Revista Cultura y Ocio

Juegos de la edad tardía - Luis Landero

Publicado el 14 marzo 2019 por Elpajaroverde
Me hubiera gustado publicar esta reseña un cuatro de octubre. Me tengo que conformar con que vea la luz el año que se cumplen treinta desde la primera publicación del libro que la inspira. No es mal homenaje para un libro que es un homenaje en sí mismo: homenaje a la vida, a los sueños no cumplidos y por tanto por cumplir, al adulto gris que todos somos y al niño que vive latente en nosotros; homenaje a la buena literatura como recurso del divertimento más puro.
El cuatro de octubre, no sabemos exactamente de qué año pero sí que estamos en la España franquista, es para Gregorio Olías algo así como el día D. Es el día de la batalla final; el día en que se cruzarán los dos planos de su existencia: el inventado y el real; el día para el que no está preparado pero hacia el que paso a paso, mentira a mentira, silencio a silencio, asentimiento a asentimiento, se ha ido dirigiendo, porque, como declara a su amigo Gil en una de sus innumerables conversaciones telefónicas, «dejarse llevar por la ignorancia es el modo más seguro de llegar a alguna parte [...] Es decir, adonde no se llega por el cálculo»,y ni por asomo calcula Gregorio Olías adónde le llevará el afán.
«El afán es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce. Eso es el afán». Eso amén de no sé si calificar como la maldición o la bendición familiar que Gregorio ha heredado de su abuelo, su padre y su tío.
Juegos de la edad tardía - Luis LanderoA vivir con el tío a la ciudad viene huérfano Gregorio de niño desde el pueblo. Eso empieza a recordar el Gregorio adulto ese cuatro de octubre cuando se precipita escaleras abajo huyendo de sí mismo o más bien de la criatura que ha creado, si acaso el uno y la otra no son dos caras de una misma entidad. Porque el cuatro de octubre no solo es el día de la verdad para el protagonista de esta disparatada historia, sino también la fecha elegida por Luis Landero en torno a la cual articula las tres partes de esta genial novela.
En la primera parte nos narra la infancia y la juventud de Gregorio; la vida con el tío, un personaje patético que inspira una profunda ternura; la timidez y la soledad; el primer enamoramiento que despierta su alma de poeta; el posterior conformismo y entrada a la edad adulta; la renuncia y olvido de los sueños juveniles, ese olvido que decía su tío ser una segunda muerte y un cierre definitivo de las puertas a la posteridad.
«Instalado otra vez en una tarde interminable, se preguntaba Gregorio si la felicidad no opone al aspirante otro esfuerzo que el de acostumbrarse al misterio de su monotonía».
En la segunda parte Gregorio es un hombre que lleva una vida monótona y anodina. Vive con su esposa y su suegra y trabaja como oficinista para una empresa de aceites y vinos. Desarrolla su trabajo en el sótano de la sede de la empresa sin ver a ningún empleado más desde el día en que lo contrataron. Así, día tras día y año tras año. Hasta que, un día, el desacostumbrado por nunca oído sonido del timbre del teléfono de la oficina irrumpe en su vida. Se trata de Gil, viajante en provincias de la empresa, quien se convertirá, por obra y gracia de la pluma de Landero, en un más que digno Sancho Panza del quijotesco Faroni (perdón, Gregorio, que de Faroni aún no os he hablado).
A partir de ese día Gregorio y Gil inician una asidua relación telefónica. Gil, soñador e insatisfecho con su propia vida e imaginando que Olías es un ser mundano, le demanda constante información sobre los cambios operados en la ciudad desde que él viviera allí. Gregorio, medio halagado en su vanidad porque «también él era débil y estaba indefenso frente al mundo» y un poco por no decepcionar a su interlocutor y otro porque comienzan a despertar en él sus sueños juveniles, inventa para Gil una ciudad de maravillas y prodigios y, no satisfecho con ello, se reinventa a sí mismo en Augusto Faroni, poeta y viajero, joven, apuesto y conquistador, e ilustre conferenciante en las tertulias intelectuales del rebautizado como Café de los Ensayistas. Los disparates, el surrealismo y la hilaridad están servidos y llegan a su puesta de largo tras culminar ese cuatro de octubre, pero eso ya se nos cuenta en la tercera parte del libro.
«Se iniciaba en la sospecha de que toda vida es al menos dos vidas: una, la real e inapelable, otra la que pudo ser y sigue viviendo en nosotros en calidad de ánima en pena, vagando por la memoria y creciendo en ella hasta adquirir indicios de independencia y realidad, disputando a la otra, a la primogénita, despojos del pasado, reemplazándola a veces en la posición de ese vasto territorio que es el olvido e instalándose en él como señor feudal: desolado, feroz, bufo y levantisco. Quizá la locura, o el afán, fuese la victoria del bastardo sobre el primogénito, pero en Gregorio no había ánimo de fratricidio sino reivindicación de bienes expoliados. Y algo grande había en aquella pretensión, pues si el crimen es malo y condenable, pero en casos de legítima defensa el juez absuelve, y en casos de guerra llega a ser heroico, también la mentira, como vivimos en guerra con el prójimo y con nosotros mismos, puede ser comprensible y hasta engendrar hazañas».

