Hubo una vez, un alcalde en Jérez de la Frontera, llamado Pedro Pacheco, que tuvo la genial idea de proclamar que la justicia española es un cachondeo y, como sufro una degeneración cognitiva del tipo alzheimer, no recuerdo bien qué le pasó, si lo procesaron y si lo condenaron por ello, quizá pinchando en Google “alcalde de Jérez Pacheco” nos informen de ello. Pues, no, lo he hecho y en Wikipedia sale la historia entera de este peculiarísimo alcalde que aún parece que anda por allí, dando guerra.
Todo esto venía a cuento porque, en este mismo momento, 2 jueces españoles de cierta categoría, el juez Ruz, del juzgado nº 5, el que antes ocupaba Garzón, y el juez Gómez Bermúdez, del juzgado nº 3, ambos de esa misma Audiencia Nacional, que algunos malintencionados dicen que es la heredera del antiguo Tribunal de Orden Público, canallesco engendro del Régimen franquista, luchan a muerte por hacerse con el juicio más importante, publicitariamente hablando, que hoy se dirime en todo el ámbito de la justicia española, el puñetero caso Bárcenas, del que, en otro país que no fuera éste, dependería el destino nada más y nada menos que del actual gobierno de España y del partido político más importante de esta jodida nacionalidad.
¿Es bueno o es malo para este desdichado país que esto ocurra?
En principio, es bueno, porque demostraría el supremo interés que los magistrados españoles tienen porque prevalezca la verdad judicial.
En principio, también, es malo, porque lo ideal sería que ambos magistrados, que ejercen la justicia en un país teóricamente civilizado, se pusieran de acuerdo entre ellos sobre a quién corresponde realmente la competencia sobre este interesantísimo asunto, de cuya resolución dependería, como ya hemos dicho, la suerte del gobierno de España, que es casi tanto como decir de la propia puñetera España.
Pero sucede precisamente todo lo contrario, ambos magistrados que persisten en que la competencia del caso Bárcenas le corresponde a ellos, personal y exclusivamente, con inhibición más o menos gentil del otro, están rivalizando en una carrera de decisiones judiciales tendentes a adelantarse en la tramitación de las diligencias más importantes del caso, de tal manera que devenga en imposible la continuación de la competencia del otro, ya que uno de los principios inmutables de la jurisdicción es que la instrucción de un proceso judicial es personalísima e intransferible porque anda por medio ni más ni menos que el principio de inmediación personal del juez, porque de la misma depende ni más ni menos que su propia convicción respecto a aspectos esenciales del proceso.
Pero, volviendo, al hecho no ya importante sino realmente decisivo de a quién le interesa al pueblo español que se haga, al fin, con la competencia de este maldito asunto, mi humildísima opinión es que a Gómez Bermúdez, sin ninguna duda, por las siguientes y decisivas razones:
1ª) porque toda la carcundia española ha apostado decididamente porque éste juez, que tramitó el famoso atentado del 11M, con un resultado que a ella le parece desastroso, a pesar de que coincida no sólo con la percepción general de aquellos ciudadanos que además de españoles tengan la condición de honrados, que no son demasiados ciertamente, sino con la de todo el mundo mundial, “ergo” si esos repugnantes canallas quieren cargarse a G. Bermúdez es porque lo consideran capaz de volver a sentenciar rectamente, lo que supondría ni más ni menos que el PP no sólo tendría que salir del Gobierno sino, ¿quién sabe si tendría también que desaparecer de la escena política española?, cosa que desafortunadamente no verán mis ojos, porque éste es un país de claro predominio de los idiotas y de los sinvergüenzas;
2ª) porque, aún suponiendo, lo que es mucho, quizá demasiado suponer, que el juez Ruz sea capaz de enfrentarse impávidamente a toda esa inmensa jauría mediática que atacará ferozmente al magistrado que ponga realmente en peligro no sólo la continuidad del Gobierno sino también del partido político que tiene indudablemente la culpa de todos los desastres y miserias que nos afligen, a este magistrado que desempeña provisionalmente el antiguo juzgado de Garzón, le quedan para seguir ocupándolo 2 o 3 cortes de pelo, "pelás", dicen en mi jodido pero sabio pueblo, e inmediatamente, escribiendo en términos de la jurisdicción española, será sutituido ni más ni menos que por un colega que, según la prensa, ocupa actualmente un puesto en el Consejo General del Poder Judicial a propuesta ni más ni menos que del PP, lo que significa y representa que "Adiós, cordera", o sea, adiós a cualquier posibilidad de que uno de estos señores atente contra sí mismo, ¿a que no?;
3ª) y la prueba indubitable de la certeza de todo lo que estamos escribiendo es: A) que al juez G. Bermúdez, el Fiscal General del Estado, a través de uno de sus sumisos subalternos, le está poniendo en los rodamientos de su andadura toda la arena que puede en forma de todos los recursos jurisdiccionales que encuentran, lo que supone:
a) que el proceso se demorará lo suficiente para que la sustitución del juez Ruz, en el antiguo juzgado de Garzón, se produzca a favor de un juez evidentemente más pepero que el propio Rajoy y
b) que la función demoledora de la intachabilidad del juez G. Bermúdez para tramitar el proceso POR PARTE DE TODA LA PRENSA NACIONAL haya agotado todas las posibilidades no ya existentes, que no las hay, sino ni siquiera imaginables según las normas que rigen la inhabilidad que, para entender legítimamente de un proceso, establece el articulado de la LEY ORGANICA DEL PODER JUDICIAL.
En estas condiciones, si el juez G. Bermúdez aguanta semejante tirón habrá demostrado que el juez Garzón sólo era un aprendiz de magistrado superviviente frente a la jauría de toda la carcundia nacional.
Que el Dios del Papa Francisco y todos sus arcángeles y ángeles le amparen porque lo va a necesitar y mucho.