errante.
en el parque
Que llueva que llueva,
la Virgen de la Cueva…


Corre un niño
descalzo por la hierba,
sube al columpio, lleva
toda luz el mundo en su mirada
alegre, confiada.
Un perro mueve el rabo
alegremente,
dos abuelas
tejen y tejen sin parar.
Miro hacia atrás:
el columpio me lleva
hacia la luz perdida
de mi jardín de infancia.
Que sí, que no,
que caiga un chaparrón.

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