Revista Opinión

Judaísmo y capitalismo

Por Peterpank @castguer

Judaísmo y capitalismo

La Inteligencia y la Contrainteligencia del mundo judío-occidental (o judío-cristiano) pretenden hoy ocultar el hecho histórico de que el chiísmo libanés es en verdad una expresión originaria del Sur del Líbano (incluyendo el sur del Valle de la Bekaa), difundiendo la imagen falsa por la cual esa “nueva frontera” es una exportación iraní hacia el Mediterráneo Oriental. Las dos grandes Iglesias occidentales, el catolicismo y el protestantismo, desde un punto de vista estratégico, actúan hoy como elementos subordinados del pos-sionismo o del hiperjudaísmo. Protestantes y católicos, los primeros desde siempre y los segundos recientemente, han aceptado como fundacional la versión del Antiguo Testamento, es decir la preeminencia ideológica del judaísmo sobre el cristianismo en tanto construcción de un “mismo mundo”, el Capitalista-Occidental.

La religión judía, y a partir de ella el cristianismo, según interpretaciones posmodernas, “fue construida según un plan preestablecido; aparece como la solución fría y calculada de un problema diplomático. Se conforma al programa: es preciso asegurar una religión al pueblo a cualquier precio. Y otro hecho que no debe perderse de vista para formular un juicio adecuado sobre la religión judía es éste: la misma reflexión fría, la misma conformidad a un fin preestablecido, presidieron el nacimiento de las doctrinas que, unas después de otras, se fueron agrupando con el correr de los siglos al núcleo principal” (Werner Sombart, Los judíos y la vida económica).

Lo que pone al judaísmo como principal impulsor del capitalismo, desde sus orígenes hasta nuestros días es “… la reglamentación contractual, la reglamentación comercial… de las relaciones entre Jehová (Yahvé) e Israel. Por otra parte todo el sistema religioso judío no es otra cosa que un tratado concluido entre Jehová y su pueblo elegido: un tratado con todas las obligaciones que se desprenden generalmente de un contrato. Dios promete algo y da alguna cosa a cambio de lo cual el hombre justo lo sirve” (Sombart, op.cit.).

La “ideología” hiperjudía tiene actualmente dos fuentes de alimentación. Por un lado prolonga una ya clásica proyección “profética” del Antiguo Testamento, es decir de una narración realizada e interpretada sobre hechos ya sucedidos, que sacraliza y proyecta hacia el futuro una corta experiencia política anterior, y que en verdad fue muy poco exitosa y de muy corta duración. A esa historia, deformada y sacralizada a la vez, se le suma luego la voluntad política de secularizarse,que fue planteada inicialmente por el sionismo, en todas sus ramificaciones. El poder secular (sionista) sumado a una proyección sacramental de un texto, es lo que termina conformando el hiperjudaísmo de este mundo en creciente desorden político, cultural y estratégico.

El nacional-judaísmo y no el sionismo es la ideología dominante en Occidente en esta etapa de globalización capitalista, es decir de neto predominio del capital financiero. Ello es así por la gran importancia que le asigna “… la moral teológica judía a la ganancia pecuniaria propiamente dicha; cómo alienta de un modo significativo la tendencia a la acumulación puramente cuantitativa de valores desprovistos en sí mismos de toda calidad, sin relación con un bien natural cualquiera…” (Sombart, op.cit).

Es que no sólo el judaísmo está en el origen del capitalismo. Es asimismo la auténtica “superestructura” ideológica del globalismo, ya que: “El judío es partidario neto de una concepción liberal del mundo, en el que hay lugar, no para hombres vivos, para hombres de carne y hueso separados por diferencias individuales, sino para ciudadanos abstractos con derechos y deberes, un pueblo semejante a otro y constituyendo el conjunto la gran humanidad que no es más que la suma de las unidades desprovistas de toda calidad” (Sombart, op.cit.).

Los intereses del judaísmo convergen con los del supercapitalismo global en un hecho básico y decisivo: en el interés común por convertir a las naciones en elementos despojados de propiedades, carentes de poder, incapaces de identificarse. Ello refuerza de manera clara la presencia mundial del único Estado nacional que importa, del Estado creado “por orden de Dios”, el de Israel.

Norberto R. Ceresole


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