Año: 2008
Editorial: Cazador de ratas (2015)
Género: Novela
Valoración: Mejor no
Vuelvo con otra de las lecturas de este verano, El efecto Transilvania, de Juan Ramón Biedma, libro que en menos de 7 años ya ha pasado por tres editoriales distintas.
Eme es un chico de catorce años que, después de haber salido del hospital se va a vivir a la casa de su abuela en Sevilla. Allí conoce a un grupo de amigos formado por personajes de lo más peculiar, que se ven rodeados por los misterios de una ciudad que parece sufrir una aguda distorsión de la realidad. Para colmo, Eme se enamora de Peña, una chica con poderes sobrenaturales que desaparece sin dejar rastro. De fondo, la ejecución de una chica de su misma edad y la construcción de una pirámide andina.
Si he de decir la verdad, me es difícil hablar de este libro, y no porque tenga poca chicha. Me da la sensación de que el parecer sobre El efecto Transilvania depende de cómo le entre la historia al lector. En mi caso, nunca me llegué a sentir cómodo. Vamos a ver, la narración comienza a abrir puertas desde el principio y no para de hacerlo hasta prácticamente haber llegado a la mitad de sus nada despreciables 356 páginas. Llega un momento en que las subtramas son innumerables y los protagonistas no han avanzado prácticamente nada en ninguna de ellas: siempre ocurre algo que hace que las dejen a medias. Luego, por motivos desconocidos, simplemente se olvidan de ellas hasta que vuelven a aparecer. Esto deja una cabreante sensación de angustia en el lector que, con la promesa de conocer qué va a ocurrir más adelante, sigue y sigue leyendo. Sin embargo, estando ya muy cerca del final, las respuestas siguen sin aparecer y la sensación de no tener ni repajolera idea de qué está pasando se fortalece.
Se entiende que lo que pretende el autor con tanto misterio es crear tensión y enganchar, pero la ejecución deja mucho que desear por tres motivos: el primero es que resulta muy difícil de creer que al protagonista le ocurran todas esas cosas a la vez; el segundo es que tampoco parece muy creíble que las subtramas se interrumpan (muchas veces de forma fortuita) y se queden ahí, como suspendidas en el vacío; y el tercero es que si todo está tan impregnado de fantasía e irrealidad, y además no se encuentran respuestas satisfactorias para tanta pregunta, la lógica solo deja una opción al lector de lo que está ocurriendo (recordemos que el protagonista acaba de salir del hospital por una dolencia desconocida…). Que conste que no es mi intención espoilear el libro, pero, amigos, el final se intuye a la legua.
Por si esto fuera poco, entre el final del capítulo 5 y el inicio del 6 (al menos en su última edición) se ha agregado un breve extracto de un cómic que, agárrense, no solo no tiene relación con la acción en ese momento, sino que relata el final. ¡Un anticipo del final a mitad de libro! Nunca había oído/leído cosa semejante. El lector, además de quedarse completamente desorientado, solo descubre qué está pasando cuando, efectivamente, llega a las últimas páginas. Esto, con todos mis respetos, es todo un despropósito.
Supongo que el autor da por sentado que el lector sabe qué es el efecto Transilvania (más conocido como el efecto lunar), ya que lo menciona una única vez en la página 18. El significado del enigmático título (que yo desconocía por completo), sumado al hecho de que en la portada sale un chaval japonés tipo con una camisa de fuerza, nos guía a la hipótesis de que el protagonista en realidad está loco y que toda la fantasía que aparece en la historia es parte de su enfermedad. Y si esto se debe ver tan claro desde el principio y no como un audaz giro argumental al estilo El club de la lucha, entonces, me pregunto: ¿dónde está la gracia del asunto?
No puedo recomendar un libro que centra todos sus esfuerzos en generar tensión sin interesarle ni un poquito hacia dónde lleva todo ese misterio. El talento narrativo de Biedma queda fuera de toda duda, pero, repito de nuevo, en esta novela la ejecución patina sin remedio.
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