Juegos de la edad tardía - Luis Landero

Toledo. Kiosko en Zocodover. Fotografía de Ángel Sotomayor Rodríguez


La chaladura de Gregorio alcanza tal envergadura que Augusto Faroni llega incluso a publicar libro propio. Interpelado por un Olías reconvertido en biógrafo de Faroni, el maestro que lidera las tertulias en el Café de los Ensayistas valora dicho libro y yo hago suyas sus palabras pero no para referirme a la obra del ficticio poeta sino a esta que reseño de Luis Landero. Estas son:
«Muy hermoso. Atrevido. Ingenuo o extraño, no sabría qué decir.
[...]
Una curiosa y sofisticada pieza artística de la parodia popular.
[...]
Un libro notable. Extraño. Lúdico. Juvenil».
Juegos de la edad tardía me ha parecido una auténtica genialidad. Es de esos libros que uno se pregunta tras su lectura (y durante la misma) cómo ha podido vivir hasta ese momento sin haberlo leído, de los que aficionan a la literatura. No me extraña que se considere ya todo un clásico. Es una lectura tremendamente lúdica y que rezuma ingenio e inventiva a raudales pero que a la vez admite varios niveles para disfrutar y leer. Por ello mismo, aunque me ha divertido mucho también me ha provocado cierta tristeza. Porque Landero retrata y hasta caricaturiza magistralmente los seres tristes y grises en que nos convertimos cuando crecemos, temerosos de llegar a nuestros últimos años avergonzándonos de la vida malgastada. Reivindica la imaginación como arma para mentirnos a nosotros mismos pero haciéndonos sin embargo sentir más reales que nunca. Borda el dúo protagonista pero es que el resto de personajes que se pasean por su novela son unos nada despreciables caramelitos de sabor agridulce. Apela a la capacidad de soñar y de perseguir los sueños para que la sociedad progrese y a los ideales como motor de vida, pero nos plantea a la vez si la felicidad no estará en el constante trascurrir de esa vida sin sobresaltos, en aceptar y disfrutar de las pequeñas cosas que normalmente no nos detenemos a apreciar. Y en esa dicotomía en la que permanentemente vivimos y de la que magistralmente se ríe y se toma tan en serio Landero, ha de venir el bueno de Gil con su pensamiento de oro sobre la fábula del cuervo y el zorro a recordarnos que el cuervo pierde el queso por cantar y discurrir «que lo ideal sería asegurar el queso y graznar por las junturas». Sí, Juegos de la edad tardía es tremendamente lúdica pero también tremendamente lúcida, y nos muestra con ambages, de los que disfrutamos y mucho, «que la mayoría de los hombres no son fuertes ni débiles, sino mezcla de ambos», «ni son buenos ni malos, sino más bien capaces de la mejor hazaña y de la peor ignominia».
«Recordó así que en su juventud había dedicado un romance a inquirir dónde quedaría el Paraíso, si en el pasado o en el futuro, si sería un remoto jardín que habíamos perdido para siempre o una ciudad con polideportivos y avenidas aéreas, y si estábamos condados por tanto a la esperanza o a la nostalgia. «Somos el joven que pregunta y el viejo que contesta o calla»». 
Juegos de la edad tardía - Luis Landero
Tengo además la sospecha de que el autor extremeño se divirtió de lo lindo con el ingente trabajo que le debió suponer escribir esta novela. No sé si soñaría en algún momento durante su escritura con el éxito y la buena acogida que tuvo su irrupción en el panorama literario español con esta primera novela, pero me parece, más que de justicia divina, de justicia poética, el hecho de que el autor, recién entrado en su cuarta década de vida, década por la que también transita y más adelantadamente Gregorio Olías, demostrase precisamente con esta novela y este personaje que la suya no era una edad tan tardía para empezar a jugar.
