Revista En Femenino

Justificando lo injustificable: Excusas para pegar a mi hijo

Por Mamikanguro @MamiKanguro

Existe cierta creencia de que un cachete a tiempo, una cachetada, soluciona muchos problemas educativos. Lo sentimos: no estamos de acuerdo. Un cachete a tiempo sigue siendo un cachete que tiene sus consecuencias a destiempo. No se puede educar a cachetadas.

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 “Llega un momento en que no puedo más y le doy una torta”, nos confiesan muchas madres.

Eso demuestra justamente que echamos mano, nunca mejor dicho, de la “oratoria de la zapatilla”, que usa la mamá de Manolito, el amigo de Mafalda, cuando nos sentimos nerviosos, impotentes, cansados… Y con tales premisas montamos un silogismo para justificar lo injustificable: la conveniencia educativa de la agresión física.

“Un cachete de vez en cuando le viene de maravilla”, suele ser otro argumento incontestable. Pero, ¿a quién le viene bien: a la educación de nuestros hijos o a nuestra propia tranquilidad? Sigamos con más cosas que, aunque no queramos reconocerlo, se dicen, como esta: “No sé si sirvió para algo la bofetada que le solté, pero me quedé tan a gusto…”. ¿Es posible que esto lo haya dicho un padre? Por desgracia, sí.

No obstante, el argumento más esgrimido es el del “cachete a tiempo”. Generalmente se utiliza en su valor condicional o de advertencia, por lo que se convierte en una falacia. “Si le hubiera dado un cachete a tiempo…”. Nadie puede decir qué hubiera pasado si se hubiera cumplido la prótasis, es decir, la condición. O… quizá sí.

No hay un momento mejor que otro para dar un cachete a un hijo. El mejor momento es no darlo nunca. Un cachete a tiempo trae consecuencias en el tiempo: sabemos cuáles son las negativas; las positivas no se han descrito.

Excusa número 1: El cachete no es maltrato.

“Una cosa es una corrección puntual y otra los malos tratos”

“Confundir cachete con maltrato, por otra parte, es de mentes muy obtusas o muy retorcidas, que las hay.”

“Que digan lo que quieran, pero como último recuso, un par de buenas bofetadas a tiempo (no confundir con palizas sin motivo ni razón, por favor) son parte integral de la educación de cualquier niño.”

Simplemente, me parece un burdo intento justificarse y de acallar su conciencia por pegar a sus hijos. Estamos ante un autoengaño tan descabellado, que no existe forma lógica de mantenerlo. El cachete jamás está justificado. La única diferencia entre el que da un cachete, el que da diez y el que da una paliza es la cuantía empleada. La desigualdad está en la cantidad, pero todo acto de violencia, por pequeño que le parezca a la persona que lo perpetra, es reprobable. No hay una diferencia cualitativa, sino cuantitativa.

Cualquier actitud que no respete al niño como persona, es maltrato. Las palizas y violaciones son maltrato, esto parece que lo tenemos claro, pero también lo es el azote ocasional. Aparte de un abuso desequilibrado de poder del adulto sobre el niño, el cachete conlleva un desprecio y una falta de respeto hacia una persona que no puede defenderse. Por lo general, esta actitud no se limita exclusivamente al cachete, sino que se aprecia en otras situaciones de la vida cotidiana. Estos padres imponen qué y cuánto debe comer su hijo, cómo y cuándo debe dormir, deciden arbitrariamente lo que puede o no puede hacer sin tener un motivo de peso y todo esto denota una total falta de respeto a los procesos naturales del niño.

Por lo tanto, el cachete es un signo más, dentro de una actitud generalizada de menosprecio hacia el niño. Y eso es maltrato.

Excusa número 2: Por tu propio bien.

“ ¡ Gracias mamá por no dejarme caer, por tu inflexibilidad en el bien y en el mal, y por corregirme adecuadamente a cachetazos !”

“¡¡Bendito cada coscorrón, tortazo y azote que me dieron en mi infancia!! porque (entre otras medidas educativas) me han forjado como el hombre que soy, no tengo trauma alguno por ello y en mi círculo de amigos conocidos ( entre los 40 y 50 años) a ninguno le pesan las tortas que recibieron ( la mayoría justificadamente)”

“recibí algunas nalgaditas, no considero a mis padres maltratadores, y puedo decir que gracias a ellos tengo la educación que tengo”

“Por tu propio bien” es el título de uno de los libros de Alice Miller en el que expone con absoluta nitidez el sutil, pero cruel, mecanismo de la violencia en la infancia.

