Revista Cultura y Ocio

Kafka en la orilla- Haruki Murakami

Publicado el 18 enero 2023 por Elpajaroverde

«El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca». Así resume Kafka Tamura la aventura que protagoniza en el libro que os traigo hoy. Es un resumen simplista, como él mismo admite, pero que, para explicar la trama de una novela difícil de explicar, me basta. 

Lo primero que sorprende en esta novela es el nombre de su protagonista, que también se incluye en el título. Todos —supongo— pensamos al leerlo en el famoso escritor checo. El joven Tamura, a pesar de su corta edad, es un gran lector. No es de extrañar, pues, que, aunque respetase su apellido de origen, eligiera el nombre que elige para su huida y su nueva vida. Sin embargo, algo que ignoramos todos —supongo una vez más— antes de comenzar la lectura de este libro es que kafka es la palabra checa para grajo, aunque en el japonés original de esta novela el autor de la misma recurra a la palabra cuyo significado es cuervo. No de forma casual, por supuesto, pues pronto sabremos en esta novela del joven llamado Cuervo, una especie de conciencia o alter ego de Kafka Tamura. Y es que Kafka ha de ser «el chico de quince años más fuerte del mundo». Ha de ser «como un cuervo abandonado. Por eso me he puesto el nombre de Kafka».

Kafka en la orilla- Haruki MurakamiKafka es realmente un chico abandonado. Su madre se fue cuando el tenía cuatro años. Se llevó a su hermana, pero a él lo dejó con su padre. Es de ese padre del que huye el quinceañero Tamura. De un padre que le echó una maldición de la que también Kafka intenta escapar. Se puede borrar de la memoria a las madres que desaparecen de la infancia de sus hijos. Se pueden poner kilómetros de distancia con los padres con los que nos condenan a vivir. Lo que no puede hacer Kafka es «expulsar los genes que se encuentran en mí. Porque para expulsarlos debería desterrarme a mí de mí mismo». Pero para huir de uno mismo no basta con huir porque uno siempre se lleva consigo. Eso Kafka aún no lo sabe cuando comienza su huida, y es que Kafka —recordemos— tiene solo quince años. Eso sí, es un chico de quince años que sabe muchas cosas, pero es un chico de quince años que tiene muchas otras que aprender.

El Kafka en la orilla del título de esta novela no es Kafka Tamura. Kafka en la orilla del mar es un cuadro. Kafka en la orilla del mar es una canción. Son un cuadro y una canción de ficción en una novela salpimentada por múltiples referencias literarias, musicales y también relativas a la cultura clásica. Pero, de algún modo, Kafka Tamura sí que es el Kafka en la orilla de ese cuadro y esa canción. Porque todo en esta novela es una metáfora. Porque, tal y como se nos dice en esta novela, «en la vida, todo es una metáfora». Ejemplo de metáfora: Kafka Tamura no se queda en la orilla. Kafka Tamura se adentra en el bosque.

«Según los conocimientos actuales, los primeros que imaginaron el concepto de laberinto fueron los antiguos mesopotámicos. Éstos les arrancaban las tripas a los animales, o, a veces, los intestinos a los seres humanos, y, según la forma que tuvieran, predecían el futuro. Sentían admiración por lo complejos que eran. Así que la forma del laberinto remite a las entrañas. Es decir, que el principio del laberinto reside en tu propio interior. Y éste se corresponde con el laberinto exterior.—Una metáfora —digo.—Exacto. Una metáfora recíproca. Lo que existe fuera de ti es una proyección de lo que existe en tu interior, lo que hay dentro de ti es una proyección de lo que existe fuera de ti. Por eso, a veces, puedes hollar el laberinto interior pisando el laberinto exterior. Aunque eso, en la mayoría de los casos, es muy peligroso.—Como Hänsel y Gretel en el interior del bosque.—Exacto. Como Hänsel y Gretel. El bosque te tiende una trampa. Y, por más precauciones que tomes, por más cosas que te ingenies, siempre vendrá un pájaro espabilado y se te comerá las migas de pan con las que has señalado el camino».

