Ha terminado una de las series de televisión más emblemáticas de los últimos años. Después de 8 temporadas, y habiéndose convertido en un fenómeno mediático televisivo global, Game of Thrones llegó a su fin, no excepta de polémica.
Las primeras cuatro temporadas de Game of Thrones fueron una adaptación bastante fiel a los libros de George R.R. Martin (A game of Thrones, 1996; A clash of Kings, 1998; A storm of swords, 2000; A feast for crows, 2005; A dance with dragons, 2012), no obstante, a partir de la quinta cuando “el viejo George” se encuentra desarrollando su penúltima novela de la saga (The Winds of Winter), la serie dejó de depender del contenido de las novelas.
Esto evidentemente puso en alerta a medio mundo y lo que muchos pronosticaban como una crónica de una debacle anunciada, se hizo realidad. La serie fue decayendo en profundidad, consistencia del conflicto interior de los personajes principales y desarrollo gradual y verosímil de la trama.
Hay varias teorías sobre el punto y se ha hablado mucho sobre la impericia guionística de los creadores del show televisivo, D.B. Weiss y David Benioff. Y es que el despilfarro de trama y los llamados “agujeros de guion” saltan a la vista, con mayor evidencia en la octava temporada, hasta para el más neófito de los espectadores.
En 1921 el autor italiano Luigi Pirandello estrenaba en Italia por primera vez una obra teatral llamada Sei personaggi in cerca d’autore (Seis personajes en busca de su autor) que sería publicada luego en 1925. En ella, seis personajes tal como indica su título, van en la búsqueda de su destino, anhelando existir, consumar y manifestar su propio camino.
Otros, esta vez, cuatro personajes, noventa y ocho años después (incluso podría ser también seis) vuelven a la rueda, buscando su destino, algunos más perdidos que otros. Aria, Bran, Jon Snow y, por supuesto Daenerys, vagan por el camino de la trama buscando su Arco Dramático, al que anhelan profundamente tras habérselos robado de manera impúdica y aberrante.

Si en la obra de Pirandello los personajes necesitaban a su autor, porque buscaban una especie de autonomía existencial, rebelarse contra su dios o al menos cuestionárselo, acá en la serie de HBO, los personajes, lo que menos quieren es eso, les han torcido su destino. Vemos a Bran que extravía su rumbo y lo que menos parece ser es ser el Cuervo de tres ojos, se vuelve completamente insípido, y, sin embargo, termina siendo rey de Westeros.
Qué decir de Arya la temible asesina entrenada en la Casa de los hombres sin rostro que traza una lista para aniquilar, termina extraviada física y mentalmente en desembarco del rey sin cumplir una de las misiones más importante de su arco, matar a Cersei.
Ni hablar de Jon Snow, el anunciadísimo héroe, prometido, resucitado y consagrado en la batalla de los bastardos, no sin antes haber luchado como guardia de la noche y como bastardo Stark, ahora, una vez revelado el secreto de su ascendencia, Aegon Targaryen, completamente desaparecido, irreconocible extra entre los demás, sometido a la reina de los dragones a quien finalmente asesinaría, terminando relegado al lugar para los bastardos, prisioneros y traidores.
El camino sin sentido del cuarto personaje, Daenerys se ve reflejado cuando en un abrir y cerrar de ojos se vuelve una genocida, casi al final, la rompedora de cadenas, termina siendo la incineradora de detractores.

Todos juntos claman ahora que la trama está derramada y el tiempo nos hace reflexionar, donde quedaron sus arcos, donde se perdió esa construcción dramática de cada personaje que durante siete temporadas fue evolucionando para finalmente terminar en una especie de nihilismo narrativo. Ellos todavía buscan sus arcos, perdidos en una niebla ominosa en la peor larga noche de alguna serie de televisión jamás contada.
