No resisto la tentación y, para iniciar el año 2022 con una prosa que me encanta y me enseña, recorro las páginas de Juro no decir nunca la verdad, el volumen donde se reúnen los artículos de prensa que Javier Marías publicó durante 2013 y 2014 en El País Semanal. Como siempre, maravilloso: por los temas que aborda y por la resolución literaria de los mismos. Es fácil imaginarse al autor madrileño, con un cigarrillo en la mano y rodeado por el silencio de su despacho, opinando sobre los asuntos que la “actualidad” va depositando a su alrededor, como una marea continua: la utilización abusiva y discrecional que se hace de los indultos en España, por parte de todos los gobiernos de la democracia, que suponen la excarcelación de medio millar de presos anualmente; la discrepancia con unas declaraciones de Antonio Muñoz Molina, en las que éste señalaba que no hubo intelectuales señalando la corrupción y la monstruosidad de los pelotazos urbanísticos: los hubo, y el propio Marías se incluye; la soberbia de los políticos, que se han atrincherado en sus opiniones y jamás aceptan la menor crítica, ni escuchan a nadie; la susceptibilidad belicosa de la inmensa mayoría de personas, que sienten su finísima piel herida por cualquier menudencia, aunque provenga de broma o de imbecilidad; la deriva totalitaria de algunos gobiernos europeos (incluido el del PP en España), que los lleva a urdir leyes represivas cuyo espíritu vulnera de hecho los cauces de la democracia; la iniquidad desconsiderada y egoísta que supone la piratería intelectual, porque escritores, músicos y otros artistas dejan de ganar lo que legítimamente les corresponde, con la connivencia de las empresas de telefonía, que venden banda ancha para que se puedan “descargar gratis” los productos (es decir, que los inicuos piratas pagan a las telefonías en lugar de hacerlo a los autores)…
Insisto en la idea que alguna vez he expuesto ya en mis anteriores aproximaciones a los artículos de Marías: se puede estar de desacuerdo con alguno de ellos (o con varios), evidentemente, pero no hay manera honrada y objetiva de negarle la elegancia o el rigor del análisis que efectúa. Quizá por eso lo frecuento tanto. En un mundo cafre, ineducado y agresivo, su constante lección de sentido común me llena de aire fresco los pulmones y me transmite un rayo de esperanza.