Revista Cultura y Ocio
Más cercano a la estabilidad emocional que de la felicidad o de su anhelo, K. dijo anoche que escribir le satisface menos que leer. Sostiene que escribir le agota: es un estado de cansancio continuo, de querer llegar a un sitio y de no saber si se podrá llegar, de sentirse depositario de la realidad y de saberse obligado a volcarla, a dejar una constancia de ese depósito en el texto; escribir no es lo mío y no va a serlo, Emilio. Consta que lo he intentado. He leído sobre qué bien podría hacerme escribir, he escuchado a los que escriben y he dejado que sea mi experiencia la que me haga seguir o claudicar, y he declinado la responsabilidad de contar algo que no precisa ser contado o que yo no debería contar, para ser exactos, quién soy yo, quién se supone que tendría interés en nada de lo que piense, qué buscarían en lo que ni a mí me produce interés. Anoche quise escribir hasta que un texto me confortara lo suficiente e irme a la cama feliz por mi progreso. No hubo texto que aliviara mi desazón, ni siquiera una línea que colmara mi deseo. Prefiero no escribir, prefiero seguir leyendo, e incluso he pensado que ni leer me llenaría del todo. Mi compromiso con la literatura se viene abajo cuando advierto que la realidad puede suplir con creces toda la oferta de la ficción. No necesito a la novela. No hay nada en la novela que no pueda encontrar en la crónica periodística. Se trata de que uno alcance la felicidad o de que su anhelo, el progreso de su adquisición, nos haga sentir bien. Escribir agota, Emilio. Es una actividad peligrosa además. No sabes a qué lugar vas a llegar. Esa incógnita no me interesa. Prefiero la certeza, el paseo que he hecho, las caras que he visto, el cielo que me ha protegido. K. no escribe. K. está incluso por no leer. No saber, no querer saber, no sentirse afectado. Creo que me he caído de la bicicleta.