Revista Medio Ambiente
El viernes pasado bajé al atardecer a una de mis playas favoritas, la playa de L'Airín. No es una playa de arena, ni tiene chiringuitos ni sombrillas y la mayoría de las veces que vas no te encuentras a nadie. No se llega en coche, hay que bajar por un camino estrecho, pendiente y lleno de ortigas. Pero tiene algo que otras playas no tienen, tiene una luz diferente.
La marea estaba bajando y se iban descubriendo las rocas de la orilla mientras el agua jugaba entre ellas haciendo remolinos. El sol empezó a salir entre las nubes justo en el sitio que yo estaba esperando, entre El Fornón y la Figalera, en una estrecha franja entre las nubes y el horizonte. En unos minutos los colores empezaron a cambiar del naranja al rojo y la nubes grises se tiñeron de azul y luego de morado, mientras por unos instantes se fueron pintando las rocas húmedas de la orilla.
Casi sin tiempo para que me pudiera dar cuenta, el sol se hundió en la mar y los colores cálidos fueron dando paso a los fríos azules. La luz se fue apagando, eran las 22:30 y comenzaba la noche más corta de año. Mientras subía el camino por el acantilado aun se veía una estrecha línea rojiza en el horizonte.
NOTA: como siempre, haced click en las fotos si las queréis ver a mayor tamaño.