Cuando se lee la sentencia que condena a cinco años de cárcel y seis sin la custodia de sus hijos a Juana Rivas se descubre que fue víctima de sí misma y de las feministas que la manipularon agitándola como una mártir de género sabiendo que al secuestrar a sus dos hijos podría terminar así.
El feminismo radical sabe sus eslóganes consiguen con frecuencia que el hombre denunciado por una mujer sea declarado culpable; pero a veces no ocurre porque hay pruebas de la inocencia del varón y de la mala intención de ella.
O cuando los jueces quieren descubrir la intrahistoria de los casos y no obedecen a los juicios populares manipulados por mafias, sean de delincuentes o de género.
Los malos tratos sufridos por Juana Rivas surgen de una pelea matrimonial con ambos ligeramente lesionados en 2009 cuando ella llegó ebria a las 5,50 de la madrugada al domicilio en Granada donde el marido estaba con el primer hijo de ambos, entonces de tres años.
Como lo había hecho otras veces en esta ocasión el marido le afeó su conducta; ella respondió, según el sumario, destrozando los objetos a su alcance. En un forcejeo para tranquilizarla, según el hombre, se produjeron mutuamente lesiones, como arañazos y rozaduras.
Él aceptó la acusación de malos tratos para normalizar la familia. Pero volvieron juntos a la localidad natal de él, en Italia, tuvieron otro hijo y no hubo denuncia alguna de malos tratos hasta que Juana volvió con los dos niños de vacaciones a Granada en 2017 y ya no quiso volver: en Italia vivía en el campo, alejada de su ambiente.
La acusación sin pruebas de malos tratos en Italia fue el primer paso para justificar el secuestro de los hijos. Luego, el feminismo radical la exhibió como mártir.
Esta vez la justicia popular feminista no pudo con la justicia democrática que sin pasión pero con razonamientos contundentes ha condenado a esta víctima de sí misma y del fundamentalismo de género.
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SALAS