Leí en El Correo del 26 enero 2011 el artículo de Juan José Tamayo “Lecciones (que he aprendido) de Hans Küng", y me gustó. También está en Atrio, la web donde Juan José Tamayo colabora, y donde escribí el siguiente comentario:
Son conocidos los esfuerzos ecuménicos de Hans Küng reflejados en sus estudios, como el que se publicó en su libro “El Cristianismo, Esencia e Historia” en 1994, hace ya más de 15 años (antes del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, las guerras de Iraq y de Afganistán), que se introduce como un “estudio exhaustivo sobre el cristianismo que ahonda en el análisis de sus fundamentos con el fin de crear un espacio para el diálogo ecuménico que favorezca la paz mundial, por el cauce de la concordia entre las religiones.” La búsqueda de lo que une en lugar de lo que separa. Y otro libro anterior, “El Cristianismo y las Grandes Religiones”, escrito a partir de conferencias-coloquio que se celebraron en la Universidad de Tubinga en 1982 y que fueron inspiradas “por la necesidad de entablar, desde el cristianismo, un diálogo abierto y sin prejuicios con las tres religiones – islam, hinduismo y budismo.” Fue mucho antes de que Zapatero lanzara lo de la “Alianza de las Civilizaciones”. Resulta muy difícil a la Iglesia institucional y jerárquica de retornar a los orígenes del cristianismo, que son los más auténticos y más fáciles de entender, con frases como “Mi reino no es de este mundo”, que es lo mismo que decir “mi reino no es el Vaticano”. El reino está en el corazón y el alma de las personas, cuando se dan la paz el uno al otro en la misa, cuando se admite que jóvenes de distintas religiones son educados en la fraternidad, sin segregaciones. He tenido un compañero judío belga y tengo otro amigo protestante alemán y seguro que podría tener como amigo a un musulmán “de buena voluntad”. A todos hay que poder decir: “la paz está contigo”… Y los cristianos, que dejan de ir a misa o se borran del registro del bautismo porque algunos sacerdotes han hecho cosas deplorables, no lo han sido nunca de verdad, porque dan más importancia a la persona del sacerdote que celebra la misa que al significado transcendental de la eucaristía. Han renunciado a sentarse a la mesa de la comunión de los cristianos, como lo hizo Jesús con sus apóstoles compartiendo el pan y el vino antes de su muerte. ¡Como le cuesta a la Iglesia retornar a sus orígenes! ¡Cómo le pesa su historia!
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 30 mayo a las 18:32
En entrevista publicada en el periódico alemán Die Zeit el viejo profesor de teología de la Universidad de Tubinga, el suizo Hans Küng, sostenía que si la Iglesia católica no se reforma fenece, debe deshacerse y despojarse del clericalismo y de ese cristianismo superficial encerrado en la tradición.
¿Por qué sigue siendo todavía miembro de la Iglesia católica?
Porque estoy enraizado profundamente en ella. Soy miembro no merced a la curia romana sino a pesar de ella. Para mí la Iglesia es una comunidad de fe de dos mil años a lo largo y ancho del mundo y cuya historia he ido investigando y analizando a lo largo de mi vida y a cuyos miembros he podido conocer en muchos de mis numerosos viajes. Y precisamente en esta crisis eclesial recibo cartas emocionantes de católicos del mundo. Unas, desesperadas, dicen que no pueden seguir en esta Iglesia, otras indican que quieren seguir para cambiarla. Y dicen: mientras usted permanezca yo sigo en ella. Defraudaría a muchos si la abandonara.
¿Por qué no se ha hecho protestante?
Comparto muchos deseos y anhelos con la Iglesia evangélica, pero allí no me siento en casa. Siento que me desarmaría. Mis enemigos dirían: a éste le podemos tachar, borrar, ya no está en nuestras filas. Y con los protestantes me echaría a la espalda y me cargaría con toda una batería de problemas nuevos.
¿A qué Iglesia asiste?