Kafka Tamura se adentra en la profundidad del bosque y en un claro del bosque comienza la historia de Satoru Nakata. Es por entonces más joven que el joven Tamura. Tiene tan solo diez años cuando va a la montaña con sus compañeros de clase y profesora en una de las habituales excursiones que realiza la escuela. Pero esa excursión no es como las demás. Sucede un hecho extraño. Un suceso que se investiga, pero que —debido a la situación política tan delicada que se vive a finales de la Segunda Guerra Mundial— es sepultado por el exceso de prudencia y el secretismo. Para los compañeros de Nakata el suceso es completamente inocuo y tan solo representa una evasión de la que no guardan recuerdo, consiguiendo reanudar sus vidas con absoluta normalidad. Nakata, en cambio, no volverá a ser el mismo. El que era un estudiante avanzado perderá la capacidad de leer, así como todo recuerdo de lo aprendido y lo vivido y la capacidad de volver a aprenderlo. A partir de ese suceso, «Nakata es como una biblioteca sin libros».

«Una persona vacía es igual que una casa deshabitada. Una casa deshabitada cuya puerta no esté cerrada con llave. Cualquier persona es libre de entrar en ella, cualquier cosa que desee hacerlo. Y eso le da mucho miedo a Nakata».

Nakata es tonto. Nakata de eso no sabe. Nakata no sabe leer, repite Nakata como un mantra en continua disculpa para aquel que lo quiera escuchar. Como podéis observar, Nakata acostumbra a hablar de sí mismo en tercera persona. Su historia comienza en ese claro con ese inexplicable suceso, pero su aventura comienza a la par que la del joven Kafka. Han pasado los años y Nakata es un sexagenario extraño pero encantador. Vive en un apartamento en el que le permite residir uno de sus hermanos para acallar así su conciencia y de una prestación pública. Además, consigue algún dinerillo extra de sus vecinos encontrando los gatos extraviados del barrio. Porque Nakata tiene mano con los felinos. El caso es que las personas en seguida se aburren hablando con Nakata, pero, oye, los gatos no se cansan. Porque, mira tú, Nakata no sabe de muchas cosas pero sí sabe hablar con los gatos. Y es que «no se trata de ser inteligente o tonto. La cuestión es si ves las cosas con tus propios ojos o no las ves».

Kafka en la orilla- Haruki Murakami

Johnnie Walker, fotografía de
Michel Curi bajo licencia CC BY 2.0

Entiendo que lo de Kafka, el cuervo, el cuadro, la canción, la orilla, el Kafka que no es pero es, … no os sonara muy allá. Entiendo que ya lo de Nakata os suene raro raro. Pero la cuestión no es cómo suene lo que os estoy contando. La cuestión es si veis las cosas con vuestros propios ojos o no las veis. Vamos, que todo esto que suena muy kafkiano en realidad es muy murakamiano. Aquellos que hayáis leído al autor japonés me entenderéis y los que no, no sé a qué estáis esperando (bueno, yo, aunque ya había leído alguno de sus relatos, he tardado lo mío, así que no soy nadie para deciros nada). La simbiosis entre realidad y fantasía es marca de la casa de Haruki Murakami, que bien sabe y muestra que «todos los objetos se encuentran en constante movimiento. La tierra, el tiempo, los conceptos, el amor, la vida, la fe, la justicia, el mal. Todas las cosas fluyen, son transitorias. Nada permanece indefinidamente en el mismo lugar ni con la misma forma». Las barreras se mueven. Los límites son difusos, tenues. En las orillas habitan las metáforas.
«El mundo fantástico son las tinieblas que hay en el interior de nuestra mente. Antes de que en el siglo XIX Freud y Jung arrojaran luz sobre todo esto con sus análisis del subconsciente, la correlación entre ambas tinieblas era, para la mayoría de personas, un hecho tan obvio que no valía la pena pararse a reflexionar sobre él. Ni siquiera era una metáfora. Y si nos remitimos a épocas anteriores, ni siquiera era una correlación. Hasta que Edison inventó la luz eléctrica, la mayor parte del mundo vivía, literalmente, envuelto en unas tinieblas tan negras como la laca. Y no existía frontera alguna entre las tinieblas físicas del exterior y las tinieblas interiores del alma, ambas se entremezclaban. Más aún, se confundían en una. De esta manera [...], los espíritus vivos eran a la vez un fenómeno fantástico y una disposición del espíritu de lo más normal, algo que estaba allí. Pensar en estas dos clases de oscuridad como algo separado era algo que, probablemente, no pudiera hacer la gente de aquella época. Pero para nosotros, que estamos en el mundo actual, las cosas son distintas. Las tinieblas del mundo exterior han desaparecido, pero las tinieblas de nuestra alma continúan inalteradas. Una gran parte de lo que llamamos yo o consciencia permanece oculta en el reino de las tinieblas, como un iceberg. Esta disociación, en algunos casos, crea en nosotros confusión y grandes contradicciones».

