Revista Libros
Pormás que el (por el momento) yerno real se empeñe en afirmar que nada sabía delos manejos de su socio, Diego Torres, es ya bastante mayorcito como para saberque el dinero no surge por generación espontánea, y que todo ese maná decontratos millonarios por servicios ridículos o inexistentes, cuyos réditos nodudó en aceptar, en última instancia tenía que ser sufragado por el que lo pagatodo: el contribuyente. Admito que el consorte se desentendiera del trabajosucio y se limitara a prestar su cara bonita (y el nombre de su esposa y susuegro), pero no podía cerrar los ojos a que tamaño aluvión de euros no podíaproceder del desempeño honesto de la sociedad en la que participaba, que unaoficina con un par de becarios y administrativos no podía generar semejantefacturación,Delmismo modo que, aunque insista en exculparla, la infanta tampoco podía cerrarlos ojos a la procedencia de este torrente de euros en el que nadaba su esposo,y que le permitió costear dispendios propios de un marajá, v.g. la residenciade Pedralbes, como de hecho no los cerró su suegro, que lo llamó al orden en2006 y él hizo caso omiso.Existenpersonas que parecen bendecidas por la fortuna y a las que la vida parecesonreír en todo momento, razón por la que a la que al común de los mortales,que debe pelear y sufrir cada pequeño logro arrancado al destino, le provocauna suerte de malévolo regocijo el hecho de contemplar cómo los primeros caenen desgracia.Aunquecomprenda el citado comportamiento, no es el caso de quien suscribe estaopinión. No obstante, un servidor desearía que se hiciese justicia y sospechaque esta no es tan ciega ni ecuánime como la pintan, y que el ex yerno ideal vaa salir de este brete de rositas o con una condena menor.Seprecisa una reforma urgente de la legislación referente a delitos económicosque impida que los condenados por esta causa cumplan su condena sin restituirlo que se han apropiado del erario público, que no puedan volver a pisar lacalle hasta que hayan devuelto el último euro.