A Luis Landero lo conocí hace ya casi cuatro años con su maravilloso libro de memorias El balcón en invierno y, aunque no solo me encantó como escritor sino que desde entonces siento una especial simpatía por él, inexplicablemente no he vuelto a leer nada suyo hasta ahora. He tenido que cruzarme accidentalmente con una edición añeja de este libro en el rastro dominical de mi ciudad hace escasos meses y ceder sin mucha resistencia a mis impulsos de llevármelo a casa para volver a reencontrarme con él. El título lo conocía de oídas y sabía que estaba bien considerado pero no tenía mucha idea de qué iba este libro y el ejemplar en cuestión se presentaba sin sinopsis. El auténtico milagro, o jugarreta de la vida, ha sido encontrarme con un libro muy diferente al anteriormente leído pero con un Landero no tan distinto. Juegos de la edad tardía, sin ser para nada un libro autobiográfico, hace varios guiños a la biografía de su autor, y el Landero de este libro es al Landero de El balcón en invierno lo que Augusto Faroni es a Gregorio Olías.
«...y se adentraba en los placeres y riesgos de la invención, le maravillaba comprobar que si alguien decide mentir sobre él mismo, apenas podrá inventar nada (si el engaño es sincero) que no estuviese ya sugerido en su pasado, que de algún modo no sea una verdad en lo más profundo de sus convicciones y deseos».
Sé que es bien probable que a muchos de vosotros no os esté descubriendo nada nuevo pero, qué queréis que os diga, yo estoy como niña con zapatos nuevos con mi descubrimiento. Qué digo: estoy como niña con cuento nuevo. O, mejor aún: estoy como niña con ese cuento favorito que no deja de leer una y otra vez sin cansarse de la repetición. Y creo que esa es la verdadera grandeza y prodigio de este libro: que nos permite leerlo y valorarlo desde la perspectiva adulta pero volviendo a hacernos disfrutar de esa manera tan plena en que solo lo hacemos de niños. Son los poetas los únicos que no dejan nunca de mirar como un niño y por ello, tal y como se justifica Landero por boca de Olías, «el poeta siempre dice la verdad, aunque mienta». Y, por ende, si nosotros lo creemos a pies juntillas es «porque todos en el fondo somos poetas».
Sé, también, que es bien probable que si ya habéis leído este libro estéis sonriendo al leer mi reseña, y no por mis dotes narrativas sino por lo que os estará inspirando el recuerdo de la lectura de esta novela. Señal de que ciertos locos entrañables fanáticos del afán no han caído en el olvido y sí alcanzado la gloria. Señal también de que Luis Landero, que afortunadamente sigue bien vivito y en activo para alegría y disfrute de sus lectores, ya se ha ganado la suya propia porque su Faroni, que ya es más nuestro que suyo, «sigue viviendo en nuestra memoria, y después de nosotros vivirá en la memoria de las generaciones futuras».
«-¿Qué es la vida, señor Faroni?
-Un sueño. No -[...]-. Mejor un juego».

Juegos de la edad tardía - Luis Landero

Don Quijote y Sancho en la Diputación. Fotografía de Gabriel Villena


Ficha del libro:*
Título: Juegos de la edad tardía
Autor: Luis Landero
Editorial: Cátedra
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 776
ISBN: 978-84-376-3816-4
*Os dejo los datos e imagen de portada correspondientes a la última edición publicada de Juegos de la edad tardía. El ejemplar que yo he leído es una edición de Planeta de 1996 de su colección Nuestros clásicos contemporáneos.
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