Los capítulos protagonizados por Kafka y por Nakata se van alternando. Como os imaginaréis, llega un punto en la novela en el que comenzamos a detectar que ambas historias están relacionadas. Los capítulos de Nakata suceden a los de Kafka. Sin embargo, si bien al principio no nos demos cuenta, es la historia de Kafka la que sigue inmediatamente a la de Nakata, aunque sea este último quien, de algún modo, vaya en pos del primero. Y es que Nakata tiene una misión. Aunque no seamos conscientes de ellos, «todos vivimos desempeñando la misión que se nos ha encomendado». Y «lo que yo me pregunto es si en verdad le es tan fácil al ser humano poder elegir algo por sí mismo», si es que acaso queremos estar en la tesitura de tener que tomar una decisión, si es que acaso queremos ser realmente libres por mucho que se nos llene la boca con la palabra libertad.

««Soy libre», me digo. Cierro los ojos y, durante unos instantes, pienso que soy libre. Pero aún no acabo de entender qué significa. En estos momentos, lo único que tengo claro es que estoy solo. Solo en una tierra desconocida. Como un explorador solitario que hubiese perdido la brújula y el mapa. ¿Consistirá en esto la libertad? Ni siquiera lo sé».

Kafka y Nakata no estarán solos en su periplo. Cual caballeros hidalgos cuentan con su Sancho Panza particular en sus respectivas aventuras. El culto y enigmático Ôshima, ayudante de la biblioteca en la que Kafka recala, será el adalid del joven cuervo. A él le debe esta novela gran parte de los maravillosos y reveladores diálogos que contiene. Será Hoshino, en cambio, el encargado de llevar a cabo la parte práctica de la misión de Nakata. En él recae mayoritariamente el peso de la comicidad que también contiene esta novela. Es un joven de escasa formación que ha ido dando tumbos a lo largo de su vida, que se siente irremediablemente atraído por la personalidad de Nakata y que vive a su lado un revelador proceso de aprendizaje personal.

«En aquella época, yo no tenía por qué pensar en nada [...]. Había bastante con ir viviendo. Sólo por el simple hecho de vivir, yo ya era alguna cosa. Era algo espontáneo. Pero, en un momento dado, dejó de ser así. Vivir me fue convirtiendo en nada. ¡Qué cosa tan extraña! La gente nacemos para vivir, ¿verdad? ¿Cómo es que yo, conforme he ido viviendo, he ido perdiendo contenido hasta convertirme en una persona vacía? Y además, de aquí en adelante, a medida que vaya viviendo posiblemente siga convirtiéndome en una persona más vacía aún, que valga menos todavía. Aquí hay un error. No puede pasar una cosa tan extraña. En alguna parte debe de poder cambiarse la dirección de la corriente».

Kafka en la orilla- Haruki Murakami

Colonel Sanders, fotografía de Roadsidepictures
bajo licencia CC BY-NC 2.0

«Tengo que retroceder, [...]. Pero no es tan sencillo. Tal vez sea más difícil todavía que avanzar», leo en Kafka en la orilla. Cambiar la dirección de la corriente, efectivamente, es harto complicado. También leo en esta novela lo siguiente: «¿La guerra nace de la ira o del miedo?» Y es que son recurrentes en ella las alusiones bélicas, así como al mundo violento en el que vivimos y a lo complicado que es escapar de esa violencia. Metáfora —las guerras— de esos otros conflictos internos que vivimos como individuos. Probablemente esa ira y ese miedo sean los mayores impedimentos para avanzar en la vida, así como para retroceder. Porque aunque sea difícil, a veces es necesario retroceder para continuar avanzando. Las huidas hacia adelante no llevan a ninguna parte. Y no hace falta ir lejos para adentrarse en el bosque porque, «pensándolo bien, el ser vivo más peligroso que se encuentra ahora en este bosque debo de ser yo. ¿No me estaré asustando, en definitiva, de mi propia sombra?»
«No lo entiendes. En ningún lugar del mundo existe una lucha que acabe con las luchas[...]. La guerra nace de la guerra misma. Se alimenta lamiendo la sangre vertida a causa de la violencia, comiendo la carne lacerada a causa de la violencia. La guerra es un ser vivo perfecto. Y tú eso tienes que saberlo».

