A estas alturas es poco menos que imperdonable que yo aún no haya presentado al que ha sido mi compañero casi desde que tengo memoria. Sin duda, la fiera a la que más he podido yo querer y adorar, a mi Junior:
Esta foto la rescaté hace tan sólo dos días de un viejo cajón, aun que la verdad es que no fue casualidad sino que fui precisamente a por ella. En ella vemos a la joven madre Tai, una preciosa gata callejera de la que jamás me olvidaré, así como tampoco olvidaré de qué modo entró en casa. Era mediodía, y estábamos todos comiendo alrededor de la mesa, comíamos filetes empanados con patatas fritas, sólo faltaba a la mesa mi hermano Rafa.
Recuerdo como Rafa entró por la puerta con una caja entre los brazos, yo estaba más pendiente de la comida que de otra cosa hasta que entre gritos mi padre soltó un "el gato no se queda aquí". En ese momento se despertó mi curiosidad, Rafa y mi madre se llevaron la caja a la terraza, hacía calor y la pusieron a la sombra, debajo de una mesa. De repente a mi se me quitó el hambre, y sólo pensaba en ir a ver lo que había en esa caja pero mi madre, que es muy lista aun que ella no se lo crea, me dijo otra frase que no voy a olvidar:
- Déjala tranquila, mira que te va a morder, ¿eh?. - En ese momento, me entró el hambre de
nuevo.
Y tras asumir que mi padre se quedó con las ganas de echar a esa gata fuera de casa, tengo que reconocer que mi actitud no siempre fue la más adecuada con Tai. Yo era muy pequeño, tendría alrededor de 5 años (o menos), y me gustaba mucho estirarla de la cola y hacerle ese tipo de perrerías. Hasta que un día vino mi abuelo y me dijo algo así:
- No, no le hagas eso, que no le gusta. Tienes que acariciarla.-
En ese momento mi abuelo me sentó en el sofá, me puso a Tai sobre mi regazo y me enseñó como acariciarla, como agradarle. Tai comenzó a ronronear y a dedicarme miradas llenas de complicidad y gratitud, y esa era su manera de pedirme que continuara, o al menos yo así lo notaba. Tai se durmió en mi regazo y por primera vez en mi vida sentí el dulce calor de un animal sobre mi, y desde ese día jamás volví a hacerle daño. Me enamoré de esa gata.
Tai tenía por costumbre salir varias veces de casa al día, saltaba por encima del lavadero hasta el muro de enfrente y por allí ya se iba de gateo. No recuerdo cuanto tiempo pasó, ni recuerdo como, sólo se que una noche mis padres me mandaron a la cama y yo no entendí por que mis hermanos se quedaban con mis padres en la salita. Ahora me hubiera gustado que mis padres me hubiesen dejado quedarme, por que esa noche nacieron 5 preciosos gatitos en mi sala de estar, entre los cuales estaría mi Junior. Como he dicho, tuvo 5 gatitos: 2 completamente negros, 2 atigrados y una con una capa de color exactamente igual a la de su madre. Y como viene a ser costumbre entre gatas, Tai se aficionó bastante a eso de desperdigar las crías por toda la casa, y las crías crecieron (y muy rápido) entre búsqueda y búsqueda.
Un atardecer, Tai se fue en uno de sus paseos rutinarios fuera de la casa, pero nunca más volvió. No sabemos que pasó, quizás tuvo alguna pelea aun que lo más probable es que algún ser humano le hiciese daño, Tai tenía por costumbre colarse en casas ajenas y no todas las personas reciben a los animales con los brazos abiertos. Lloré su ausencia amargamente.
De nuevo he de centrarme en la foto de más arriba, no se si podéis distinguir al gato atigrado que hay en el centro. Me gustaría decir que ese es Junior, pero la verdad es que es el que hay justo debajo (se ve parte de su cuerpecito). Nos quedamos con Junior por que, como mis padres tuvieron que dar el biberón a las crías que Tai dejó, nos hacía gracia que fuese el que más comía.
Y ahora si toca hablar de mi niño, a quién trate lo mejor que pude desde que se fueron sus hermanos. Junior era mi ojito derecho, y yo el suyo. Yo era el único al que siempre acudía cuando se le llamaba y durmió en mi cama prácticamente cada día durante casi 13 años de vida. Le encantaba el jamón york y le apasiobaba el cordero a la plancha, no le hacía ascos al pescado pero jamás probó una raspa o una cabeza de gamba, mi niño sólo comía lo mejor.
Su día perfecto era el día que yo dedicaba un rato a su cepillado, una tarea curiosa ya que mientras el resto de gatos suele quedarse quieto cuando les cepillas, a Junior le gustaba moverse de un lado para otro mientras te pedía de nuevo con su mirada que no te detuvieses. También tenía momentos de "mírame y no me toques", fue un gato que no dudaba en meterte un arañazo/mordisco si te pasabas de cariñoso.
Uno de sus vicios era hacer sus necesidades en el Belén de casa, y es que cada Navidad mi pobre madre recogía docenas de "regalitos", escondidos entre pastores y camellos. Su última "droga" fue el Babycat 34 que le dábamos a los erizos, realmente se ponía como loco tan sólo con olerlo o ver la bolsa, nunca fuimos capaz de decirle que no.
Junior nos dejó el verano de 2008, aún hoy se me hace rara su ausencia. Se marchó un 13 de Julio, un Domingo, tras varios días de enfermedad que pasaron tan rápidos como agotadores. El VIH felino alcanzó a mi pobre Junior, aproximadamente unos 3 años antes de la muerte, fecha que coincide con una época en la que un gato callejero solía colarse en casa, y ambos se pelearon más de una vez. Tras detectarse la enfermedad, y ponerle el tratamiento adecuado, Junior mejoró algo pero una infección entró en su cuerpo, seguramente a causa de las heridas que el mismo se provocaba.
Por que fuiste tu el que me enseñó el amor a los animales, por que tu me regalaste unos años maravillosos llenos de alegría y por que no soy capaz de escribir estas líneas sin romper a llorar.
Te quiero Junior, allá dónde estés. Siempre te recordaré.
Abrazos fieros para todos.