Cuando el jueves pasado un hijo de Satanás convirtió su furgoneta en una guadaña con la que fue segando vidas inocentes por La Rambla de Barcelona, quedó tendido en el suelo el cuerpo de un pequeño niño moreno con la pierna quebrada en una posición imposible y sangrando abundantemente por la cabeza. Harry Athwal, un británico de 44 años lo vio e intentó auxiliarlo, contraviniendo las instrucciones de los policías quienes, por seguridad, le ordenaron que se se pusiera a resguardo. Pero Harry no obedeció para intentar socorrerlo, aunque enseguida notó que el pequeño no tenía pulso. Aún así se quedó a su lado llorando mientras lo acariciaba porque según dijo: “No iba a dejar a ese niño solo en medio de la calle”.
Imágenes de ese angelito las hemos visto en varios medios de comunicación, y en Twitter el injustamente censurado @VerdadesOfenden inició una campaña con el hashtag #BarcelonaChildren para intentar averiguar su estado. Su fotografía traía a la memoria la de otro niño, Aylan Kurdi, el inmigrante kurdo que apareció ahogado en una playa turca en 2015. La imagen de Aylan dio la vuelta al mundo y hasta U2 modificó la letra de una canción en su memoria. En el primer aniversario de su muerte, Pablo Iglesias organizó un homenaje en las escalinatas del Congreso de los Diputados y el padre Ángel lo convirtió en el niño Jesús del belén de la parroquia de San Antón.
Pero pese al parecido de las dos fotografías su difusión no es equiparable porque al Aylan de Barcelona lo han escondido. Las autoridades dicen que nadie debe enterarse, al ver una imagen en los medios de comunicación, de que un familiar ha sido víctima de un atentado, y que deben ser ellos, con el apoyo psicológico adecuado, los que informen. Por eso piden que no se difundan imágenes identificables hasta que lo hayan hecho. También hay quienes opinan que tampoco deben difundirse después porque causan sufrimiento a sus familiares y a las víctimas de otros atentados, haciéndoselo rememorar. Yo, como muchas asociaciones de víctimas del terrorismo, no comparto este segundo criterio. Creo que estas imágenes deben difundirse para informar y concienciar a la sociedad de la realidad a la que nos enfrentamos. Eso es hacer periodismo, contar lo que ocurre por desagradable que sea.
Pero existe un tercer grupo más numeroso que cambia de criterio en función de la bastarda utilización que puedan hacer de unas imágenes u otras. Así, cuando el muerto es un inmigrante ahogado en una playa o un palestino de Gaza, difunden la imagen hasta la extenuación, para intentar que la opinión pública se muestre favorable a la inmigración y contraria a Israel, respectivamente. En cambio si el asesinado ha sido víctima del terrorismo islamista, llenan las redes sociales con fotografías de gatitos para evitar que se vean las que muestran con crudeza la guerra a la que occidente se enfrenta. El Aylan de Barcelona ya tiene nombre, se llamaba Julian Cadman, tenía sólo siete años y doble nacionalidad británica y australiana. Paseaba con su madre cuando ambos fueron arrollados. Estaba identificado desde el principio pero había que esperar a que su padre llegara desde Australia para comunicárselo. Julian no merece menos homenajes que Aylan. Si uno se convirtió en la imagen de la lucha contra las mafias que trafican con seres humanos en el Mediterráneo, el otro debe ser símbolo de la resistencia frente al terrorismo islamista. No puede haber dos varas de medir ni dos clases de víctimas. Descansa en paz Julian, que tu muerte no sea en vano y sirva para despertar conciencias contra tus asesinos.
Tomado de OK Diario el día 23 de los corrientes.