Revista Tendencias
¿Recuerdas la tarde que llegaste a tu nueva casa, ese pisito en las afueras sobrio y destartalado, encontrando una niña pequeña sentada en el descansillo de la escalera mirándote fijamente? Aquella casa se convirtió en tu hogar y aquella niña en tu mejor amiga.Parece que han pasado mil años desde aquella lejana tarde y mil cosas podrían habernos separado en el largo caminar de la vida, pero después de tanto tiempo seguimos juntos, siendo los mejores amigos que se haya visto nunca. Nos gustaba jugar a inventar historias y soñábamos con un futuro maravilloso mientras yo abrazaba mi muñeca de trapo y tú me sonreías con el amor reflejado en tus ojos. Ahora no soy más que una cajera de supermercado y tú has conseguido un puesto fijo en una pequeña oficina, somos gente corriente en un mundo corriente, pero poseemos algo que los demás no tienen: los lazos de una amistad que dura toda la vida. Fuimos creciendo entre juegos y libretas garabateadas con dibujos y palabras cada vez mejor dibujadas y mejor escritas, más profundas y cultas, pero mientras yo me convertía en una adolescente tímida y melancólica, el fuego del amor encendió tus pupilas con un brillo sincero e indescriptible. Yo nunca supe comprenderlo. Podía hablar contigo sin utilizar las palabras, podía copiar tus gestos y sonreír al oír mis expresiones en tus labios, pero siempre fui incapaz de comprender lo intenso e indestructible que puede llegar a ser el amor forjado a lo largo de los años, desde la niñez hasta la edad adulta, día tras día, en una cuenta interminable de horas gastadas juntos, para bien y para mal.Tú me explicabas matemáticas con infinita paciencia, yo logré entender la trigonometría, pero siempre te seguí preguntando como aquellos dichosos límites podían tender a infinito… pensaba yo, en mi ignorancia, que nada podía ser infinito, porque era incapaz de descubrir el infinito amor que brillaba en tus ojos… Creo que esa fue una de las razones por las que me enfadé tanto cuando me robaste mi primer beso… nuestro primer beso… aunque luego tuve que reconocer que en aquel mágico instante construiste uno de nuestros mejores recuerdos… Me dijiste que me amabas muchas veces y yo siempre te pregunté como estabas tan seguro de que era amorlo que sentías y no la amistad de tantos y tan largos años juntos, pero aquella era una pregunta que no podía responderse con palabras, y yo solo sabia enlazar palabras y escribir interminables redacciones para las clases de lengua, la única asignatura a la que logre arrancarle un sobresaliente…Después conseguí mi primer empleo, el segundo, el tercero… ahorré y me compre un coche para pasearme estúpidamente por las carreteras creyéndome que había comprado la libertad, para descubrir enseguida que me había convertido en una más de aquellos a los que llamábamos “la gente”. Pero tú me quisiste así, simple y superficial, porque tú sabías ahondar en mí más que yo misma. También llegaron los hombres disfrazados de amor y tras ellos las desilusiones… Lloré pocas veces, pero ninguna por despecho o celos, lloré porque sabía que no sentía amor, porque no había conocido hombre alguno que hubiese conseguido despertar en mi alma el amor… y entonces te lo pregunté ¿recuerdas? Sí, claro que recuerdas aquella mañana de verano en la que te pregunté, tristemente, si creías que en el mundo habría personas incapaces de amar y me respondiste, seguro y tranquilo, que existían muchas personas incapaces de amar, pero que yo no era una de ellas… Parecías uno de aquellos filósofos antiguos que nos imaginábamos entre risas cuando intentábamos arrancarle a la vida respuestas transcendentales… Pero ni siquiera esa mañana de verano fui capaz de comprender que el amor era la llama que ardía en lo mas profundo de tu inquietante mirada.Han pasado los años, primero lentamente y después con la rapidez del rayo. Un día descubrí sin más que ya empezaba a dejar de ser joven, pero no tuve miedo