“Escuela anormal” “seis años y medio de yugo” son algunas de las expresiones con las que Julio Cortázar describe las sensaciones vividas durante su paso por la Escuela Normal Mariano Acosta, reflejadas en el cuento “La Escuela de Noche” (Deshoras, 1984).
Había ingresado allí a los 13 años, en 1928, licenciándose en 1935 con los títulos de Maestro Normal y Profesor en Letras. Tiempos de nacionalismo oligárquico bajo los gobiernos de Uriburu y Justo, que hicieron de la institución escolar una herramienta de adoctrinamiento y normalización de las jóvenes generaciones.
Precisamente, fue en las escuelas normales, en las que se formaban los futuros maestros, donde más se sintió el autoritarismo de la política educativa estatal de esos años. Décadas después, y luego de haber producido una de las mejores obras literarias de la lengua hispana, Cortázar reflejó la crudeza de sus años del secundario en este cuento.
En una entrevista realizada por Osvaldo Soriano, Cortázar confiesa que por aquellos años, su sensación era que los objetivos de esa escuela eran “ir deformando las mentalidades de los alumnos para encaminarlos a un terreno de conservadurismo, de nacionalismo, de defensa de los valores patrios, en un palabra, fabricación de pequeños fascistas (…) en la escuela normal se hacían tentativas, a cargo de algunos profesores, para meternos en asociaciones y brigadas que acompañaran a Justo”. Tal el grado de su desdicha, que llegó a afirmar que “la escuela fue una tremenda estafa que me hizo mucho daño”.
Ciertas interpretaciones de “La escuela de noche” sostienen que, además de la opinión de Cortázar sobre su colegio secundario, personajes como el Rengo y la señorita Maggi eran en realidad alusiones a López Rega e Isabelita, y el texto una descripción del ambiente que preparó, desde temprana edad, a los futuros simpatizantes y miembros de los grupos más reaccionarios que azotarían a la Argentina desde mediados de los años setenta.
Quizá por eso, meterse de incógnito en la escuela durante la noche, desierta y sombría, y retratar a profesores y autoridades en situaciones que ellos mismos condenarían escandalizados, fue la manera que tuvo el escritor de quitarle la máscara a la institución para mostrar su verdadero propósito, poner en evidencia la hipocresía de la doble moral burguesa y ensayar una explicación de nuestra historia.
Fragmento
“Nito había retrocedido hasta quedar en el borde del círculo que empezaba a romperse sin ganas, como queriendo seguir el juego o empezar otros, desde ahí vio cómo el Rengo mostraba con el dedo al profesor Iriarte, y a Fiori que se le acercaba y le hablaba, después una orden seca y todos empezaron a formarse en cuadro, de a cuatro en fondo, las mujeres atrás y Raguzzi como adalid del pelotón, mirando furioso a Nito que tardaba en encontrar un lugar cualquiera en la segunda fila. Todo esto lo vi yo clarito mientras el gallego Fernando me traía de un brazo después de haberme encontrado detrás de la puerta cerrada y abrirla para hacerme entrar de un empellón, vi como el Rengo y la señorita Maggi se instalaban en un sofá contra la pared, los otros que completaban el cuadro con Fiori y Raguzzi al frente, con Nito pálido entre los de la segunda fila, y el profesor Iriarte que se dirigía al cuadro como en una clase, después un saludo ceremonioso al Rengo y a la señorita Maggi, yo perdiéndome como podía entre las locas del fondo que me miraban riéndose y cuchicheando hasta que el profesor Iriarte carraspeó y se hizo un silencio que duró no sé hasta cuándo.-Se procederá a enunciar el decálogo -dijo el profesor Iriarte-. Primera profesión de fe.Yo lo miraba a Nito como si todavía él pudiera ayudarme, con una estúpida esperanza de que me mostrara una salida, una puerta cualquiera para escaparnos, pero Nito no parecía darse cuenta de que yo estaba ahí detrás, miraba fijamente el aire como todos, inmóvil como todos ahora.Monótonamente, casi sílaba a sílaba, el cuadro enunció:-Del orden emana la fuerza, y de la fuerza emana el orden.-¡Corolario! -mandó Iriarte.-Obedece para mandar, y manda para obedecer -recitó el cuadro.Era inútil esperar que Nito se diera vuelta, hasta creo haber visto que sus labios se movían como si se hicieran eco de lo que recitaban los otros. Me apoyé en la pared, un panel de madera que crujió, y una de la locas, creo que Moreira, me miró alarmada. "Segunda profesión de fe", estaba ordenando Iriarte cuando sentí que eso no era un panel sino una puerta, y que cedía poco a poco mientras yo me iba dejando resbalar en un mareo casi agradable. "Ay, pero qué te pasa, precioso", alcanzó a cuchichear Moreira y ya el cuadro enunciaba una frase que no comprendí, girando de lado pasé al otro lado y cerré la puerta, sentí la presión de las manos de Moreira y Macías que buscaban abrirla y bajé el pestillo que brillaba maravillosamente en la penumbra, empecé a correr por una galería, un codo, dos piezas vacías y a oscuras, con al final otro pasillo que llevaba directamente al corredor sobre el patio en el lado opuesto a la sala de profesores. De todo eso me acuerdo poco, yo no era más que mi propia fuga, algo que corría en la sombra tratando de no hacer ruido, resbalando sobre las baldosas hasta llegar a la escalera de mármol, bajarla de a tres peldaños y sentirme impulsado por esa casi caída hasta las columnas del peristilo donde estaba el poncho y también los brazos abiertos del gallego Manolo cerrándome el paso. Ya lo dije, me acuerdo poco de todo eso, tal vez le hundí la cabeza en pleno estómago o lo barajé de una patada en la barriga, el poncho se me enredó en uno de los pinchos de la reja, pero lo mismo trepé y salté, en la vereda había un gris de amanecer y un viejo andando despacio, el gris sucio del alba y el viejo que se quedó mirándome con una cara de pescado, la boca abierta para un grito que no alcanzó a gritar.”