Algunos están ávidos de crear, emprender, de cambiar el mundo! Fuera de los canales “convencionales”, esos que sus padres insisten que son los únicos y mejores, aunque a ellos el tiempo les haya quitado la razón. Lo de siempre malo… o lo nuevo y desconocido! Pero, como suelo comentar a los jóvenes que trato a menudo, sus padres hoy no tienen certeza de sus propios paradigmas personales y patrones laborales. El sistema que los acogió y encumbró, es el mismo que hoy los ha dejado en la calle. Aún así, insisten en inducir a sus propios hijos a entrar como ellos hicieron, quizás hace ya mucho…
Y las cosas cambian. Como la vida misma. Si tuvieran valor, los padres harían por reconocer -incluso ante sus retoños- lo insostenible de su Sistema, la insatisfacción que les produjo media vida instalados en él y la infelicidad que sienten al no haber encontrado un sentido a esos años dedicados a engordar un Sistema inhumano, insolidario e insano que no respetaba a las personas, sino que las alienaba y/o anulaba, sin piedad. Pero cuesta reconocer los errores propios y mucho más ante los hijos… o más aún, tener el valor de enmendarlos iniciando una nueva vida, en la que las aspiraciones personales, su propio, profundo y verdadero sentido -¿por qué no felicidad, crecimiento y plenitud, en el mismo camino?- , vuelvan a cobrar sentido…
Seguramente los padres solo deberíamos amar a nuestros hijos respetando sus anhelos y sus ilusiones, alentándoles en sus proyectos personales y profesionales… aunque para ello deberíamos antes reconocer nuestros propios errores. Si, además, somos capaces de reconocer que el mundo a que aspiran nuestros hijos es mejor que el que nosotros creamos y sustentamos, mejor que mejor. Nuestros hijos ya no pueden -ni quieren- entrar en un mundo y un Sistema que está en decadencia. Y ya que no se les permite entrar en él como ciudadanos de pleno derecho, ¿por qué evitar que quieran cambiarlo desde abajo, día a día? ¿Tanto miedo nos da reconocer que nosotros los adultos nos equivocamos alimentando un mundo que hoy nos desoye, nos menosprecia o incluso nos destruye? ¿Por qué no ayudar a esos jóvenes con ilusión que aún creen en su capacidad de mejorar el mundo y que solo piden que confiemos -¿no es la confianza amor, también?- en ellos, aunque para hacerlo nosotros los adultos debamos reconocer que quizás pudimos equivocarnos en nuestra vida o que, haciéndolo, podamos recuperar nuestra ilusión de juventud, aprendiendo de nuestros hijos? ¿Hay verdaderos profesores y alumnos en esta vida, quién es quién, ahora?
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