Al igual que los juegos de lenguaje, los significados de una palabra también constituyen una familia. Para formarnos un concepto en torno a esa palabra habrá que tener en cuenta a todos los miembros de su familia, es decir, habrá que observar y tomar buena nota de todos los usos de la palabra, pues, de otra forma, nuestro concepto va a pecar de simplón y en ese caso puede ser que, en lugar de alumbrar, nos ciegue. Al fin y al cabo, así aprendemos las palabras. Habrá que preguntarse: ¿cómo hemos aprendido el significado de la palabra bueno?, ¿mediante qué ejemplos?, ¿en qué juegos de lenguaje? Entender la palabra bueno implica saber cuándo y cómo usar oraciones como "esta paella está buena" o "este picasso es bueno" y distinguir entre "mi hermana es buena" y "mi hermana está buena". Nuestro concepto de "bueno" debe recoger todos esos usos de la palabra y muchos más. ¿Cómo logramos hacerlo? Aprendemos el concepto en el lenguaje, en juegos de lenguaje concretos, como el de la valoración estética en la clase de Historia del Arte o el de la cocina de la casa familiar. A lo largo de toda nuestra vida, en todos los contextos, somos adiestrados en el uso del lenguaje, en sus reglas. Y quien nos adiestra es el propio lenguaje, a través de todos sus ejecutores. Si hubiera que señalar un dios en la filosofía del segundo Wittgenstein sería la gramática. Aunque probablemente sería más correcto hablar de dioses, las reglas del lenguaje, y entonces la gramática sería la única teología posible.
Fragmento extraído de La consciencia del límite, de Carla Carmona.
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