Revista Salud y Bienestar
Capítulo V
Los laberintos dan lugar a multitud de juegos divertidos; para el que yo les propongo hoy, ni siquiera tendrán que levantarse de su silla.
Mientras están leyendo este párrafo, comiencen a girar su cabeza de izquierda a derecha, y después, de derecha a izquierda. Venga, no sean tímidos. Giren la cabeza diciendo no. Sigan leyendo y digan que no, cada vez más rápido. Más rápido. Más. No paren.
Si me han hecho caso, quizás comiencen a marearse. Para descansar un poco, dejen el no y pásense al sí. Arriba y abajo; arriba y abajo, mientras que no paran de leer este texto... ...un poco más... ...y ya lo dejamos.
Espero no haberlos mareado. Prometo no más movimientos de cabeza. Para cambiar, agarren la pantalla de su ordenador y muévanla cada vez más rápido de izquierda a derecha. Esto es más fácil si tienen un portátil, pero, si tienen demasiado apego a su ordenador, inténtenlo con un libro. ¿Consiguen seguirlo leyendo? ¿No? Prueben moviéndolo de arriba a abajo en lugar de de izquierda a derecha. ¿Tampoco? ¿Por qué pueden seguir leyendo cuando agitan la cabeza y no cuando agitan la pantalla? ¿Acaso los ojos no deben hacer el mismo movimiento en ambos casos?
Si leyeron el capítulo IV de esta serie, quizás recuerden que el equilibrio es algo complejo que depende de la vista, del oído y del tacto; sin embargo, no explicamos cuál es el papel del oído en esta compleja ensalada de sentidos.
El laberinto, la parte más posterior del oído interno, es el encargado de informar constantemente al cerebro de la posición y de los movimientos de la cabeza. El cerebro emite una serie de reflejos hacia el cuerpo y hacia los ojos. En nuestro caso, cuando movíamos la cabeza, los laberintos informaron de esta situación al cerebro, que dio las órdenes apropiadas a los ojos para que pudieran seguir fijando la mirada en el texto. Sin embargo, cuando lo que movíamos era el texto, el cerebro carecía de la información necesaria para prever hacia dónde dirigir los ojos para continuar leyendo.
El mecanismo que une el laberinto con los ojos se llama reflejo vestíbuloocular. El reflejo vestíbuloocular es estupendo. Funciona con los movimientos más complejos de la cabeza: giros, direcciones, aceleraciones, deceleraciones y cualquier forma que se les ocurra de poner a prueba sus cervicales.
La pérdida del reflejo vestibuloocular es, afortunadamente, un hecho muy raro, porque es altamente incapacitante. Por ejemplo, una persona que pierde este reflejo será incapaz de leer un libro a menos que lo haga con la cabeza completamente quieta. Tampoco podrá reconocer a las personas que van andando por la calle hasta que se detengan a hablar con él.
Recuerden que el laberinto y los movimientos del ojo están relacionados, porque lo necesitarán para el próximo capítulo de esta colección.
Foto: Laberinto del monumento al holocausto, Berlín.