Cuando somos pequeños, necesitamos a nuestros padres para que nos cuiden y nos protejan mientras no podemos valernos por nosotros mismos. Hacemos lo que sea para conseguir su atención y su cariño, incluso, si esto supone sacrificar partes de nosotros mismos. Como esto es muy duro de asumir, terminamos creyéndonos que nuestros padres nos pegan porque nos quieren y que lo hacen por nuestro propio bien.

Con el paso de los años, cuando crezca y sea padre, este niño maltratado ya no recordará lo que tuvo que sacrificar en su infancia, sólo tendrá en su mente la idea que escuchó una y otra vez de sus padres “me duele a mí más que a ti… lo hago por tu propio bien… ya me lo agradecerás cuando seas mayor”. Estamos ante un verdadero caso de alienación en el que, incluso, la persona se creerá legitimada para aplicar el mismo sistema con sus hijos. Estará convencida de que es lo mejor para ellos y, además, deberán estarle agradecidos.

Excusa número 3: A mí me pegaron y no tengo traumas ni soy violento.

“La gran mayoría hemos crecido y cuando éramos chicos nos han dado un cachete cuando desobedecíamos o hacíamos algo malo, y yo no tengo ningún trauma ni ninguna de las personas que conozco tampoco, y son personas normales, no lo que hay hoy en día.”

“Soy de la generación del 60, me han dado muchos azotes, y he tenido suerte porque a muchos otros les tocaban bastante más que azotes. Ninguno tenemos hoy traumas”

Según dicen ellos, no son violentos con sus mujeres, ni con otros adultos, ni se rebelan contra la autoridad. De hecho, se presentan a sí mismas como personas educadas y normales. Sin embargo, defienden, sin cuestionarse la amoralidad que supone, la violencia que se ejerce sobre los más pequeños e indefensos.

El mero hecho de justificar y repartir azotes a sus hijos ya indica que sí que están afectados por lo que sufrieron de pequeños. Creo que identifican “estar traumatizado” con el que, por ejemplo, tiene miedo al color negro porque le mordió un perro de ese color. Desconocen, que los efectos negativos de la infancia son mucho más profundos y sutiles de lo que ellos piensan. De hecho, si observamos desde fuera a estos padres, vemos que son personas reprimidas y represivas, con una gran carga de agresividad latente. Personas, que desconocen el diálogo y cuyas opiniones, siempre defendidas con vehemencia, son rígidas e inamovibles. No hay duda, todo estos signos nos muestran a personas muy traumatizadas.

Obviamente, admitir que las cosas se pueden hacer de otra manera, implicaría asumir que sus padres no debieron pegarles y esto, supondría el derrumbe de todas las creencias que han mantenido a lo largo de su vida. Por ello, prefieren, repitiendo la misma violencia con sus hijos, no cuestionarse nada y seguir engañados.

En fin, dice el refrán que “no hay más ciego que el que no quiere ver”.

Excusa número 4:  Te respeto y te quiero, pero te pego.

“yo sufrí castigos físicos y educo a mis hijos con paciencia y amor, y algún coscorrón. Respeto tu opinión, es lo que me enseñaron mis padres entre algún coscorrón de vez en cuando.”

“El equilibrio siempre. Si puedes dialogar, dialogas. Pero con un niño de 2 ó 3 años no se puede dialogar. Hay que transmitir el mensaje de quién manda, con firmeza pero con amor.

“en mi caso, mis padres me enseñaron lo importante del cariño, el respeto, la atención, y también lo importante de una buenas hostia en su momento. 2 me hicieron falta, no más. Y no he salido tan mal.”

¿Cómo es posible reunir, en una misma frase, palabras como “paciencia”, “amor” y “algún coscorrón”? Sólo alguien muy cegado y con una visión muy limitada de la realidad, podría hacerlo.

Si fueron criados de esa manera, es absolutamente normal que su percepción de la realidad esté distorsionada. El niño interioriza que la forma de mostrar el cariño incluye la violencia. Como no ha vivido otra realidad, no será capaz de cuestionarse si esa es la forma de criar con cariño y respeto. Cuando sea mayor y tenga hijos, los seguirá tratando de la misma manera, con paciencia, amor y algún coscorrón.

Por definición, cualquier acto de violencia implica una falta de respeto hacia el otro. Los niños que son tratados de esta manera aprenden a no respetar a sus semejantes, tendrán más probabilidad de ser niños agresivos en el colegio y, cuando sean adultos, tendrán poca empatía y ningún respeto por sus compañeros o vecinos.

Si, de verdad, queremos cambiar esta tendencia destructiva, debemos hacer hincapié en la implantación de una educación respetuosa, apegada y sin violencia.

Fuentes consultadas:

mentelibre.es

aceprensa.com

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