Sorprendido por la tormenta, ofreció un navegante cien bueyes al vencedor de los titanes. El caso era que no tenía un solo buey, y lo mismo le hubiera costado prometer cien elefantes. Cuando estuvo en la playa, quemó algunos huesos, y el humo subió a las narices de Júpiter.
—Señor Dios -le dijo-, acepta mi promesa; perfume de buey sacrificado respira tu sacra majestad. El humo es la parte que te corresponde; no te debo otra cosa. Júpiter hizo como que reía; pero, pocos días después, tomó la revancha, enviándole un sueño para revelarle que en cierto lugar había un tesoro escondido. Nuestro hombre corrió a buscarlo; topó con unos ladrones y, no teniendo en la bolsa más que un escudo, les prometió cien talentos de oro, bien contados, del tesoro que buscaba y que estaba en tal punto soterrado. Les pareció sospechoso el sitio a los bandoleros, y uno de ellos le dijo: —Te estás burlando estás de nosotros, amiguito. Muere, y llévale a Plutón tus cien talentos.
- Moraleja