Revista Opinión
El mes de Julio que hoy finaliza, en que me las prometía felices, comenzó muy pronto a torcerse y avinagrarme las vacaciones. Confiaba en aislarme de la realidad, pero esta enseguida condicionó cada uno de los días de un mes que ansiaba lleno de cosas agradables y ratos de placidez. No hubo modo. Nada más poner los pies en la playa, todo lo que podía ir mal, fue mal. Ni siquiera un gobierno estable pudo conformarse en España, después de casi tres meses desde las elecciones generales de abril. Debido a los recelos o desidias de unos y las ambiciones o exigencias de otros, la investidura de Pedro Sánchez, presidente en funciones y candidato del PSOE a revalidar la presidencia del Gobierno, acabó en fracaso, a pesar de que las izquierdas, fragmentadas entre socialdemócratas, comunistas, nacionalistas e independentistas, detentaban la mayoría del Congreso de los Diputados. Fueron incapaces de ponerse de acuerdo para apoyar al candidato del partido ganador de aquellas elecciones, con mayoría minoritaria, ofreciendo en cambio un espectáculo de reproches recíprocos que avergonzaba a sus propios votantes o simpatizantes y hacía las delicias de la derechas más intransigentes y reaccionarias que se sientan en el Parlamento. Puestos a negociar sólo en los últimos días, el Ejecutivo progresista que estaba a mano de las izquierdas no alcanzó el acuerdo para constituirse, y la investidura resultó fallida. Ahora, la amenaza es: intentarlo de nuevo en septiembre, si superan recelos y ambiciones, o nuevas elecciones, para hartazgo de los ciudadanos, que llevan votando cada año durante casi un lustro de inestabilidad política. Y luego se quejan de la abstención en las urnas, el refugio de los frustrados con la democracia.
Lo cierto es que, además de la política, los nubarrones negros iban a ensombrecer este julio aciago. Porque la noticia que vomitaron este mes los periódicos era espeluznante: más de 800 millones de personas padecen hambre en el mundo, según un informe de la ONU para la Organización de la Alimentación y la Agricultura (FAO). Y lo que era peor: que por tercer año consecutivo, el número de los que pasan hambre no había dejado de crecer. Sólo en el último año, 10 millones de hambrientos se habían incorporado a ese “selecto” club de famélicos condenados a no tener nada que llevarse a la boca, mientras un tercio de los alimentos que se producen en el planeta para consumo humano se pierde o se desperdicia. Pedir sardinas en la playa, tras conocer estos hechos, constituye un acto de inmoralidad que te atraganta la conciencia.
Pero, si no es el hambre, es el racismo lo que pende sobre los “parias” del globo. Sobre todo si los máximos dirigentes del mundo sobrealimentado y superrico son los encargados de expandir el miedo y el odio a los desafortunados que buscan una oportunidad de sobrevivir. Porque eso es a lo que se dedica Donald Trump cuando insulta a cuatro de sus compatriotas, norteamericanas que fueron elegidas congresistas demócratas, en razón a su origen hispano, afroamericano o árabe. Aviva el racismo y la xenofobia contra ellos por no pertenecer a los estratos sociales que blanden el supremacismo blanco de igual modo que los nazis exigían la pureza racial aria. A las congresistas Ocasio Cortez, neoyorquina de origen puertorriqueño, Ayanna Pressley, afroamericana nacida en Cincinatti, Rashida Tlaib, de Detroit e hija de palestinos, e Ilhan Omar, que llegó a EE UU desde Somalia cuando era una niña, les conmina a “volverse a sus países” por el simple hecho de atreverse a criticar y cuestionar las iniciativas que promueve la Casa Blanca contra los inmigrantes y la diversidad cultural y social de EE UU. Junto al hambre, el racismo es, pues, una de las plagas que se ceba sobre los más desfavorecidos del planeta, mientras los afortunados tomamos vacaciones, intentando aislarnos en nuestra burbuja de bienestar, durante este julio de vergüenza.
Y es que el ser humano, dotado de una inteligencia racional que lo distingue de los animales, es capaz de lo peor y lo mejor, de las más espeluznantes abyecciones y las más sublimes de las grandezas. Por eso puede orillar en la miseria a una parte considerable de la población, negándole toda oportunidad de ayuda, y poner un hombre en la luna con un mensaje de paz en nombre de la humanidad. Se constata esta dualidad del ser humano al cumplirse el 50 aniversario de aquella hazaña movida por el tesón e ingenio humano, al tiempo que simultáneamente se cierran fronteras en la Tierra y se criminaliza al que emigra en busca de paz, libertad y oportunidad para prosperar. Con esos mismos ideales viajamos al primer astro en que el hombre dejó su huella. fuera de nuestro mundo, emigrando por el espacio sideral en pos de conocimiento. Otra efeméride que, con su cara y su cruz, revela nuestra dual disposición para lo sublime y lo abyecto.
