Revista Conciertos
Miércoles 10 de julio, 20:00 horas. Centro Cultura Antiguo Instituto, Gijón. XVI Festival de Música Antigua: Josetxu Obregón (violonchello Sebastian Klotz, 1740): "De la Basílica de San Petronio en Bolonia al Palacio de Köthen" La evolución del repertorio para violonchelo solo en el Barroco. Obras de Domenico Gabrielli, Giovanni Battista Vitali, Domenico Galli y J. S. Bach.
Cuando el cello se independiza del "bajo continuo" y comienza su larga vida en solitario, sus cuerdas tan semejantes a la voz humana pasarán de acompañar a conmover. Josetxu Obregón con un instrumento cuya alma permanece en el tiempo, es capaz de acallar en solitario a un público entre el asombro y la relajación, atónito ante lo escuchado que hace vibrar desde las cuatro cuerdas lo más profundo del sentir humano.
Qué bien explica el programa esa historia del cello solista desde Doménico Gabrielli y sus dos Ricercar, "Primo" y "Quinto" como los ancestros, auténtica referencia en el cello solo, primer virtuoso el "Minghino dal violoncello" y Josetxu el vehículo que nos lo presenta con la pasión del descubridor antes de afrontar la Suite II en re menor BWV 1008 de J. S. Bach, auténtica cumbre musical para este instrumento cuando el "kantor" trabajaba en Köthen para el Príncipe Leopold, palacio que tuve la suerte de visitar y a donde me transporté cerrando los ojos con Obregón y su Klotz de la época, cuerdas de tripa, arco característico y sonoridad enervante en armónicos y resonancias únicas desde una interpretación más que histórica, fidedigna. Si las suites de Bach no eran danzas propias acabarían siéndolo, y su estructura permancerá en todas ellas: Preludio, Allemande, Courante, Sarabande y Gigue, y entre estas otra llamada "galanterie", en la dos primeras suites un Minueto y una Bourré (ambos ejemplos los pudimos escuchar) en las siguientes para incluir la Gavota en las últimas. La segunda suite exige al intérprete todo un equilibrio entre una ejecución ajustada a la partitura y una interpretación histórica sin perder nada de lo que Bach escribe: fraseos increíbles con un arco cual diafragma para las cuerdas vocales cantando y respirando. Primer eslabón de una cadena todavía sin cerrar y catársis total con el público.
Volvimos al "sescento" con dos italianos igualmente señeros en la independencia del "hijo gambista", Vitali y su Tocata y Bergamasca llena de guiños renacentistas con los avances de la época, música instrumental pura y virtuosa con los aires de danza, enlazados con Galli y su Sonata I, nuevo discurso independiente para un instrumento completo en su soledad que el cellista vasco hace propia.
Y solamente Bach podía cerrar el círculo, la Suite III en do mayor BWV 1009, nuevo despliegue emocional, remanso del alma frotada en cuatro cuerdas, la felicidad del "kantor" en Köthen sin ataduras luteranas, un Prélude brillante, una Allemande de inspiración medieval realmente solemne, la elegante Courante francesa que no italiana más sosegada y asimétrica que Obregón (todo cobró sentido) dibujó con auténtico primor, una Sarabande pausda y expresiva, sincopada como el origen español que el cello transmitió desde la hondura cantábrica, la Bourrée binaria y ligera con nuevos colores baritonales para rematar en esa Gigue inglesa rápida, popular desde el magisterio de Bach que la hace atemporal y transfronteriza, teatral y brillante como toda la interpretación de Josetxu Obregón, magisterio y hondura en un concierto que resultó "celloterapia". La propina calmó aún más a un público que contuvo la respiración como embelesado o hipnotizado por el instrumento más parecido a la voz humana.
