Revista Cultura y Ocio

Jubileos y Orujeos

Publicado el 12 noviembre 2010 por Monpalentina @FFroi

Jubileos y Orujeos

Las cosas cambian. Uno se va adaptando a los cambios de las cosas en la medida que puede, en la medida que le dejan. Pero por más intención y voluntad que ponga, siempre hay un límite para todo, para todos, pasando del fulgor a la indiferencia o, lo que es parecido, del esplendor al ocaso en un abrir y cerrar de ojos.

Antes, cuarenta años atrás, nuestros paisanos iban a Potes para ganar el jubileo; ahora que se ha puesto de moda el botellón, la gente que acude a la "Fiesta del Orujo", lo hace por la degustación de este producto que tendrá lugar los tres próximos días y al que se prevé una buena afluencia desde todos los rincones de España.

Frente a las costumbres que fueron agotándose en la última década del pasado siglo: comer la oveja por acá, echar una partida de bolos por allá..., sorprende el auge que alcanza en el vecino valle de Liébana esta fiesta, cuya idea se puso en marcha en 1984, siendo orujero Mayor el atleta cántabro José Manuel Abascal, y donde cuentan este fin de semana con la presencia de la atleta cántabra Ruth Beitia.

Es curioso que, sin restarle méritos a esta propuesta anual, la fiesta sea una especie de jubileo donde se promociona una región entera y su producto, el orujo, tanto como la parte religiosa que, a pocos kilómetros de Potes, viene representando el fuerte de las visitas a esta tierra.

Entre 1985 y 1994 la fiesta se suspende, prohibiéndose la destilación casera del alcohol. Pero gracias al empeño puesto por un grupo de lebaniegos, se logran los permisos necesarios para reiniciarla nueve años más tarde, acudiendo los inspectores de Hacienda cuando se celebra, con el simbólico cometido de desprecintar las alquitaras que participan, para volver a precintarlas cuando concluye el festejo. Eso sí, es preceptivo que se consuma todo el orujo destilado durante el evento, objetivo que ayudan a cumplir las ocho empresas orujeras que participan y que sirven chupitos de toda clase al precio de 25 céntimos. Reconozco que me gusta la idea de los vecinos y siento envidia de la buena. Aquí no hemos sabido conservar ni las boleras ni el folklore. O allí siguen entusiasmados y jubilosos o aquí hemos pasado el límite, ese límite en el que ya no se culpa a nadie y todo da lo mismo.


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