En 1967 ocurrió la famosa Guerra de los Seis Dias, una guerra en la que Israel asombró al mundo.
Partiendo de desventaja, con audacia e inteligencia vencieron sin paliativos al Eje árabe palestino en una breve contienda.
Breve pero dura, los ejércitos y gobernantes árabes y palestinos lo tenían muy claro: sería por su parte una guerra de exterminio. Afortunadamente perdieron y se evitó una autentica masacre de civiles israelíes.
La Vanguardia recoge en un magnifico articulo de Henrique Cymerman el ambiente de aquellos días:
“Judíos, preparaos. En unos días os mataremos uno a uno y liberaremos las calles de Tel Aviv, Haifa y Jerusalén”, lanzaba día tras día en hebreo el locutor de Radio Cairo en sus emisiones dirigidas al público israelí. Las amenazas resonaban en cada casa de Israel. Para entender lo que ocurrió entre el 5 y el 11 de junio de 1967, una de las mayores victorias militares de la historia en menos de una semana, es preciso conocer la atmósfera que se respiraba en Israel en las tres semanas previas, en la hamtana (la espera) cuando el país vivía una sensación de víspera de un nuevo Holocausto. Muchos de los menos de tres millones de israelíes de aquella época creían que, en una nueva guerra simultánea contra varios ejércitos árabes, el pequeño Estado judío, con tan sólo 19 años de vida y un ejército mucho más modesto que el actual, sucumbiría ante la maquinaria bélica egipcia, siria y jordana.
Un instituto estadounidense citado por The New York Times desveló la llamada operación Sansón: ante el miedo a la caída del tercer templo –o sea, la pérdida de soberanía israelí–, el fallecido general Yitzhak Yaakov encabezó una operación ultrasecreta en la que fue preparada una pequeña bomba nuclear que, en caso de que todo estuviese perdido, sería lanzada por orden del primer ministro en la colina de Abu Agila del desierto del Sinaí. La bomba, transportada en helicóptero, tenía como objetivo provocar la intervención de las superpotencias o frenar al presidente egipcio, Gamal Abdel Naser, en su ataque. Yaakov reveló que esperó la orden, pero que “gracias a Dios” nunca llegó. En cuestión de horas, los generales entendieron que la guerra sería mucho más corta de lo previsto… (continua)”
Fuente (y artículo completo): La Vanguardia