Juan Espadas tuvo ayer su tan esperada puesta de largo. El ya hace tiempo anunciado candidato socialista a la alcaldía de Sevilla fue, por fin, presentado ayer de forma oficial a falta de la ratificación de Ferraz.
Es la comparecencia pública con la que se da el pistoletazo de salida a una larga y aguerrida carrera electoral que concluirá en las elecciones municipales del año próximo.
No lo tiene nada fácil Juan Espadas. Por delante se adivinan un sin fin de retos a superar para conseguir una meta a priori casi imposible: ganar a Juan Ignacio Zoido, candidato del Partido Popular, una partida que el propio Zoido y los resultados de los últimos sondeos proclaman como una victoria incuestionable del líder conservador.
Sin embargo, Espadas no se arruga y comienza marcando distancias. “Si no gano, yo sí que me quedaré” afirmó ayer durante su comparecencia, en clara alusión a las manifestaciones de Zoido en el sentido de regresar a la judicatura si no consigue ser alcalde de Sevilla.
Uno de los mayores contrapesos que lacran la carrera de Espadas al despacho de Plaza Nueva es la propia herencia de su antecesor y compañero de partido, Alfredo Sánchez Monteseirín, para quien ayer pidió respeto.
El actual alcalde atraviesa sus peores momentos de popularidad como rector de la ciudad y ha conseguido impregnar las predicciones de las encuestas de un pesimismo rayano en la resignación, logrando las peores puntuaciones de la historia democrática del Ayuntamiento de Sevilla.
Si bien no deja de ser cierto que buena parte de culpa recae en el propio partido y su nefasta manera de gestionar la sucesión de Monteseirín, algo que ha desmotivado a buena parte incluso de su propio electorado. Tampoco lo es menos que el alcalde, autor de una de las mayores transformaciones de la ciudad, podría haber hecho algo más para que su herencia fuera más apetecible y útil.
Su legado está plagado de frentes abiertos y de heridas sin cicatrizar que, a poco que se descuide, le pueden estallar al sucesor en plena cara. Espadas tendrá que entrar en ese terreno, por mucho que ahora el partido se empeñe en entretenerlo con rodeos que no conducen a ningún sitio. Y es ahí, en las distancias cortas, donde tendrá que demostrar esa fama de buen gestor que le precede.
A los grandes proyectos sin concluir y que se verá obligado a sacar adelante de alguna manera, véase las setas de La Encarnación, en tiempos poco apropiados para obras faraónicas y megalómanas, hay que sumarle la delicada situación de las empresas municipales, con el Plan de Viabilidad de Tussam a la cabeza, el reguero de desechos que pueden dejar tras de sí los rescoldos del caso Mercasevilla y la gestión de la alianza estratégica con la Izquierda Unida de Rodrigo Torrijos, algo que en principio ya ha descartado con un simple “no me lo planteo”.
Pero el terreno más escabroso al que deberá enfrentarse es su escaso grado de conocimiento entre los sevillanos y la desmotivación imperante en el tradicional granero de votos socialistas. Cuenta con un activo que no tenía su antecesor; el aparente apoyo de todas las agrupaciones de la capital. Pero tratándose del PSOE sevillano, nada se puede dar por hecho definitivamente.
De momento ya ha adelantado que buscará con el sector privado una “alianza” para atraer inversiones y la complicidad con los municipios vecinos para explotar “las posibilidades del área metropolitana”.
Del resto de planes nada se sabe todavía, probablemente porque los irá desgranado a medida que vaya recorriendo ese periplo de acercamiento a los barrios que le tiene preparado el partido.
Una ardua tarea para este socialista que, como me decía ayer una alto dirigente del partido, tiene fama de político serio, trabajador, riguroso, cercano y, sobre todo, de gran persona. Cualidades todas ellas que de seguro le harán mucha falta.