Kafka parece una figura esquiva por naturaleza. Tal vez esto se debe a que su vida no podía ser menos que su obra, que a tantas interpretaciones ha dado lugar.
Franz Kafka murió el 3 de junio 1924 victima de la tuberculosis. Le faltaba un mes para cumplir 41 años. Era un perfecto desconocido para casi todo el mundo. En vida sólo había publicado dos libros, “Descripción de una lucha” y “Contemplación”, este último una breve serie de relatos que debían demasiado al suizo Robert Walser (en una de las pocas reseñas aparecidas en la época, esto es 1913, Robert Musil le criticaba precisamente eso: que se parecía demasiado a Walser). Sus novelas y el resto de sus textos vieron la luz de manera póstuma, lentamente, lo mismo que sus traducciones a otros idiomas. La época tampoco parecía la más oportuna para la difusión de la obra de un judío de Praga que escribía en alemán: la crisis de la Alemania de Weimar, el ascenso de los nazis al poder y luego la Segunda Guerra Mundial signaron la suerte de la región.
La obra de Kafka empezó a concitar interés después de la guerra. No solo por su valor literario, sino porque muchos vieron en él a una especie de profeta, que en sus textos sombríos y angustiantes había anticipado la pesadilla que se acercaba al Viejo Continente y al mundo entero. Poco a poco, comenzaron a llegar a Praga algunos estudiosos de la vida y obra del autor de “El proceso” en busca de ampliar los pocos datos que tenían sobre él.
Lo que hallaron fue ruinas. Las dos décadas largas que habían pasado desde su muerte, con la guerra y el Holocausto incluidos, obstaculizaban la reconstrucción del pasado. Las tres hermanas de Kafka habían muerto en campos de exterminio, al igual que muchos de quienes habían sido sus conocidos. El miedo y las ansias de dar vuelta la página y empezar de nuevo de la mayoría de los sobrevivientes tampoco ayudaba.
Sin embargo, algunas personas sí dijeron tener cosas que contar.
Un supuesto Kafka convertido al anarquismo
El escritor Michal Mareš nació en Teplice, hoy República Checa, una década después de Kafka: en 1893. Contó que, cuando tenía 13 años, empezó a cruzarse con Kafka a la salida de la escuela de varones, ya que este iba a buscar a su hermana Ottla a la escuela de niñas (ambas instituciones funcionaban en edificios contiguos). Mareš tardó tres años, según su propia versión, en animarse a abordar a Kafka. Y cuando lo hizo, en 1909, lo invitó a una reunión de jóvenes anarquistas, de las que Mareš era un activo participante. Siempre según Mareš, ese fue el comienzo no solo de una hermosa amistad, sino también de un duradero acercamiento de Kafka a esos círculos políticos. Solo los dejaría a un lado con el comienzo de la Gran Guerra, en 1914.
Así lo pintó a Kafka, de hecho, el propio Max Brod, el famoso amigo que le prometió quemar todas sus obras tras su muerte y que, en lugar de destruirlas, las publicó. En la novela “Stefan Rott o el año decisivo”, de 1931, Brod describió una Praga teñida de desencanto en los años previos a la Primera Guerra Mundial. En un pasaje retrató una reunión anarquista de la época:
“Dentro de otro grupo de checos, junto a la mesa del gran local, estaba sentado otro invitado alemán, muy delgado, de apariencia muy joven, aunque sin lugar a dudas ya había pasado de los treinta. No pronunció una sola palabra en toda la noche. Solo observaba con ojos acerados, brillantes, que contrastaban singularmente con un rostro moreno bajo una abundante cabellera negra como el carbón. Era el poeta Franz Kafka”.
Se conserva una postal que Kafka envió a Mareš desde Berlín en 1910. Sin embargo, en los centenares de páginas de diarios y correspondencia en los que Kakfa habla de multitud de personas de su entorno y de la Praga de su época, Mareš es mencionado apenas tres veces. Las tres, en cartas a quien entonces era su enamorada (y a quien vio en persona nada más que en dos ocasiones), Milena Jesenská, entre 1920 y 1922.
