En el actual contexto estival, muchas son las personas que optan por evadirse de su realidad adyacente y trasladarse a historias que puedan conectar con sus anhelos o sueños latentes. Uno de los escritores pretéritos que consiguió conectar con los lectores de todo el panorama internacional de manera casi mística fue Julio Verne. El autor francés, considerado como uno de los exponentes de la ciencia ficción, supo administrar de la mejor manera posible el espíritu optimista y vitalista de su contexto histórico. Al final del siglo XIX el positivismo científico abría camino, el mundo romántico y orgánico de la Belle Époque francesa se imponía a las dudas del pasado. Era una etapa de luces, de transformación y de ambición hacia el futuro. Francia era un territorio donde coincidían muchas corrientes artísticas y literarias que la configuraban como la capital de las letras por excelencia. El final del siglo XIX posicionaba la capital francesa como el epicentro del sur de Europa, buena muestra es la Exposición Universal de París de 1888, evento del cual vale la pena realizar una investigación exhaustiva por su mensaje de progreso inherente.
La mejora de las condiciones de los medios de transporte posibilitó la aparición de un incipiente turismo. Las crónicas de paisajes estrafalarios, desconocidos o por explorar, incentivaban la inventiva de la sociedad de su época. Julio Verne supo canalizar estas inquietudes y plasmarlas en sus lecturas. El escritor nacido en Nantes en 1828, realmente no fue un visionario ni un Nostradamus de los tiempos que nos han precedido, simplemente tenía una vocación voraz por el aprendizaje. Sus libros se nutren de todos los elementos que en la época estaban siendo investigados y a sus posteriores implementaciones sociales; mejoras en la navegación subacuática, avances en el transporte aéreo y nuevos medios de locomoción. Todo ello junto con el estudio de todos los especialistas que han precedido a la mayoría de las artes y las ciencias. Hombres que son citados reiteradamente a la obra verniana. En el subconsciente colectivo se tiene presente que los libros de Verne se pueden enmarcar en la literatura fantástica y para un público no adulto, una idea preconcebida que difiere altamente de la realidad. Si optamos por conseguir las obras no adaptadas, encontramos un léxico cuidado, unas descripciones ricas en detalles y una terminología científica que no es apta para los lectores poco ávidos en la materia. Estas convicciones preestablecidas se basan en el hecho de que las lecturas más promocionadas del autor son las ediciones que han sido adaptadas para los lectores primigenios de la década de los años ochenta del siglo pasado. Es altamente recomendable que si un lector asiduo se adentra por primera vez en el universo ideado por Julio Verne pida explícitamente las lecturas no adaptas; la experiencia se convierte en altamente satisfactoria. Se trata de una literatura amena, como ya se ha mencionado anteriormente, y altamente reconfortante para el lector hambriento de conocimiento. Siempre predispuesto a iniciarse en una aventura que lo trasladará a casi todos los contextos universales que el hombre había conocido en el momento en que fueron publicadas. Las novelas de Verne están llenas de personajes anárquicos, soñadores o héroes con los que es fácil conectar desde un primer momento, uno de los otros atractivos de su narrativa. La bibliografía del autor realiza una descripción detallada del contexto histórico que le ha tocado vivir, espacios repletos de todos los elementos típicos de su tiempo, enumerando contextos que van desde puertos, casas coloniales, terrenos inhóspitos o casinos, un elemento muy presente en el siglo XIX y que enamoró a otros escritores ilustres como León Tolstói o Iván Turguénev.
La obra literaria del escritor de Nantes es muy rica y fructífera, pero para la composición de este texto, se han elegido tres sagas que ayudan a captar de forma clara cuáles eran las ambiciones de Julio Verne; un tridente conformado por las iteraciones: De la Tierra a la Luna y su continuación, 20.000 leguas de viaje submarino y la Trilogía del Capitán Grant. La elección de estas tres obras no es casual, responde principalmente a los planes físicos y espaciales donde tiene lugar la acción que se desarrolla. En la primera, el espacio es el elemento predominante, un viaje utópico que nos traslada a la Luna. El segundo nos muestra las maravillas del fondo subacuático, y el tercero nos plantea un viaje geográfico basado en tres zonas de nuestro planeta. Estas tres sagas son obras maestras de la literatura universal y configuran tres obras que forman parte de mi biblioteca personal, tres composiciones inseparables de las más de sesenta que publicó el autor. Todas las obras citadas forman parte de la colección “Viajes extraordinarios”, una serie de novelas que el autor publicó en colaboración con el editor Pierre-Jules Hetzel. Destacan las portadas, con ediciones altamente cuidadas y embellecidas visualmente agradables.
