Menudo regalo de Reyes pensaba, meditabundo, Juan de Austria, mientras se calentaba las manos en la chimenea momentos antes de firmar el tratado. Lo firmó con desgana y forzado porque no era un buen acuerdo. No era sólo su palabra la que estaba dando al firmar aquel Edicto, era la del soberano de Flandes y también de Castilla y de medio mundo. Y eso era mucho decir. El rey, sin embargo, anhelaba paz en sus Estados de Flandes y eso es lo que tendría, pensaba mientras trazaba la rúbrica. Al menos esa era la intención.
Un cúmulo de circunstancias habían avocado a esa situación tan desagradable: La bancarrota de 1575 que imposibilitó, entre otras cosas, la paga de los Tercios en Flandes, la muerte de Luis de Requesens (5 de marzo de 1576), el retraso provocado por del propio Juan de Austria al cubrir el "puesto" dejado por Requesens (tomó posesión en septiembre de 1576) y Amberes. Esto último colmó muchas paciencias. No era para menos, la verdad.
En Amberes, una de las ciudades principales, sino la más, de los Países Bajos Españoles, los Tercios fueron capaces de lo mejor y de lo peor. De lo mejor porque cumplieron con la misión de defender con éxito la ciudad con muchos menos efectivos (4.000 hombres) ante un ataque protestante (20.000 hombres) muy bien orquestado. Eso ocurría el 3 de Noviembre de 1576. Ante la presión calvinista se replegaron al castillo, dentro de la ciudad. Parte de la población mudó rápidamente de simpatías disfrutando del asedio al que estaban siendo sometidos los soldados católicos jaleando a los protestantes y aplaudiendo su envites. También fue de mérito que, cuando la situación en Amberes llegó a oídos del Tercio ubicado en Aalst (1.600 hombres) y aún estando amotinados éstos (por no recibir paga desde años atrás), recorrieron a marchas forzadas la distancia que separaban ambas ciudades (46 km), para socorrer a sus compañeros de Amberes que estaban en serios problemas. Los protestantes, a lo suyo como estaban, ni se dieron cuenta de lo que les venia encima y aun con la ventaja numérica aplastante, huyeron los que pudieron como alma que lleva el diablo...
Y allí quedó la rica Amberes. A merced de los Tercios. Unos cabreados con su rey y faltos de todo y otros cabreados con la población que habían defendido con su vida y que, sin embargo, habían jaleado y aplaudido su muerte. Y todos ellos fuera de sí después del combate. Pésima combinación. Ni los mandos más respetados, Sancho Dávila, Julián Romero, Juan del Águila, ... fueron capaces de detener a aquellos que ya habían sobrepasado el limite de la razón y se cobraban, con un saqueo sin control de tres días con sus noches, las deudas que ellos pensaban que quedaban pendientes. Las repercusiones de aquella acción no se hicieron esperar.
El 8 de noviembre de 1576, hartos como estaban todas las provincias de esa guerra civil que duraba casi 10 años y a la luz de lo ocurrido en Amberes, tanto las provincias católicas y leales a su rey, como las protestantes y en rebelión contra éste, se reunieron para acordar los términos de una paz, la Pacificación de Gante, en las que se detallaba cual debía ser el régimen bajo el que todas ellas permanecerían leales a su soberano, Felipe II.
Guillermo de Orange, que sería taciturno pero no tonto, auspició parte de las condiciones propuestas.
Felipe II, el rey prudente, releyó el documento con lógica ... prudencia. No le gustaba, pero la situación se había ido de las manos. Aceptó el acuerdo e hizo que se aceptara con ánimo de cumplirlo, cansado como estaba de los problemas de Flandes y de utilizar a sus súbditos unos contra otros. Deseaba una Flandes en paz y eso, además, traería paz a todos sus territorios.
En esas circunstancias es como Juan de Austria firma el Edicto Perpetuo el 7 de Enero de 1577, que obliga a las partes a aceptar los acuerdos contenidos en la Pacificación de Gante, las provincias rebeldes reconocerían a Felipe II como su rey y a Don Juan de Austria como su tutor; tolerancia religiosa en todo el territorio; los Tercios españoles, italianos, alemanes y borgoñones deberían abandonar el país y no volver ... a no ser por guerra con un país extranjero. Ambas partes firmantes renunciarían a toda alianza contraria al Edicto y habría una Amnistía general.
Juan de Austria, tras la firma escribía días después a su amigo Don Rodrigo de Mendoza "los españoles se van. Con ellos se van también mi alma y mi corazón". El Edicto se firmó en Marche-en-Fammene (en la ruta del primer Camino Español) y allí quedó una piedra blasonada que fue posteriormente trasladada a la cercana Iglesia de San Esteban, en Waha, que conmemoraba de esta efemérides.
Lástima que los protestantes se pasaran por el arco del triunfo el cumplimiento del Edicto (para que luego nos vayan echando las culpas) en cuanto vieron alejarse los Tercios Camino Español abajo. Pensaron, tal vez, que no tenían por qué hacer honor a la palabra dada, ni ser leales a su rey, si no tenia soldados que apoyasen sus decisiones. De haber cumplido lo que firmaron, tal vez la guerra de los ochenta años se hubieran quedado en diez y Bélgica, Holanda y Luxemburgo formarían hoy un único país con peso en Europa en vez de tres pequeños.
El Camino Español