Revista Cultura y Ocio
Desincrusto de la estantería donde ordeno los volúmenes de ensayo el tomo Julio Cortázar: mundos y modos, de Saúl Yurkievich, por el que avanzo con cierta dificultad (el autor pelea enérgicamente contra la claridad y jamás desciende a la exposición nítida), pero con el que aprendo o refresco ideas muy interesantes sobre la obra narrativa de uno de mis escritores favoritos.Habla del “cúmulo culterano” de referencias culturales en su novela Rayuela (p.13); del enorme esfuerzo que Cortázar desarrolla para “sacar al lector de las casillas de la normalidad” (p.32); de su voluntad de introducir el juego o el jazz como mecanismos para dirigir la literatura por senderos menos convencionales; o de un detalle en el que yo no había reparado durante mis paseos por la narrativa de Julio Cortázar: la proliferación de metáforas acuáticas que se encuentran en sus descripciones eróticas. En ese sentido, el trabajo de Yurkievich es luminoso, porque te señala líneas de interpretación muy fértiles.El problema es que todas esas intuiciones quedan sepultadas, o cuando menos gravemente oscurecidas, por el empeño que Yurkievich dedica a pelearse enérgicamente con la nitidez y no descender nunca a la exposición clara. Abro por la página 19: “Objeto móvil y aleatorio, revela una prodigiosa capacidad de ligazón de conjuntos efímeros, pone en funcionamiento una dinámica polimorfa que descentra la enumeración y libera los signos de su inclusión convencional”. Abro por la página 155: “Esa comunicación oracular, estertórea, entrecortada, laríngea, ventral, ventrílocua, adviene del fondo del tubo respiratorio, axis mundi de un cuerpo cosmificado que hace emerger el mensaje de la hondura visceral, el borbollón de la caja negra, el bullicio de las coexistencias dispares, el clamor de lo confuso, el agolpamiento multiforme, multívoco de lo real que las palabras enmascaran”. No aduciré más ejemplos, aunque los hay por docenas en este libro. Saúl Yurkievich se reboza en esas pirotecnias, quién sabe para qué. Y yo no voy a dedicar mi tiempo a enumerarlas. La pedantería, en la literatura y en la vida, es tan detestable como fatigosa.