La primera de las obras citadas, nos presenta un viaje al satélite de la tierra: la Luna. Pero debemos ubicarnos contextualmente antes de realizar esta aproximación, la obra fue publicada en 1865, 100 años antes de que el hombre realmente viajara a Selene. El planteamiento que se realiza es apasionante desde un primer momento. Verne se plantea un viaje a la Luna mediante un cañón gigante que nos ha de propulsar más allá del espacio que el hombre ha conocido. La gran cantidad de datos científicos y físicos exactos, junto con la narrativa cuidada y descriptiva, provoca que la verosimilitud sea casi total. La aventura se percibe como posible, y estamos hablando del año 1865. Como es reiterativo en su capacidad enumerativa, el autor francés realizar un repaso histórico por los investigadores de los astros que nos han precedido, citando un gran número de mapas selenográficos que detallan la orografía lunar con un detalle minucioso. El mismo planteamiento de la obra, que explica que hay que emplear las armas para el progreso y no para la destrucción de nuestra especie, es ya una reflexión positivista y vitalista. Su continuación también es muy recomendable, y continúa la historia que nos ofrece De la Tierra a la Luna. Esta novela ha sido plasmada en el cine y la cultura popular, hecho que provoca que ya se haya instaurado en el subconsciente colectivo popular. Georges Méliès, padre pionero de los efectos especiales cinematográficos, realizó una adaptación primigenia de esta obra en el siglo XIX. Uno de los instantes del metraje es arquetípico en relación a la historia del cine, hablamos de cuando la Luna que recibe el impacto de un cohete, instantánea que seguro que todo el mundo verá identificada. La Unión Soviética rindió un homenaje al autor francés, nombrando Verne a una de las montañas de la cara no visible de la Luna.
La segunda de las novelas que he mencionado, 20.000 leguas de viaje submarino, ya llama potencialmente la atención por el contexto donde toma parte: el fondo marino. En el momento en que fue publicada, los océanos y sus secretos prendaban a muchos contemporáneos en relación a los secretos que guardaban. El Nautilus, submarino que monopoliza la obra, es ya otro elemento de la cultura popular. La capacidad descriptiva de Verne nos ofrece la posibilidad de visitar el trasfondo subacuático, ciertamente, su bagaje científico y su investigación previa nos traslada realmente al fondo marino. Son reiteradas las clasificaciones nominales de todas las especies que habitan este ecosistema, demostrando la investigación previa del escritor antes de adentrarse en la novela. A bordo del Nautilus nos adentramos en un viaje por los océanos del planeta, conociendo la fauna que la habita y viviendo una aventura que ciertamente deja huella. Como curiosidad, uno de los pasajes de la obra tiene como protagonista la costa gallega de la Península Ibérica. Verne visitó personalmente Vigo, y este hecho se desprende en el libro. El escritor ha sido homenajeado en estas tierras, y dispone de varios reconocimientos públicos, como dos estatuas: una en Vigo y otra en Redondela, Pontevedra. Las obras que se enmarcan en los “Viajes Extraordinarios” fueron publicadas en Francia en 1869, gracias a la amistad de Hetzel y Guimerá, un traductor español, provocando que incluso algunas se editaran antes en el territorio peninsular que en el lugar donde habían sido concebidas.
La tercera de las obras que he listado, la Trilogía del Capitán Grant destaca por un hecho que a priori puede no llamar excesivamente la atención. Es una novela geográfica, entre los ríos de tinta nos encontramos una descripción minuciosa de las diferentes orografías que predominan los espacios donde tiene lugar la acción. Por ejemplo, en la primera iteración, vemos como Verne nos realiza una fotografía narrada de América del Sur. Y como sucede en la mayoría de novelas del escritor, uno de los protagonistas de la acción es especialista de la disciplina de la que se quiere hacer divulgación. En este caso es un geógrafo ilustre del contexto imaginado por el autor. Se trata de una obra recomendable para los amantes de los viajes.
Como vemos, la obra literaria de Verne es vastísima, amplía y poliédrica. Y su capacidad imaginativa y su cuidado a la hora de trasladarnos a espacios altamente diferenciados ha trascendido al paso del tiempo. Sus creaciones no se ven desfasadas y han tenido un alto impacto en la cultura popular. Por ejemplo, Yuri Gagarin, el primer hombre que se puso en órbita en el espacio, afirmó la siguiente frase: “Fue Julio Verne quien me hizo decidirme por la astronáutica”. No está nada mal, Julio.