Publicado por Rober Cerero
Hoy es un día triste para mí, porque a nadie le gusta hablar del fin de dos de sus ídolos, de la decadencia de dos de sus grupos favoritos. Pero también para vosotros, porque voy a daros muy malas noticias, a intentar abrir los ojos a los que aún están ciegos, que cada vez son los menos. Y, por supuesto, también para la música en general –al menos para el rock y el indie-, porque ha perdido a dos de los estandartes de los últimos diez o quince años.
Hoy es el día en el que anuncio oficialmente la defenestración musical de The Strokes y de Arctic Monkeys. No, no es que desaparezcan como bandas, pero, para lo que pueden ya ofrecernos, más les valdría hacerlo. Mejor terminar ahora, cuando todavía guardamos más buenos recuerdos que decepciones, que seguir agonizando en los escenarios y publicando la primera ida de olla que les cruza por el cerebro.
Fans incondicionales de los neoyorkinos y de los de Sheffield (no, no tengo ni puñetera idea de cuál es el gentilicio de Sheffield): preparaos para asumir una dolorosa verdad o para boxearme de lo lindo.
Sábado 30 de mayo, Barcelona. Está servidor a eso de las 11 de la noche en el concierto de Interpol, en pleno Primavera Sound, disfrutándolo sólo a medias. Pero no porque el grupo no estuviese actuando bien, no, sino porque quedaba poco más de media hora para que, en el escenario de enfrente, Julian Casablancas, Albert Hammond Jr. y compañía comiencen su show. El plato fuerte del Primavera, The Strokes, está a punto de ser servido.
Por fin, tras 15 minutos de retraso –para algo son estrellas del rock- y haber decido pasar del final de Interpol, se apagan todas las luces, se acalla la música ambiente y las gargantas empiezan a rugir: ahí están, 5 señores han salido de la nada y están comenzando a tocar los acordes de Machu Picchu, ¡empieza Strokes! Entonces las cámaras enfocan a un tipo con el pelo rojo, con un peinado de los que te hacen gratis en las academias de peluquería y pinta de haberse merendado un rinoceronte, adoptando por cierto su forma. Un tipo que tiene un aire a Julian Casablancas, cantante de Strokes, pero que no puede ser él, ¡venga ya! Y entonces el tipo se lleva el micrófono a los labios y empieza a cantar –o, al menos, a intentarlo-. ¡Y una mierda, que es Julian!
De esta guisa se presentó el bueno de Julian Casablancas
Pero, handrajosismos aparte, Julian estuvo aproximadamente hora y cuarto ganándose a pulso la ira de mis dedos al escribir este artículo: las sospechas que ya me asaltaron en el FIB 2011 parecían confirmarse, lo que no quise o no pude notar hace cuatro años, nervioso como estaba por ver a uno de mis grupos favoritos por primera vez en mi primer gran festival, eran ya una innegable realidad: el cantante de The Strokes ha perdido toda su voz –si es que alguna vez la tuvo- y sus ganas de vivir. Enganchado a los efectos distorsionadores de su micro –y vaya usted a saber a qué otras cosas entre bastidores y en su vida privada-, se acabó aquello de llegar alto (ya quedó patente en los falsetes de la primera canción), de cambiar de registro cuando la canción lo requiere y de derrochar la energía que merecen sus temas.
Y lo peor es precisamente eso, con un setlist cargado de auténticos hits, porque no se dejaron ni uno sólo, los conciertos de Strokes podrían ser espectaculares. Y más aún teniendo una banda detrás que siempre cumple en directo, pero que se resigna y se deja llevar por la actitud mustia de su frontman. Esa actitud, en la que era el público el que parecía querer animar a los artistas y no al revés, unida a que el 90% de los temazos se dejaron para el tramo final, hicieron que miles y miles de personas tuviesen la primera media hora de concierto para empezar a asumir que los neoyorkinos ya no son lo que eran, que ya dieron todo lo que pudieron dar y que, los que en 2001 fueron considerados como los salvadores del rock, están pidiendo a gritos que alguien les salve de sí mismos, o quizá sólo de su cantante, Julian Casablancas. No en vano, el guitarrista y cantante –e hijo de gran gibraltareño- Albert Hammond Jr, declarase hace algunos días que ya no habrá música nueva de The Strokes.
Cierto es que, como digo, siguen teniendo en su haber un repertorio de auténticos genios con el que pueden maquillar cualquier actuación, por mediocre que sea: Reptilia, Someday, Last Nite, Undercover of Darkness, You Only Live Once, Take It or Leave It, New York City Cops… Pero eso no es suficiente: no vale dejar que el público cante más alto que tú (para hacerle un favor a todos) y dé rienda suelta a pogos varios; porque, una vez que los niveles de adrenalina post-estribillo vuelven a los niveles normales, la realidad te pega un revés en forma de sentencia de muerte: Julian Casablancas, con su falta de voz y su actitud apática y aburrida, se ha cargado a los Strokes.
Y aquí está la prueba de ello, la actuación completa de Strokes en el Primavera Sound:
Pero, tristemente, no es el único caso de cantante, compositor y genio del rock que destroza a su banda, qué va. En distintas circunstancias pero con un mismo resultado, el señor Alex Turner ha dedicado dos años y disco y medio en cargarse lo que con tanta maestría llevaba creando desde 2002: Arctic Monkeys.
