Revista Historia

Juan de Aragón, el príncipe español muerto a polvos

Por Ireneu @ireneuc

Que la monarquía es una institución cuya moral es cualquier cosa menos estricta, simplemente con mirar cualquier revista del hígado tendrá oportunidad de comprobarlo. Bodas, divorcios, infidelidades con más cuernos que en una feria de renos, amantes a cascoporro, homosexualismos, ninfomanías... la disoluta vida de los reyes y reinas de este país ha hecho correr ríos de tinta juzgando la ética (o no) de dichos comportamientos. Comportamientos que, por otro lado, no son diferentes de los de unas personas normales (lo que les acerca al pueblo llano), si no fuera porque su tren de vida sale directamente de las arcas públicas. Aunque, claro, a veces tanto trajín, tantas juergas y tanto dar rienda suelta a los bajos instintos, acaban por pasar factura física. Y fue justamente eso lo que pasó a Juan de Aragón, príncipe de Asturias, el cual según corrió por los mentideros de la época, poco menos que lo mataron a polvos... y no exactamente de veneno.

Durante muchos siglos, el conocimiento de los mecanismos que llevan implícito la reproducción humana fue un auténtico misterio, por tanto que lo único que sabían era que, si no se copulaba, del vientre de la mujer no salía nada. Y ello, en un contexto en que cualquier resfriadillo era capaz de acabar con media humanidad (ver Caffa, las catapultas que bombardearon la peste a Europa), hacía que el asegurar la renovación de la población -tanto para la plebe como para la más alta aristocracia- fuese una necesidad imperiosa. Si, encima, la transmisión de las posesiones territoriales dependía de tener o no descendencia, es normal que las casas reales se dedicasen con fruición al fornicio. No obstante, cuando se junta la necesidad de reproducirse (como mandaba la Iglesia, faltaría más) con la "afición" desbocada, la cosa puede acabar mal.

Cuando el 3 de abril de 1497, los Reyes Católicos emparentaron en la catedral de Burgos a su hijo Juan con Margarita de Habsburgo, la hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Maximiliano I, la idea era que el heredero de la corona española amalgamara con su matrimonio a las dos potencias más importantes de la península Ibérica (Castilla y Aragón) y, de paso, fortaleciera las relaciones con sus homólogos alemanes para contrarrestar el creciente poder de la monarquía francesa. No en balde la hija de los Católicos, Juana (la Loca), había sido casada con el hermano de Margarita, es decir, con Felipe (el Hermoso), ya que había un gran interés por parte de ambos padres en buscar tan estratégica alianza.

En esta situación el príncipe español, con 18 años largos, se encontró enlazado a una bella princesa casadera de 17 años, en lo que podría ser una boda de tantas que se han dado en la historia (ver Las "fogosas" noches de boda de los reyes europeos) salvo por una salvedad: en cuanto se vieron tuvieron un flechazo a primera vista. El problema fue que, en vez de un flechazo, aquello fue un fuego a discreción de toda la artillería pesada de Cupido.

Margarita de Habsburgo (o de Austria, como mejor prefiera) era una muchacha sana, inteligente y muy fuerte físicamente, que contrastaba con el príncipe Juan, el cual era más bien enfermizo, no muy agraciado, aunque muy afable y de trato fácil. Pero, claro, ambos eran adolescentes más calientes que el palo de un churrero y cuando las hormonas dicen "aquí estoy" aquello no había quien lo parase. Y el pistoletazo de salida a aquellos auténticos miuras sexuales se dio en el momento mismo de la noche de bodas.

El descubrimiento del sexo por parte de los cónyuges desbordó todo lo previsible y, encerrados en su alcoba, pasaron los días dejando que su pasión desbocada cual manada de bisontes en estampida no les permitiera ni salir de ella. Hasta tal punto era continua la coyunda que los sirvientes tenían que dejar la comida en la puerta porque, puestos, antes dejaban de comer que dejar de "cabalgar". Pero la fogosidad desatada no acabó con la(s) noche(s) de boda. Bien al contrario.

Los días y semanas siguientes continuaron con la misma tónica, en que, dejando a 50 sombras de Grey al nivel de los Teletubbies, les faltaba tiempo para estar practicando el sexo sin mesura. Pero todo tiene un límite y, a pesar de que la pareja tenía un ardor sexual inextinguible, la diferencia de resistencia física entre uno y otro era notable, con lo que el esfuerzo físico derivado de tanta actividad pasó factura al elemento más débil, en este caso al enfermizo Juan.

El príncipe heredero empezó a dar signos de debilidad más que evidente, perdiendo peso y demacrándose por momentos. Y es que su cuerpo ya no soportaba el desgaste que suponía que la princesa Margarita lo dejara más seco que un flash de a duro continuamente. De hecho, el estado físico de Don Juan era tan penoso que los propios cuidadores pidieron a la reina Isabel que los separase durante una temporada, a fin de que el pobre chaval se recuperara mínimamente de las maratones sexuales a las que la pareja se sometía constantemente. A lo que ella, tan católica como era, simplemente replicó que lo que había unido Dios, que no lo separara el hombre. Hasta que petó.

Así las cosas, estando de visita en Salamanca, en septiembre del mismo año, el príncipe Juan cayó enfermo de fiebres (posiblemente tuberculosas) de las cuales ya no se repuso, muriendo tras 13 días de agonía, seis meses después de casarse: el 4 de octubre de 1497.

Esta situación inesperada -por más que algunos lo vieran venir a la legua- acabó produciendo un gran terremoto dinástico, ya que la princesa Margarita, si bien estaba embarazada, acabó por dar a luz un hijo muerto. Ello significó el fin de la dinastía de los Trastámara (ver Germana de Foix, cuando la unidad de España pendió de un espermatozoide ), ya que si bien el cetro pasó a su hermana Isabel, ésta murió al poco tiempo, pasándolo a su vez a su otra hermana, Juana la Loca, la cual, debido a su "locura" (aún está por ver si estaba realmente loca) pasó la corona a su hijo Carlos V dando por inaugurada la rama española de los Habsburgo.

A pesar de lo que pueda parecer (incluso Carlos V educó a su hijo Felipe II en la moderación del sexo, no fuera a pasarle lo que a su tío) la realidad es que el exceso de sexo -ni solo, ni en compañía- produce los efectos nocivos que la ignorancia y la Iglesia han divulgado durante siglos. No obstante, lo que sí es cierto es que una excesiva actividad sexual puede conllevar un serio desgaste físico que provoque, en los individuos más débiles, una bajada de defensas que sea una puerta abierta a todo tipo de infecciones.

En el caso de Juan de Aragón, el príncipe ya había padecido enfermedades similares de las que se recuperó con evidente dificultad, por lo que una sexualidad tan exagerada como la que llevó durante seis meses (¡y vaya seis meses!), lo único que hizo fue labrar el camino a que cualquier infección acabase con él como, de hecho, hizo.

En conclusión, que si bien a todo el mundo gusta lo bueno, lo bueno, de forma exagerada, acaba por convertirse en malo. La prudencia dicta entonces que en el punto medio está la virtud. Aunque, bien mirado, y ya que todos nos tenemos que morir en algún momento, más vale morir a polvos que de un cáncer provocado por la mierda que nos vemos obligados a respirar en nuestro gris y anodino día a día.


Volver a la Portada de Logo Paperblog