Revista Educación

Jóvenes glorias

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Jóvenes glorias

Todos tenemos un pasado, y el mío hace mucho que dejó de tocar a mi puerta porque una persona me enseñó a perdonar, a perdonarme incluso a mí mismo antes que a nadie. Hubo un día en que yo cumplía el sueño de mi vida, realizado y lleno de ilusiones en mi radio de mis amores. Por fin era periodista. Qué más daba levantarse a las cinco de la mañana y hacer jornadas maratonianas de hasta dieciséis horas: El piloto rojo que se encendía en el estudio lo curaba todo.

Y eso que yo era pésimo.

Pero alguien tocó un día mi puerta, y lo que algunos compañeros me habían vendido como el retiro dorado se convirtió en mi trabajo con menos de treinta años. Gabinete de prensa, se llama la cosa. Sé que las casualidades existen, pero yo no creo en ellas precisamente porque la propia realidad se ha empeñado en que crea en el destino, en que las personas se cruzan por algo en tu vida. Nos mienten diciendo que el tren pasa una sola vez, cuando realmente pasan trenes todos los días: Sólo tienes que montarte en uno y hacerte con los mandos para que llegue a la estación.

Y así fue que mi camino se unió al de Macu López, una de las profesionales más íntegras y respetables que he conocido, que nos fue arrebatada tan repentina como cruelmente. Ella desencadenó un cataclismo en mi carrera aquel mes de septiembre de 2005, con una llamada de teléfono inesperada a la que respondí en la roja azotea de la casa de mis padres, que inició un ciclo tan apasionante como duro, que duró prácticamente trece años. Aquel rojo chillón es el más nítido recuerdo que tengo de aquella llamada que cambió todo

Brindando por el recuerdo de nuestra Macu, puse fin a aquella etapa un 17 de marzo de 2017. Fue en el Restaurante Nelson, donde se come de maravilla en un ambiente familiar y acogedor. Al borde mismo de la Bahía de Arinaga, un día lluvioso se convierte en luminoso a medida que empiezas a degustar la ensaladilla con la cañita, con el recuerdo bien presente de la amiga que se nos fue.

Le siguen los longorones bien fresquitos, un maravilloso salmonete con aromas de aceite y tomate, y el atún rojo en tataki y sashimi, acompañado por unas verduritas al wok deliciosas. De postre mousse de chocolate blanco con Ron Zacapa -alucinante- y regado con un buen malvasía Vulcano. Vinito blanco de Lanzarote y buen café. Aromas, sabor, luz... Qué lástima no comerme un buen plato de fabes con almejas y chocos, pero eso me lo dejo para la próxima... Volveremos. Aquella persona ya anónima y yo. Y espero que sigamos brindando por Macu.

Entre la llamada de teléfono y el brindis, los trece mejores años de mi vida profesional, que se resumen en tres episodios.

Primero, me dieron a conocer el significado de las palabras rejo y raza, que suenan mucho más canarias que cabeza y corazón, y que fueron pronunciadas un día de 2008 cuando todo parecía perdido; como también dieron sentido a la expresión "si querer es poder, se puede mucho más trabajando juntos", que tú nunca recuerdas haber pronunciado, pero a mí me la grabaste a fuego.

Segundo, me aportaron experiencia y aprendizaje al lado de personas que me enseñaron mucho, casi todo lo que hoy sé, al lado de alguien que es capaz de agacharse al lado de la jefa destrozada y decirle "no les des el gusto de hundirte", o junto a quien alguna vez me explicó la importancia de dar buen uso al dinero público, que me explicó que había que respetar a los compañeros de trabajo para que te traten bien a ti, y que me dijo las dos frases que resumen todo: "Alberto, por mucho menos se va la gente a la cárcel" y "¿cuándo habíamos trabajado nosotros en un sitio tan bonito?".

Y tercero, el cariño mutuo y los cientos de vivencias que hay detrás de una simple foto, mis amigos y hasta mi familia. Mis jóvenes glorias. No son todos los que están, pero están todos los que son. Los que un día como el de ayer me recordaron por qué fueron tan bonitos aquellos casi trece años de trabajo en los que tanto reí como lloré, en los que fui vendido y también rescatado, en los que dimití y frené dimisiones, en los que consolé y me consolaron, en los que me vi solo y formamos un equipo. Currábamos, sí, pero éramos felices.

Sólo por la felicidad de sentarnos juntos a la mesa valió la pena.


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