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Revista Cine
Nada más comenzar la que podría ser la última obra del gran Clint Eastwood, se nos presenta un dilema moral. El protagonista, ex-alcohólico, está viviendo un momento dorado de su vida, una vez que ha dejado sus demonios atrás: está a punto de ser padre en el contexto de una relación muy feliz. Cuando es elegido jurado de un caso de asesinato se da cuenta - al espectador se le informa enseguida de dicha circunstancia - de que él podría ser el responsable de la muerte que se está juzgando. Estuvo en el mismo paraje dónde ocurrieron los hechos y el presunto atropello de un ciervo en una noche oscura y lluviosa podría haber sido el de una persona. ¿Cómo actuar en un caso así? ¿Qué es lo correcto? A lo largo de casi dos horas el espectador se pone en la piel de Justin Kemp para hacerse estas mismas preguntas. Porque lo que le sucede al protagonista podría sucederle a cualquiera si se produce el cúmulo de circunstancias fatales que aquí ocurre. A destacar la verosimilitud de todo el procedimiento judicial que filma Eastwood, que las grandezas y miserias del sistema judicial estadounidense, un sistema que busca la verdad, pero también los intereses personales de los profesionales implicados en el mismo.