A Julia le gustaban los domingos especialmente sus mañanas, algo poco frecuente entre las chicas de su edad, más dadas a dormir después salir toda la noche. No es que no le gustase salir, al fin y al cabo tenía 27 años, pero también le gustaba la sensación de levantarse, y contemplar el mar desde la ventana de su apartamento, con una taza de café caliente en las manos.
Julia sabía que era una privilegiada con respecto a muchos jóvenes de su edad, había recibido una buena educación primero en los mejores colegíos de su ciudad y después en una buena universidad de la capital. La genética también había sido benevolente con ella, no es que fuese una belleza escultural, pero sus ojos marrón verdoso y su media melena color azabache, ya habían roto algún corazón, entre ellos el del hijo de Susana, una antigua compañera de clase de su madre. Quién le iba a decir a ella, que sería precisamente Susana, quien le presentaría a Luis. Susana ya no era santo de devoción de su madre, si se enteraba de aquello la odiaría de por vida.
Mientras sorbía el café y su vista se perdía en el mar, pensaba en todo aquello, sus padres la tenían por una chica revolucionaria y rebelde. Ella sabía que no era así, ni pretendía ni quería revolucionar nada, solo quería escoger en cada momento la opciones que la vida le iba ofreciendo. A su edad su madre ya se había casado con su padre, los dos recién licenciados en derecho de echo se habían conocido en la facultad, pero ella nunca había ejercido. Su madre se llamaba Julia, como ella, a sus 51 años era una mujer feliz era la matriarca de la familia y un referente del círculo social en que se movía. Su padre un abogado de éxito, preocupado por los negocios y en mantener el alto ritmo de vida de la familia.
Julia era consciente que ciertos lujos se los podía permitir gracias, a algún ingreso extra de su padre y a que no pagaba un duro por aquel pequeño apartamento, por eso nunca se quejaba, ni cuando las cosas no salían como ella quería, tenía muchas amigas que no podían ni platearse salir de casa de sus padres con lo que ganaban, y aun así no llegaban a final de mes. A pesar de ello, no quería ser como su madre, ya había tenido algún novio que hubiese encajado perfectamente en aquel universo pequeño burgués de provincias. Como Rafa un recién licenciado en ADE de buena familia, con el que había durado poco menos de un año, en ese periodo de tiempo, Julia ya se percatado de que el objetivo en la vida de Rafa era la posición social, hasta cuando follaban tenían que hacerlo según el protocolo. Solo follaban en días señalados como sábados y vísperas de festivos, eso sí, siempre después de una cena romántica en la que Rafa no paraba usar palabras como viabilidad, emprendimiento o valor añadido, justo esas palabras que una chica necesita oír para mojar sus bragas. Después acaba en un hotel abierta de piernas con el encima bombeándola como si estuviese hinchando un balón. Un día Julia le insinuó que le comiera el coño, aquella insinuación tuvo dos consecuencias, una buena y otra mala, la mala es que la lengua de Rafa le dejo insensible el clítoris toda la noche, y la buena es que a los pocos días Rafa la dejo. Con el tiempo, supo que aquella petición no fue del agrado de su ex novio, la futura madre de sus hijos no debería tener unos deseos tan lujuriosos como aquellos. Por supuesto no todas sus parejas habían sido iguales, aun así por las prisas propias de su juventud y la de sus amantes, no le habían permitido disfrutar plenamente del sexo.
Con Luis todo era distinto, sabía que aquella relación era imposible que se mantuviese en el tiempo, ambos lo sabían aunque nunca se lo habían confesado, pero cuando follaban sabían que aquella podía ser la última. Sus sesiones de sexo no tenían hoja de ruta, no seguían el ceremonial de cortejo, calentamiento, climax. La primera vez que follaron casi se corrieron con los abrigos puestos, y tras una breve cita en un bar en el que no estuvieron más 15 minutos, se fueron a su apartamento.
A Julia le gustaba llevarlo al límite y parar de repente solo para oírle decir “eres una hija de puta, siempre me haces lo mismo”, después se sentaba encima clavándose la polla, pegándose todo lo que podía para sentirlo dentro, mientras su lengua se perdía en la boca de aquel hombre de 50 años, que había sido compañero de colegio de su madre.
Por supuesto nunca tuvo que insinuarle nada, desde el primer día, Luis parecía que sabía lo que ella deseaba que le hiciese en cada momento. Un breve cruce de miradas, y poco después, la lengua de Luis recorría su pubis inventando todas las diabluras posibles en su sexo, aquello era el preludio de un brutal orgasmo y el inicio de una sesión de sexo donde ambos se entregaban al placer durante horas.
Julia observo su reflejo en la ventana vestida con su vieja camiseta de los Guns N’ Roses y unas braguitas blancas, tras ella Luis observándola desnudo sobre la cama. Se dio la vuelta y sentó en borde de la cama, con su dedo índice recorrió el pubis depilado de Luis, ella misma se lo había depilado la noche anterior, el tacto era suave, y su dedo se deslizo con facilidad desde el abdomen hasta el inicio de su polla, siguió subiendo por el tronco de su miembro, dibujando aquellas gruesas sus venas con la yema de su dedo hasta llegar al inicio del capullo, sobre esa delicada piel paso el borde de su uña bajo la atenta mirada del compañero de clase de su madre.
Las campanas de la Iglesia de la Colegiata repicaban llamando a los feligreses a acudir a misa de 12, las voces de los primeros clientes de los bares del casco viejo empezaban a oírse mientras Julia acariciaba la polla de un hombre que casi la doblaba en edad, tenían todo el domingo para ellos y aquel iba a ser el primer polvo de la mañana.
Otras historias de Julia
- Creo que no me he equivocado
- La intensidad que te marca la urgencia
- Una fuerza demasiado poderosa como para resistirse