Revista Cultura y Ocio

«Jugadores», de Pau Miró

Publicado el 29 agosto 2014 por Juliobravo
«Jugadores», de Pau Miró
Descubrí a Pau Miró el día de la presentación de su obra «Llueve en Barcelona» -una obra incómoda y contundente- en el teatro Valle-Inclán, en enero de 1989. No le conocía, y me llamaron la atención la coherencia y claridad de su discurso, así como sus ideas teatrales, llenas de frescura e interés. No recuerdo haber vuelto a ver nada más suyo programado en Madrid (en Barcelona sí ha estrenado varias obras) hasta este «Jugadores», con el que los teatros del Canal han habierto su temporada.

«Jugadores» es una apuesta segura. Se trata de un magnífico texto servido por cuatro magníficos autores -Luis Bermejo, Jesús Castejón, Ginés García-Millán y Miguel Rellán), y no es difícil augurarle un gran éxito durante su su estancia en Madrid y en la gira posterior. Pau Miró nos presenta a cuatro hombres que sitúa más allá de los cincuenta, y los reúne en la gastada cocina del piso de uno de ellos. A través de sus conversaciones (dúos, tríos, cuartetos), nos enteramos de que uno es barbero, otro de ellos actor, el tercero enterrados y el último profesor de matemáticas. Este, precisamente, ha tenido un grave altercado con un alumno, al que ha provocado un traumatismo cranencefálico y va a ser procesado. La obra arranca horas antes de la celebración del juicio, y los otros tres van a acompañarle.

Pau Miró ha escrito un texto apasionante, desganado y perezoso, pero también áspero y rugoso. Los cuatro personajes no son amigos; parece unirles, además de su afición (adicción más bien) al juego, una necesidad común de compañía. En aquella cocina encuentran un refugio para sus problemas, un terapéutico alivio ante sus vidas grises y fracasadas. El autor dibuja a cuatro hombres perdidos en la vida, amarrados los cuatro a una cordada con la que pretenden evitar, o al menos aligerar, la cuesta abajo en que se ha convertido su existencia. Es una comedia amarga y lastimera sobre cuatro corazones sin freno y marcha atras (parafraseando, casi, a Jardiel Poncela), con giros y sorpresas disparatadas, que desembocan en un surrealista e inesperado final.

El mismo autor dirige la función, que cojea precisamente por ese lado. El Pau Miró director no está a la altura de su espléndido texto, y no consigue que el correcto espectáculo consiga la temperatura adecuada, con alguna pérdida de tensión y de ritmo. Y ello a pesar de contar con un elenco sobresaliente y afinado. Ginés García Millán me gustó especialmente; acostumbrado a trabajar papeles de «galán maduro», en el sentido más amplio de la palabra, asume aquí el personaje del enterrador, enamorado de la prostituta a la que visita habitualmente; es el más sensato del cuarteto y, al final, el más resuelto. Jesús Castejón otorga a su barbero la humillación, patetismo y ternura que tiene el personaje; y Miguel Rellán convierte su profesor de matemáticas en un traje a medida, y parece que lo hubieran escrito para él. A Luis Bermejo, un fantástico actor, le noté un tanto vacilante y desconcentrado en este estreno; a pesar de ello, brinda gotas de calidad que seguro que irán creciendo con el paso de las funciones. 



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