Sebastian, sin tilde en la "a", es un joven de dieciséis años tímido y algo introvertido. Marcado por la ausencia de su padre y por la muerte de su hermana, ve en los videojuegos un magnífico refugio. Pese a lo que pueda parecer, es un chico bueno, honesto, amigo de sus amigos y que quiere, por encima de todas las cosas, a su madre, a quien se siente injustamente atado, pero sin la que no podría vivir.
Su afición a los juegos le ha llevado a ganar dinero: prueba nuevos productos, casi todos videojuegos militares, y recibe una suma por cada partida en la que sale victorioso. Digamos que hay dos "Sebastian", el real y el virtual. Sin embargo, lo que el protagonista no sabe es que su álter ego que pilota aviones y dispara mata en realidad, es decir, que lo suyo son más que juegos.
Y esta es la principal baza de la novela con la que Ricardo Gómez se alzó con el XIII Premio Alandar: el lector conoce lo que hay tras la pantalla, sabe que Sebastian está matando a personas inocentes, y eso es lo interesante, pensar qué haría el protagonista si lo supiera, ver cómo su vida, la de un chico normal y corriente sigue su curso, mientras que a miles de kilómetros la gente es asesinada impunemente, porque sí.
En el libro, por un lado tenemos a Sebastian, que nos cuenta directamente cómo se introdujo en el mundo virtual y cómo son su familia y amigos; por otro lado tenemos a un narrador en tercera persona que nos sitúa en la base militar, desde donde controlan los movimientos del personaje principal y le envían misiones, haciéndolas pasar por juegos normales y corrientes, y en el poblado que está siendo atacado. Estos últimos capítulos, aunque son iguales de breves que los otros, están señalados además, con otra tipografía, una letra cursiva.
Sin duda el planteamiento es llamativo, es una trama que da que pensar, y que a mí me ha recordado mucho a El juego de Ender, de Orson Scott Card, pues ambas obras guardan una gran similitud, por eso, aunque es original, no me ha sorprendido tanto como cabría esperar.
La novela está bien escrita, y las páginas se pasan volando; es ágil a pesar de sus diálogos en estilo indirecto, y no cuenta con un final al uso, pero resulta muy coherente, es un "desenlace" perfecto que invita aún más a reflexionar. Juegos, inocentes juegos es un libro recomendable, muy interesante para trabajar en clase con alumnos a partir de los catorce años.
Por cierto, otro premio Edelvives que me gustó y me sorprendió fue El juramento de los Centenera, de Lydia Carreras de Sosa, libro que leí en 2009, y que aún recuerdo.