Sucede a menudo que lo que no sabemos nos abruma más que lo que conocemos («¿Cuántos miles de cosas habrá en este mundo que desconozco? ¿Cuántas cosas en las que no he reparado jamás? Al pensar en ello, me siento terriblemente impotente. Vaya donde vaya no podré huir jamás de esta impotencia»), y que lo que más nos asusta de esa ignorancia es el desconocimiento de hasta donde alcanza nuestra responsabilidad ya no solo de nuestros actos sino también de nuestros deseos («Temes a la imaginación. Y a los sueños más aún. Temes a la responsabilidad que puede derivarse de ellos. Pero no puedes evitar dormir. Y si duermes, sueñas. Cuando estás despierto, puedes refrenar, más o menos, la imaginación. Pero los sueños no hay manera de controlarlos»).

Kafka en la orilla es una novela sobre autoconocimiento, sobre la búsqueda del sentido de la vida, sobre la reconciliación y el perdón, sobre la necesidad de tener un lugar al que pertenecer y volver (supongo que para que nos sea más fácil retroceder). Tenía muchas ganas de leer alguna novela del escritor japonés y he de decir que he disfrutado muchísimo de esta lectura, si bien también he de señalar que no me ha parecido tan perfecta como los pocos cuentos de Murakami que he leído, pero, quizás, en esa falta de perfección está la grandeza de esta novela. Como le comenta Ôshima a Kafka respecto a una pieza musical que escuchan mientras hacen un viaje en coche, «una imperfección rebosante de calidad estimula la conciencia, mantiene alerta. Si condujera escuchando la interpretación perfecta de una música perfecta, tal vez acabaría cerrando los ojos y me entrarían ganas de morir sin volver a abrirlos. Pero, al escuchar la sonata en re mayor, puedo percibir en ella las limitaciones de la vida humana. Puedo descubrir que cierto tipo de perfección sólo puede conseguirse a través de una imperfección sin límites. Y me estimula».

Son, precisamente, esos estímulos los que dan color a la vida, los que le dan sentido y la hacen cobrar significado, los que abren resquicios en esa realidad que asumimos única y sólida hacia esas otras especies de realidades alternativas o mundos paralelos que franquean esos límites difusos que tan extraordinariamente escenifica Murakami en sus narraciones con esa mezcla tan característica suya de realidad y fantasía tan. «Una revelación trasciende los límites de lo cotidiano. Y una vida sin revelaciones no es vida». Bien lo sabemos y por eso bien nos creemos todo lo que nos cuenta el japonés por extraño que pueda parecer.

«Eso sucede. Experimentamos algo y, como resultado, ocurre algo. Es una especie de reacción química. Luego nos examinamos a nosotros mismos y descubrimos que la gradación de todo lo que nos rodea ha ascendido un punto. Y que, a nuestro alrededor, el mundo se expande. Yo lo he experimentado. No sucede muy a menudo, pero a veces ocurre. Es como el amor».

Se me ocurre ahora que tal vez sean esas revelaciones, esos momentos, el amor que hemos experimentado, esa melodía que escuchamos y nos eleva, ese diálogo o reflexión que de repente encontramos en un libro y que nos habla como nadie nunca nos ha hablado, esos recuerdos que todos atesoramos (de recuerdos también se habla lo suyo esta novela), tal vez —repito— pudiera ser que todo esto constituyera el lugar propio de cada uno de nosotros, nuestro baluarte, nuestro refugio, el descanso de ese guerrero que tantas veces la vida, con su violencia inherente, nos obliga a ser. El lugar del que no huir, al que volver y el que llevar con nosotros en nuestro continuo avance.

«Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado [...]. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo parecido a las estanterías de esta biblioteca. Y nosotros, para localizar dónde se esconde algo de nuestro corazón, tenemos que ir haciendo siempre fichas catalográficas. Hay que limpiar, ventilar la habitación, cambiar el agua de los jarrones de flores. Dicho de otro modo, tú deberás vivir hasta el fin de tus días en tu propia biblioteca»

Kafka en la orilla- Haruki Murakami

Stray Cat, fotografía de Daniel Ramirez bajo licencia CC BY 2.0



Ficha del libro:
Título: Kafka en la orilla
Autor: Haruki Murakami
Traductora: Lourdes Porta Fuentes
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2006
Nº de páginas: 592
ISBN: 978-84-8310-356-2

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