Porque la opresión, la marginación y las injusticias no cesan de aplastar al débil y desfavorecido hasta el punto de expulsarlos de sus tierras y arrebatarles sus parcos y míseros bienes. Ejerciendo otra modalidad de racismo, Israel ha aprovechado este mes infame para demoler las viviendas de una barriada palestina en Jerusalén Este. La excusa fue que quedaron muy cerca del muro de separación que arbitrariamente construyó Israel en 2002 y que dejó algunas zonas de Cisjordania bajo control israelí. Y, claro, representaban un “peligro” para la seguridad del Estado hebreo. Se trata de otro abuso más del Gobierno judío contra la comunidad palestina, a la que se empeña en expulsar de sus tierras sin derecho alguno, acometiendo una especie de “limpieza étnica” en unos territorios que ocupó ilegalmente y que continúa anexionándose para ampliar el Estado judío más allá de los límites acordados por las resoluciones de la ONU. Un racismo que los sionistas aplican a diario y con descaro sin que la legalidad internacional reaccione de forma eficaz en defensa de los aplastados por la bota judía. Una bota que oprime impunemente a los palestinos cuando y como quiere, bien disparando contra manifestantes civiles inofensivos, bien demoliendo sus viviendas o bien estrangulando su economía con la retención de sus recursos, y todo ello con el único propósito de eliminar un pueblo árabe -el palestino- de un Estado -Israel-, en el que podrían convivir en paz, pero que los israelíes pretenden sea exclusiva y supremacistamente judío. A ser posible, sionista. ¡Qué asco de mes!
En nuestro país, y aunque la ultraderecha no admita la existencia de la violencia machista (diluyéndola en ese eufemismo de “intrafamiliar”), otra mujer, médico en Terrasa (Barcelona), fue asesinada por su marido, sin que constaran denuncias previas de maltrato o violencia en la pareja. Otras tres mujeres también perdieron la vida en este nefasto mes, lo que eleva el número de víctimas de violencia machista a 35. En Murcia, el exmarido de otra mujer, sobre el que pesaban dos condenas, una por acoso y otra por quebrantamiento de la orden de alejamiento contra su exmujer, supuestamente mató a su hijo, de 11 años, y luego se ahorcó. Se trata de lo que se conoce como violencia vicaria, con la que se persigue hacer el mayor daño posible a la madre a través de los hijos. Desde que se contabilizan estos crímenes como violencia de género, en 2013, son 28 los menores asesinados por sus padres o parejas y exparejas de sus madres. Y es que ese machismo criminal que la ultraderecha se resiste reconocer constituye una plaga insoportable en España. El calor y el asco nos revuelven las tripas en un verano que parece dispuesto a estropearnos las vacaciones.
Pero, por si parecía poco, al menos 116 migrantes murieron al naufragar una barcaza frente a la costa de Libia, lo que supone la desgracia más mortífera en lo que va de año en el Mediterráneo central, según informes de la Marina libia y la Organización Internacional para las Migraciones. Tales fuentes señalan que más de 600 personas, que huyen de la desesperación que causa el hambre, las guerras y la miseria, han perdido la vida en lo que va de año tratando de cruzar ese mar que nos separa de África. Huyen hacia una Europa en la que Boris Johnson, flamante primer ministro del Reino Unido, con un discurso similar al de Trump, no quiere saber nada de los inmigrantes. Este, como aquel y como Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Orban en Hungría o Casado y Abascal en España, entre otros muchos, agitan el racismo xenófobo y criminalizan a los inmigrantes como estrategia electoral que resulta efectiva en sociedades atemorizadas y resentidas, como la nuestra, frente a los problemas y dificultades a que se enfrentan. Se incuba el odio y rechazo al diferente sin importar si nuestro bienestar descansa o acarrea la desigualdad y hasta la muerte de otros, los más débiles y oprimidos. 116 muertos en el mismo mar que este mes baña mis pies, hace que perciba el agua con el desagradable color de la sangre.
Y lo malo es que ese odio, esa intolerancia y esa violencia con los que tratamos a otros también se irradia entre nosotros mismos y condiciona nuestras relaciones en comunidad e, incluso, como vecinos y familia. Hace que perdamos aquellos valores de conducta basados en el respeto y la educación -el único patrimonio válido para ricos y pobres- para sustituirlos por la intolerancia y el desprecio hacia quienes no comparten nuestra opinión o manera de ser. Ello nos induce a considerar enemigo o agresor al disidente o adversario, al que tratamos con soberbia. Y nos hace actuar desde un supremacismo del “yo” -semejante al blanco de Trump, sionista de Netanhayu o trasnochado españolismo integrista de Vox- que antepone “mis derechos” a las obligaciones y comprensión con el diferente. Un egoísmo que nos convierte en prepotentes y sectarios que sólo atienden a su singularidad e individualidad. Y frente a las provocaciones y chulerías de los lenguaraces, reaccionamos con irascibilidad y violencia, sin saber contenernos ni respetarnos. Nos volvemos intransigentes con los demás e indiferentes con quienes sufren desigualdad e injusticia, si ello no nos concierne directamente en primera persona, llegando al extremo de dividir el mundo entre amigos o enemigos, también en el ámbito familiar. Y es que, movidos por el odio y la intolerancia, cada cual se atrinchera en su ego particular, impermeable al otro, a cualquier otro, conocido o extraño, que nos despierte desconfianza, recelo o inseguridad. Y así nos va, incluso en vacaciones, enfrentados.
Este mes, que desgraciadamente confirma el refrán de que lo malo puede ir a peor, finaliza sin poder formar Gobierno en España, por las desconfianzas mutuas, sin poder frenar esa violencia criminal machista que asesina mujeres sin parar, sin que amanezca un horizonte diáfano de esperanza para los jóvenes, sin promesas que nos entusiasmen a luchar juntos, y no por separado, por un futuro mejor para todos, y con una sociedad en la que el miedo y los egoísmos nos hacen insolidarios y apáticos, contagiando esos males al seno de las familias. Julio, mes de vacaciones que el terrorismo también ha aprovechado para dar zarpazos mortales en Nigeria y Afganistán, ha sido, pues, un mes sumamente aciago para quien no haya podido evadirse del marco de la realidad y las circunstancias. ¡Deploro unas vacaciones con tantos sobresaltos para la conciencia!