Revista Comunicación
El papá de Juan Eduardo es un correntino de trabajo. No pudo terminar la escuela primaria pero fue bracero en el Chaco y obrero metalúrgico en Monte Chingolo, Lanús Este. Ahí conoció a Yolanda, con quien se casó y tuvo a Juan Eduardo, el pequeño que nació en septiembre de 1974. Clotildo, el papá de Juan Eduardo, tenía un trabajo adicional al de la fábrica. La mamá lo cuidaba durante el día.
En la mañana del 6 de diciembre de 1977 (hoy hace exactamente 40 años), Juan Eduardo acompañó a su mamá a pagar los impuestos al Banco Provincia de Monte Chingolo. Terminado el trámite, seguramente en un día de calor, se cruzaron al kiosko de enfrente a tomar un helado.
Les llamó la atención el ruido y las explosiones. Yolanda se dio vuelta y vio que desde adentro de un coche blanco, le tiraban al policía que hacía guardia en la puerta del banco. Pese a que el policía cayó herido, los agresores bajaron del auto. Una mujer roció al herido con nafta y le prendió fuego. Se aseguró de que muriera. Para eso lo quemó vivo.
Luego, retornó al auto y taparon su huida a los tiros.
“¡Ay!” dijo Juan Eduardo, tomadito de la mano de su mamá. Yolanda recién ahí se dio cuenta que una bala le había perforado su pantalón y había dado en el abdomen del niño de tres años. Pese a que el dueño del kiosko lo llevó al chiquito al hospital en su propio auto, Juan Eduardo no llegó con vida.
Pocos días después, en los característicos comunicados de la guerrilla de esos tiempos, el grupo terrorista Montoneros se declaró responsable de la muerte del cabo Herculiano Ojeda, el policía que custodiaba el banco. (Clotildo investigó por su cuenta y asegura que la responsable de la muerte del policía y su hijo, fue Estela Inés Oesterheld, hija de Germán Oesterheld, desaparecida en la Dictadura).
Clotildo y Yolanda aún hoy lloran la muerte de su hijo. Tuvieron tres hijos después de la muerte de Juan. Yolanda quedó con serias secuelas psicológicas que persisten hasta hoy.
Juan Eduardo Barrios fue una de las miles de víctimas del terrorismo de los ’70. Así como la represión ilegal de la Dictadura fue juzgada y examinada por las instituciones y la sociedad, estas víctimas están en el limbo de olvido. Sus familiares piden justicia. Porque el olvido es otra muerte.
A casi medio siglo de esa época nefasta, sería apropiado empezar a examinar este capítulo. El otro ya fue entendido por la sociedad y procesado. Éste todavía no.
Para aquellos que quieran contraponer el dolor de los familiares de estas víctimas al sufrimiento de los familiares que sufrieron la represión de la Dictadura, nos anticipamos a responderles que toda vida humana es única, que toda muerte injusta es repudiable, que no hay muertes buenas o malas. ¿Acaso hay necesidad de preguntar qué culpa tenía un chiquito de tres años?
Les pido, a cuarenta años de ese acto de crueldad, piensen que hubiera sido de Juan Eduardo Barrios hoy, con 43 años, tal vez, con una esposa e hijos, posiblemente un hombre de bien como lo son sus padres. Esa persona la perdimos el día que se convirtió en un daño colateral de un acto criminal.
Como sociedad ya estamos lo suficientemente maduros para examinar esa parte de la historia argentina que hay muchos que se niegan o no se atreven a examinar.
Por las víctimas. Por nosotros.
Un modo de poner en la agenda de la sociedad este tema, es compartir esta historia en las redes sociales. Y contarles a los jóvenes que no vivieron esos años, como un grupo consideró válido utilizar la violencia como una herramienta política, aún en los años en que hubo un gobierno elegido por el voto popular.
Para que Juan Eduardo pueda descansar verdaderamente en paz.
(La información de este post fue sacada del libro “Los otros muertos” de Carlos Manfroni y Victoria Villaruel)