Una cosa es comer, tener buenos hábitos, probar alimentos y variedad de comidas, y tener en general una alimentación sana y equilibrada, y otra distinta montar una fiesta en la mesa entre tenedores y platos. Los pequeños padawanes comen relativamente bien, salvo la mala tarde que tiene cualquiera. Aún recurrimos de vez en cuando a los purés y comidas trituradas, pero cada vez más comen platos normales. Y de todo. Desde la socorrida pasta o las patatas fritas hasta ensaladas, pescados, o incluso caracoles. O el cacolate. La pequeña Leia tiene mejor boca, es más proclive a probar cosas nuevas, y le gusta siempre todo. Un mediodía nos sorprendió pidiendo un tomate aliñado. Luke es algo más tiquismiquis, y nos cuesta horrores que coma fruta como no sea triturada, por ejemplo.
El caso es que esta semana hemos estrenado sillas, unas pequeñas de Ikea, y le hemos dicho adiós –espero que definitivamente– a las tronas. Aún son pequeños, pero la mesa que tenemos en casa es bajita, así que con las sillitas nuevas llegan perfectamente. Y les deja mayor libertad de movimientos y posibilidades de interacción –¡qué peligro!–, entre ellos y con el resto de la mesa. Se sientan, imitando lo que hacemos nosotros, y por el momento las han aceptado de maravilla. A ver lo que dura.
Hace un par de días tocaba experimento. Comida nueva: puré de patatas con salchichas frescas al vino. Nada complicado ni demasiado extraño. Los padawanes se pusieron sus baberos –¡benditos baberos plastificados!–, se sentaron como dos personitas en miniatura, y empezaron a comer. Asombroso, todo controlado. Miedo me daba hacer ruido y romper la magia. Después de vigilarlos un rato me fui a la cocina, y al cabo de un un par de minutos, empiezo a escucharlos reirse. Primero un poco, y luego a carcajadas. Salgo a ver qué es lo que ocurre, imaginándome ya todo lleno de puré, las sillas por el suelo, y la comida chorreando por la pantalla de la tele o las cortinas. Y me los encuentro sentados en las sillitas, mirándose de frente, y dándose de comer el uno al otro. Y a cada tenedor con puré o salchicha que Luke o Leia metían en la boca del hermano, una nueva carcajada... Hasta que no pude evitar empezar a a reírme yo también.
Al final acabaron comiéndoselo todo, entre risas de los tres. Lástima no haber tenido reflejos para grabarlo en vídeo, y que los viera la Maestra Jedi. Fue uno de esos momentos que te reconcilian con "los terribles dos años", que también pueden ser geniales.
¡Que la Fuerza os acompañe!