Revista Psicología

Juego de dos

Por Rms @roxymusic8

He leído poco pero algo sobre la amistad. He escrito líneas pero no mucho sobre ella. He hablado de ella bastante pero no lo suficiente. He preguntado por ella siempre y he recibido cada vez respuestas de una forma. He pensado en ella y la he vivido en no muchas ocasiones.

Juego de dos. ¿Quién soy yo para elegir a un compañero de la vida? Cuando más se empeña uno, más difícil resulta. En ese empeño me refiero a lo contrario de dejar que surja de manera natural, encontrando esa persona en medio del camino entre el trabajo, los estudios, un viaje o un encuentro familiar, que es cuando quizá está previsto que surja. Porque también está claro que dos no discuten si uno no quiere, y en la amistad pasa un tanto de lo mismo: dos no son amigos si uno no quiere.

En este último párrafo hay un contradicción. ¿La amistad no se elige, nos elige? ¿una persona tiene amigos porque los busca, o por querer tener amigos los encuentra? Sea cual sea la cuestión, todas ellas nos llevan a otra más interesante y crucial, ¿qué sentido tiene la amistad en la vida de cualquier ser humano?

"Frater qui adiuvator a fratre quasi civitas firma"

Escuché y leí esta frase por primera vez hace seis años. Mis conocimientos sobre la fraternidad, caridad o amistad llegaban a lo que pueda vivirse en un instituto o colegio a una edad en la que poco puede afianzarse una base sólida, sí un comienzo. Depende del otro, por mucho que uno quiera, no avanza si la otra persona decide no dar un paso en la misma dirección. Aquella frase tiene una profundidad clara: el hermano que es ayudado por su hermano es como una ciudad amurallada (fortaleza).

El sentido de la amistad está adscrito a la naturaleza sociológica de toda persona: servir, dar, comunicarse con el otro, salir de uno mismo, pensar en los demás, hacer por el bien común. Así pues, conocí otra frase que me marcó una forma de vivir la amistad desde entonces: Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal.Venía en un extenso texto de la Madre Teresa de Calcuta. Pensaba en la amistad como una forma de amar y así me quedó claro en un artículo sobre los cuatro amores de C.S. Lewis.

Elegimos a nuestros amigos, pero muchas veces son ellos los que nos eligen a nosotros. Cuando nos toca elegir todo es mucho más fácil porque buscamos aquello que nos gusta, nos satisface y nos cubre una necesidad. Pensándolo así todo suena a egoísmo. Entonces, cuando nos eligen, están ayudándonos a olvidarnos de nosotros mismos para darnos de la misma manera que lo haríamos si hubiésemos escogido a la persona que queríamos por amigo. La pregunta ahora sería, ¿hasta dónde estamos dispuestos a darnos? Si elegimos o si somos elegidos.

Aquí es donde entraría un concepto que escuché hace menos de cinco años y llamó mi atención. La misericordia (meter en nuestro corazón las miserias de los demás, es decir, hacerse cargo). ¿La amistad no es precisamente misericordiosa? Tanto si elegimos a nuestros amigos como si aparece en nuestras vidas una persona diferente a nuestro pensar, decir o hacer, lo que importa es la relación personal que tengamos con ella, si buscamos un encuentro, un acercamiento. Si con el tiempo, es decir, con el trato, logramos mantener esa relación será porque así lo necesitamos los dos. Si por algún otro motivo esto no sucediera, no significa que no haya tenido valor esa persona en ese momento de la vida. Hay veces que esto pasa y no sólo una vez... hasta que duela. Duele porque nos excedemos, el fallo es no comprender al otro y el propio ritmo de la vida. Hoy no se entiende porque no somos dados a quedarnos sin lo que (pensamos) nos pertenece, somos poco generosos con la vida, el tiempo y las personas.

Es una cuestión a plantearse aunque mejor sería cuestión a vivir.


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