porque tú seguías a mi lado, siempre a mi lado, aún más cerca de mí que yo misma… Y de repente un día te marchaste, sí, te fuiste a hacer uno de aquellos viajes imposibles que imaginábamos cuando éramos niños y nos sentábamos en el rellano de la escalera, viendo subir y bajar aquel pequeño y prohibido ascensor… Pero te fuiste sin mí. No tuviste que preguntarme si quería ir, porque de sobra sabías que no tomaría un avión para cruzar un interminable océano tan solo por el placer de descubrir paisajes lejanos e insólitos, que solo pueden verse en esos documentales que tanto te gustan…Jamás nos habíamos separado, nuestros padres entablaron amistad al conocerse y desde aquel día pasamos juntos todas las vacaciones de verano en ese pueblecito de playas desiertas, y todos los domingos en el campo entre los altos árboles y aquel césped interminable… Fuimos juntos a todas las excursiones del instituto y al viaje de fin de curso.Por primera vez, desde aquel lejano díaen que subiste las escaleras de nuestro piso con tu paso menudo y tu carita de niño bueno sonrosada, te has separado de mí. Entraste en mi vida de repente, como una lluvia de verano, inesperada y refrescante, para alejarte ahora, de una forma tan simple y extraña. Desde que tomaste aquel avión no hice otra cosa que pensar que te había perdido, tuve que verte partir para comprender que hubiese sido capaz de realizar ese viaje tan solo por no separarme de ti. Jamás sentí celos, ni siquiera cuando me presentaste como tu novia a aquella anguila morena vestida de tarta, indudablemente porque estaba segura de que ella no podría robarme tu amor. Pero cuando te marchaste sentí miedo, miedo y muchos celos… miedo a perderte, miedo a que alguien te separase de mi, miedo a que alguno de aquellos maravillosos paisajes te subyugara y no quisieses regresar a casa.Ayer recibí tu carta, llevaba un sello extraño, de vivos colores y bonito dibujo. Durante varias horas la tuve sobre la mesilla, esa a la que siempre nos sentábamos para hacer nuestros deberes. La miraba temerosa, sin atreverme a abrirla, sin reunir las fuerzas necesarias para leerla. Pensaba entonces que hubiese sido mejor preguntarle a tu madre si había tenido noticias tuyas, si estabas bien… y tuve la tentación de hacerlo, para estar segura de que no habrías escrito algo que yo odiaría leer… pero al final me atreví a abrir la carta y escuchar las palabras que habías encerrado en ella, escritas con tu preciosa y caligráfica letra… Vas a regresar, mañana llega tu avión, no hay nadie más en tu vida y tus frases siguen siendo cariñosas y tiernas. Vas a regresar y tengo que encontrar la forma de hacerte comprender que te amo, de conseguir que no pienses que te he echado tanto de menos que he confundido la amistad con el amor. No hay lugar posible para tal confusión porque ahora sí sé que estabas en lo cierto cuando aquella mañana de verano me dijiste que yo era capaz de amar… te amaba a ti, y has tenido que alejarte para que yo descubriera cuán fuerte puede ser ese amor que lo arrastra todo, que sobrevive al tiempo y a la distancia, que supera cualquier trampa del destino. Hubiese sido tan fácil separarnos en el largo caminar de la vida, pero permanecimos siempre juntos y fue el amor el que enlazó nuestras almas con un fino e indestructible cordón de plata. Ahora lo sé, ahora sé muchas cosas. Ahora sé que aquella lejana tarde me senté en el descansillo de la escalera a esperarte, a esperar que entraras en mi vida… Ahora sé que recibí del destino el mas extraordinario de los regalos: pasar toda mi vida contigo. Por eso mañana volveré a repetir aquella escena, me volveré a sentar en el rellano de la escalera a esperarte, como hice aquel día de nuestra infancia. Cuando regreses a casa preguntándote por qué no he ido a recibirte al aeropuerto, me encontrarás allí sentada, con la mirada llena de amor y esta carta en mis manos… por si aún después de este recibimiento hacen falta palabras…