Los tres jueces de la Audiencia Nacional que podrían salir indemnes tras dejar escapar a un importantísimo narcotraficante son excelentes para establecer la diferencia entre los tontos de solemnidad y los tontos de referencia.
Los jueces liberaron con una fianza de cinco millones de pesetas a ese hombre para quien el fiscal pedía 65.000 millones de multa y varias décadas de cárcel: tontos de solemnidad; suponiendo que no fueran corruptos.
Cuando un medio informativo quiere defender algo desquiciado, como la causa de estos jueces, busca a personas de aparente autoridad, preferentemente catedráticos universitarios: hay que llamarles “nuestros tontos de referencia”.
Tontos no son, porque cobran; tontas son sus opiniones en tertulias o columnas, catecismos ideológicos de derecha o izquierda, y así, aparecen periodistas que del estalinismo pasaron a cantarle loas a Aznar, o profesores gochistas, como el sociólogo Enrique Gil Calvo, que consideran injusto no legalizar el matrimonio de un señor con su muñeca de látex.
En el caso de los tres jueces, el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez-Royo protagoniza una persistente campaña en El País: separarlos de su función por liberar al narco es ilegal y un agravio a la justicia.
Sus justificaciones para que esos tontos de solemnidad salgan incólumes, a pesar de su falta de sentido común, son de tontos de referencia.
Claro que si el corporativismo de otros jueces los exonera, entonces, reconozcámoslo humildemente, los tontos de solemnidad y de referencia seremos los ciudadanos.