La liturgia la celebro en mi comunidad suiza de mi país, en Sursee. Allí no tengo ninguna responsabilidad oficial, pero debido a la carencia de sacerdotes me siento obligado a presidir la eucaristía. Durante siglos Sursee ha tenido cuatro sacerdotes, ahora sólo tiene dos jubilados. Es cierto que Markus Heil “párroco sucedáneo” hace de director de la comunidad y con el que la gente está entusiasmado, pero él sólo puede ser diácono porque está casado. La actual falta de sacerdotes produce frustración en los miembros activos de la comunidad. El clero celibatario está condenado al exterminio, pero esto parece no preocuparle al Vaticano. Mediante su política restauradora él sigue desecando nuestras comunidades.
Católicos airados de las comunidades de base claman que Jesús predicó el Evangelio y no la Iglesia, ¿subscribiría esta frase?
En principio la frase es verdad, Jesús no fundó ninguna Iglesia en sentido institucional sino que desató un movimiento jesuítico, que siguió floreciendo tras su muerte. Jesús apenas utilizó la palabra Iglesia. Él anunció el reino de Dios. Padre nuestro, que venga tu reino
Usted podría decir tranquilamente que el reino de Dios no puede ser arruinado por ninguna Iglesia. En la historia siempre ha habido puntos en los que la Iglesia siempre se encalló, se obstinó, se entercó.
Es verdad, siempre ha habido disputas de objetivos y dirección, comienza ya con las desavenencias entre los dos apóstoles principales, Pedro y Pablo, que debían anunciar el Evangelio en un mundo marcado por el helenismo. Un segundo momento paradigmático se da con la migración de pueblos, cuando el Evangelio se anuncia a los germanos. Aparece Martín Lutero y exige a una Iglesia decadente la vuelta al Evangelio. Debido a la resistencia y terquedad de la curia romana se da la partición en la Iglesia. La tragedia de la Iglesia católica es que hasta hoy conserva una estructura medieval.
A principios de los 60 quiso modernizarse y usted participó. En el Concilio Vaticano II los dos más jóvenes participantes en Roma fueron Joseph Ratzinger y Hans Küng. Se les denominaba a ambos los “teólogos adolescentes”. Usted mismo aboga por la revalorización de la Biblia y de la Iglesia de Occidente al igual que por una estructura carismática oficial. ¿El famoso Concilio ha tenido poco efecto?
Oh, no. El Concilio Vaticano quiso recuperar dos elementos paradigmáticos que se habían despreciado: la Reforma y la Ilustración. Se consiguió en parte. Desde entonces tenemos laicos más activos, sobre todo mujeres, y se puede celebrar la eucaristía en lengua vernácula materno. Tenemos una postura respecto al judaísmo y al mundo moderno, demonizado antes, notablemente nueva. Hoy en Roma se habla bien de la democracia y de la libertad religiosa. Pero han quedado en la papelera reformas importantes, que ya entonces me inquietaron: la postura frente a los medios anticonceptivos y la separación matrimonial, la celebración eucarística con los protestantes y la reforma del papado. Había cosas de las que ni siquiera se podía hablar, por ejemplo sobre el celibato.
El papa Pablo VI, de tendencia reformista, le aconsejó ya entonces ser más reservado en las manifestaciones públicas. En el fondo él le apreciaba.
Sí, me amparó. Mientras vivió no me pasó nada. En cambio cuando llegó el papa polaco todo se volvió más incómodo.
Hasta entonces la Congregación de la Fe únicamente le reprendió a usted por un supuesto “desacople con la transmisión de fe de la Iglesia”. En 1978 el papa Karol Wojtyla y ya en 1979 Roma le retira la Missio canonica, la autorización eclesial a enseñar, sobre todo por sus dudas sobre la infalibilidad del papa. ¿Por qué no está usted hoy en el lado de su aliado en otros tiempos, de parte de Ratzinger?
Porque bajo el papa Juan Pablo II y su estrecho colaborador Joseph Ratzinger alboreó un periodo restaurador, que nos ha hundido cada vez más en la crisis. Tras el Concilio Vaticano II el gran teólogo conciliar Karl Rahner acuñó la palabra “Iglesia invernal” y criticó la mentalidad paternal y feudal de los obispos. Hoy la palabra “invernal” suena demasiado esperanzadora porque tras el invierno debía llegar la primavera. Por eso diagnostico yo en mi nuevo libro una Iglesia enferma, con ello me refiero a estructuras enfermizas: el monopolio romano de poder y verdad, el juridicismo, clericalismo, aversión a la mujer y el rehusamiento a hacer reformas