Revista Cultura y Ocio
Bien, Señor, no habré sido un buen hijo, ni tendrás para mí un pedazo de cielo, pero antes de que mis faltas me manden al infierno tengo que hacer unas cuentas cosas, y en ninguna estás tú. No hay belleza ni hay amor en la sangre que voy a derramar. Habrá muerte. De la muerte tú sabes tanto como yo. Te costó lo tuyo levantar este mundo. Mi padre me leía las Escrituras. Me repitió tanto que fuese un buen hombre que acabé por no serlo solo para contrariarle. Siempre fui así, fui de los que hizo daño por salir del aburrimiento. No busqué la riqueza. No sabría qué hacer con el dinero. A lo sumo pagarme unas putas cada noche. No sé si en el infierno hay putas, pero seguro que en el cielo no hay ninguna. Se hace tarde, siempre se hace tarde para alguien, pero esta vez me ha tocado a mí. Yo soy el que tiene que aparcar el coche en la puerta de la casa, esperar a que se vayan los hijos a la escuela, bajarme sin hacer mucho ruido y llamar al timbre. Tengo que matarlos a los dos. Si me paro a pensarlo mucho, no lo haré, pero entonces lo hará otro y seré yo al que le metan una bala en la cabeza. Si no me paro mucho a pensarlo, será solo un trabajo más. Todos tus hijos venimos a este mundo a quitar de en medio a unos cuantos hijos de puta.
Nicky Ferrasolo aparcó el Plymouth Barracuda en doble fila, comprobó que la M29 estaba a punto y apagó el Chester en el cenicero. Tres minutos después, Nicky pensó en el humo. El del Chester, el de la M29 y el del boquete que abrió en el pecho de Tommy Lugano. Su mujer salió por piernas. Las tenía largas como una furcia búlgara a la que visitaba cada vez que tenía que hacer un trabajito en Chicago. Dejó de pensar en la búlgara y en el humo cuando Pontiac del 72 entró en la calle como si lo condujera el mismísimo Lucky Luciano. Un minuto más tarde, Nicky Ferrasolo estaba muerto. El Barracuda estaba en el Hudson. Lo sacaron a eso de media mañana y el revuelo hizo que todos los niñatos del puerto tuvieran charla para una semana. Nicky Ferrasolo ha muerto. Se le fue el pie con el Barracuda y se salió. Se lo tragó el río. Cosas en ese plan. Al detective Calvin Moran le tocó redactar el informe, lidiar con la prensa y hacer correr la voz de que Ferrasolo había cantado antes de irse al infierno. Porque está allí. Con todas las putas de la costa Este. Algunas, si no es uno muy escrupuloso, todavía tienen buen tipo y cabalgan bien por unos dólares. Moran era uno de esos polis pluriempleados. Se dejaba pagar bien bajo cuerda y no se quejaba de la mierda de sueldo que le proporcionaba la placa del Cuerpo.
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Nicky Ferrasolo aparcó el Plymouth Barracuda en doble fila, comprobó que la M29 estaba a punto y apagó el Chester en el cenicero. Tres minutos después, Nicky pensó en el humo. El del Chester, el de la M29 y el del boquete que abrió en el pecho de Tommy Lugano. Su mujer salió por piernas. Las tenía largas como una furcia búlgara a la que visitaba cada vez que tenía que hacer un trabajito en Chicago. Dejó de pensar en la búlgara y en el humo cuando Pontiac del 72 entró en la calle como si lo condujera el mismísimo Lucky Luciano. Un minuto más tarde, Nicky Ferrasolo estaba muerto. El Barracuda estaba en el Hudson. Lo sacaron a eso de media mañana y el revuelo hizo que todos los niñatos del puerto tuvieran charla para una semana. Nicky Ferrasolo ha muerto. Se le fue el pie con el Barracuda y se salió. Se lo tragó el río. Cosas en ese plan. Al detective Calvin Moran le tocó redactar el informe, lidiar con la prensa y hacer correr la voz de que Ferrasolo había cantado antes de irse al infierno. Porque está allí. Con todas las putas de la costa Este. Algunas, si no es uno muy escrupuloso, todavía tienen buen tipo y cabalgan bien por unos dólares. Moran era uno de esos polis pluriempleados. Se dejaba pagar bien bajo cuerda y no se quejaba de la mierda de sueldo que le proporcionaba la placa del Cuerpo.
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