Para algunos de los que sufren/gozan bajo palos, la palabra penalti es como la soga en casa del ahorcado, mejor no mencionarla y para otros porteros es una oportunidad que les brinda el caprichoso destino para alcanzar la gloria salvando a su equipo del desastre, pero para todos ellos y muchos más, un penalti en contra es una faena y si ese penalti es injusto, es una afrenta, un insulto, es más, es el paradigma de la injusticia.
Por eso cuando ese penalti injusto se lanza al limbo o acaba impactando contra los guantes de un cancerbero, el universo recupera su equilibrio, el pícaro delantero se queda sin recompensa, y lo más importante, el equipo no tiene que pagar por los pecados que no ha cometido. Es lo que algunos llaman justicia poética.
Pues queridos lectores, parece que la justicia y la poesía sólo se juntan en contadas ocasiones y además nunca lo hacen fuera de los rectángulos de juego, me explico, fingir un penalti es trampa y si el señor colegiado te pilla te saca una amarilla, pero si el señor colegiado no te pilla te libras...aunque salgas en todas las televisiones del planeta tirándote a la piscina con un estético doble mortal carpado con tirabuzón... nadie te va a decir ni mú, es más, contarás con la indulgencia de ciertos sectores, esos que dicen "El fútbol es para los listos", "La picaresca forma parte del juego" o "Es la obligación del delantero buscar el penalti".
Fingir es trampa y como tal debe de ser sancionada, igual que se sanciona a toro pasado por otras acciones, hay que perseguir a estos tramposos y sobretodo hay que dejar de protegerles. Mientras tanto me tendré que conformar con las escasas apariciones de la justicia poética.