Esta vez no es, como en el caso de Casablancas, por su dejadez personal ni por el daño irreversible de sus cuerdas vocales, no. Esta vez es por una suerte de complejo elvispreslístico y un salto al lado oscuro que ni el mismísimo Anakyn Skywalker. ¿Os acordáis de aquélla arrolladora banda inglesa desgreñada que no paraba quieta en el escenario? ¿Recordáis a ese batería que hacía redobles imposibles enfundado en un chándal Adidas y con semblante búcaro-gitano? Pues ya podéis ir diciendo adiós, porque todo eso pasó a ¿mejor? vida.
Os hablo también desde la experiencia personal, no os creáis que hablo por hablar. Julio de 2014, escenario principal del Optimus Alive (ahora NOS Alive). El preludio es similar al de Strokes: ansias infinitas por ver a uno de mis grupos favoritos –y de cientos de miles de personas más-, al que tampoco veía desde ese FIB 2011, del que guardaba un recuerdo inmejorable y del que se esperaba un vendaval sobre el escenario. Nada más lejos de la realidad.
Salen los monos árticos, haciendo honor a su nombre, con chaquetas de cuero y pantalones largos, como si eso no fuese Lisboa y no estuviésemos en verano. Todos más o menos iguales y todos más o menos repeinados cual James Dean, pero con tupé y maneras de Elvis Presley. Y digo todos, incluyendo a Matt Helders, el batería, que iba en camiseta pero sin chándal Adidas. He aquí el primer adiós: a ese porte marrullero digno de merodeador de estaciones de bus (por parte de Matt), y a esa estética niñatera y antisistema a la que nos tenían acostumbrado los chicos de Alex Turner.
Sí, en este serio señor se ha convertido ahora Alex Turner
Pero, una vez más, no vamos a juzgar a un cantante por su aspecto, ni mucho menos. Vamos a hacerlo por su voz y por su comportamiento en lo alto de un escenario. El primer requisito lo cumple: la voz de Alex sigue siendo impecable. El segundo… Ay, el segundo…
Vamos a ponernos en situación: los Arctic venían presentando su último disco, AM, que venía a reafirmar lo que ya apuntaba Suck It and See: un cambio de estilo, un sonido mucho más oscuro, más lento, con letras más serias y mucha menos alegría y energía. Pero, oye, ‘esto es un festival, no es un concierto más de su gira de presentación. Aquí hay cientos de miles de personas deseosas de corear sus temazos de siempre’. Esta frase, o cualquiera que se le pareciese, podía escuchare en boca de cualquier asistente al Optimus ante cualquier comentario de mal agüero que recordaba sus aburridas últimas giras. Y tenía lógica, ¿no?
Pues no. O al menos Alex Turner no lo veía así. Más preocupado de no de peinarse que de interactuar y hacer bailar al público, el cantante y guitarrista (y ahora también pianista) decidió plantar un setlist en el que el 90% de las canciones pertenecían a sus dos últimos trabajos (sí, el primero en el que un joven Skywalker tiene la picha echa un lío, y el segundo en el que ya es todo un Dark Vader). I Bet You Look Good On The Dance Floor, Fluorescent Adolescent, Dancing Shoes y Brianstorm fueron las únicas ‘supervivientes’ al negrísimo repertorio aquélla funesta noche. Bueno, al menos con esas cuatro, sobre todo con las dos primeras, el público pudo descargar toda la adrenalina y el nuevo y adulto Alex recordar al antiguo y niñato Alex, ¿no? Pues no. Las tocaron ralentizadas, las convirtieron en canciones aburridas, dejaron a miles de personas haciendo el robot, queriendo saltar y montar pogos sin poder hacerlo.
Atrás quedaron los tiempos en los que un concierto de los Arctic era sinónimo de saltos, pogos y bailes
En general, lo que podía haber sido un espectáculo perfecto para amigos brutos y un poco animales –como fue el de 2011- se convirtió en un tranquilo concierto para parejas. Y, como yo no tengo de eso, reconozco que me fui 5 minutos antes del final, enfadado con Alex Turner, con Arctic Monkeys y con el mundo entero –exactamente igual que hizo mi amigo Pablo el otro día en el Primavera con el concierto de Strokes).
De nuevo, no hablo sin aportar pruebas. He aquí la actuación de los Arctic en el NOS Alive:
Porque, queridos Julian Casablancas y Alex Turner, no está nada bonito esto que estáis haciendo. No podéis cargaros las esperanzas, alegrías e ilusiones de cientos de miles de fans. No podéis matar algo por el simple hecho de que es vuestro. Porque ya no es vuestro, sino de todos; de todos los que compramos los discos, los que vamos a vuestros conciertos. Se siente, no haber creado semejantes obras de arte.
Pero tranquilos, tranquilos, que ya os lo devolvemos; volvemos a daros la propiedad de vuestros grupos, porque no queremos ser partícipes de su lenta agonía. Preferimos recordarlos como aquéllos grupazos con los que hemos crecido, aquéllos hits que tantos subidones nos han dado y aquéllos conciertos que eran pura energía.
Muchas gracias por todo, y buena suerte en lo que hagáis a partir de ahora, asesinos del Indie Rock.