Dicen que Casals desayunaba una suite de Bach a diario, nosotros las merendamos de vez en cuando porque pocos violonchelistas se atreven en solitario con tal manjar de difícil digestión, y el último grande que recuerdo fue nada menos que Yo-Yo Ma en Avilés con tres de las seis. Josetxu Obregón es español, lo compartió en Gijón y además hizo de musicoterapeuta. Qué más podemos pedir...
Cuando el cello se independiza del "bajo continuo" y comienza su larga vida en solitario, sus cuerdas tan semejantes a la voz humana pasarán de acompañar a conmover. Josetxu Obregón con un instrumento cuya alma permanece en el tiempo, es capaz de acallar en solitario a un público entre el asombro y la relajación, atónito ante lo escuchado que hace vibrar desde las cuatro cuerdas lo más profundo del sentir humano.
Qué bien explica el programa esa historia del cello solista desde Doménico Gabrielli y sus dos Ricercar, "Primo" y "Quinto" como los ancestros, auténtica referencia en el cello solo, primer virtuoso el "Minghino dal violoncello" y Josetxu el vehículo que nos lo presenta con la pasión del descubridor antes de afrontar la Suite II en re menor BWV 1008 de J. S. Bach, auténtica cumbre musical para este instrumento cuando el "kantor" trabajaba en Köthen para el Príncipe Leopold, palacio que tuve la suerte de visitar y a donde me transporté cerrando los ojos con Obregón y su Klotz de la época, cuerdas de tripa, arco característico y sonoridad enervante en armónicos y resonancias únicas desde una interpretación más que histórica, fidedigna. Si las suites de Bach no eran danzas propias acabarían siéndolo, y su estructura permancerá en todas ellas: Preludio, Allemande, Courante, Sarabande y Gigue, y entre estas otra llamada "galanterie", en la dos primeras suites un Minueto y una Bourré (ambos ejemplos los pudimos escuchar) en las siguientes para incluir la Gavota en las últimas. La segunda suite exige al intérprete todo un equilibrio entre una ejecución ajustada a la partitura y una interpretación histórica sin perder nada de lo que Bach escribe: fraseos increíbles con un arco cual diafragma para las cuerdas vocales cantando y respirando. Primer eslabón de una cadena todavía sin cerrar y catársis total con el público.
Volvimos al "sescento" con dos italianos igualmente señeros en la independencia del "hijo gambista", Vitali y su Tocata y Bergamasca llena de guiños renacentistas con los avances de la época, música instrumental pura y virtuosa con los aires de danza, enlazados con Galli y su Sonata I, nuevo discurso independiente para un instrumento completo en su soledad que el cellista vasco hace propia.
Y solamente Bach podía cerrar el círculo, la Suite III en do mayor BWV 1009, nuevo despliegue emocional, remanso del alma frotada en cuatro cuerdas, la felicidad del "kantor" en Köthen sin ataduras luteranas, un Prélude brillante, una Allemande de inspiración medieval realmente solemne, la elegante Courante francesa que no italiana más sosegada y asimétrica que Obregón (todo cobró sentido) dibujó con auténtico primor, una Sarabande pausda y expresiva, sincopada como el origen español que el cello transmitió desde la hondura cantábrica, la Bourrée binaria y ligera con nuevos colores baritonales para rematar en esa Gigue inglesa rápida, popular desde el magisterio de Bach que la hace atemporal y transfronteriza, teatral y brillante como toda la interpretación de Josetxu Obregón, magisterio y hondura en un concierto que resultó "celloterapia". La propina calmó aún más a un público que contuvo la respiración como embelesado o hipnotizado por el instrumento más parecido a la voz humana.
Dicen que Casals desayunaba una suite de Bach a diario, nosotros las merendamos de vez en cuando porque pocos violonchelistas se atreven en solitario con tal manjar de difícil digestión, y el último grande que recuerdo fue nada menos que Yo-Yo Ma en Avilés con tres de las seis. Josetxu Obregón es español, lo compartió en Gijón y además hizo de musicoterapeuta. Qué más podemos pedir...