En este último año escribió Kafka:
“En efecto, he recibido una exquisita carta, que adjunto, de su amigo Mareš. Hace un par de meses, me preguntó por la calle en un repentino acceso de sensibilidad —cuando por lo demás no éramos más que unos conocidos de cruzarnos por la calle— si podría permitirse enviarme sus libros, a lo que yo, emocionado, se lo rogué. Al día siguiente recibí el libro de sus poemas con una hermosa dedicatoria: ‘Amigo de tantos años…’”
Algo no cierra. Si habían sido tan amigos durante “tantos años”, si Kafka se había convertido al anarquismo gracias a Mareš, ¿cómo puede ser que lo considerara apenas “un conocido de cruzarnos por la calle”? ¿Podía Kafka haberlo olvidado? Supongamos un Kafka amnésico, que en los últimos años de su corta vida ha olvidado a un amigo de poco tiempo atrás, pero ¿por qué no lo menciona en sus Diarios, que comenzó a escribir en 1910? ¿Por qué no dice nada tampoco de su anarquismo, que según estas versiones en esa época lo apasionaba?
Pues parece ser que nada de esto es cierto. Ni Kafka fue amigo de Mareš, ni fue un militante anarquista. Así lo afirma el investigador checo Josef Čermák, uno de los más profundos conocedores de la vida y obra del autor de La metamorfosis. Pero entonces, ¿cómo puede ser que su gran amigo Max Brod lo sitúe, en una novela, en una reunión anarquista? ¿Cómo puede ser que el museo de Kafka en Praga incluya relatos sobre el anarquismo del escritor? En apariencia, lo que hay es una cadena de errores, inexactitudes, exageraciones y deliberados inventos, a los largo de décadas, en la cual tiene vital importancia alguien no mencionado hasta aquí: Gustav Janouch.
Cuando Gustav Janouch conoció a Kafka tenía apenas 16 años. El escritor, que era compañero de trabajo de su padre en la Mutualidad de Seguros y Accidentes Laborales de Praga, ya 37. Corría el año 1920. Kafka murió cuatro años más tarde. En 1951, Janouch publicó un libro que había querido titular “Kafka me dijo”, pero que por decisión del editor se llamó “Conversaciones con Kafka“: la transcripción de ciento treinta diálogos que había mantenido con el escritor a lo largo de los cuatro años en que lo trató y se convirtió en su amigo. Fue un verdadero acontecimiento.
En 1968, Janouch publicó una versión ampliada de su libro. Añadía setenta conversaciones nuevas, pero la extensión total de esta segunda edición triplicaba la del original. Enseguida hubo quienes se hicieron preguntas. ¿Cómo podía ser que surgieran tantas y tan extensas “conversaciones nuevas” diecisiete años después del primer libro y casi medio siglo después de la muerte de Kafka? Ante la primera versión, nadie puso en duda la veracidad de lo narrado. De hecho, Max Brod y Dora Diamant, dos de las personas más cercanas al autor de “El proceso”, dijeron reconocer allí a “un auténtico Kafka”. La edición ampliada, en cambio, empezó a generar cierta desconfianza.
Conversaciones dudosas con Kafka
La historia que contó Janouch para explicar el retraso estaba llena de episodios novelescos. Según su versión, los primeros proyectos de publicación quedaron truncos ya en la década de 1920. Luego llegó la Segunda Guerra Mundial y, tras el conflicto, un periodo de varios meses en que Janouch estuvo preso y durante el cual se quemaron y perdieron algunos de sus cuadernos. Por suerte, una amiga de Janouch transcribió sus notas. Sin embargo, vaya uno a saber por qué, esta mujer —por su propia cuenta y sin decir nada a Janouch—envió el material a Max Brod, quien se había radicado en Tel Aviv. Brod tardó dos años en responder y, cuando lo hizo, devolvió a Janouch solo una parte del texto. Como Janouch (siempre según su propia versión) no conservaba ninguna copia del original, dio por perdidos los fragmentos que creía que Brod había quitado y, sin decir nada para evitar polémicas, publicó el resto. Esa fue la edición original de las “Conversaciones con Kafka“, de 1951.
Pasaron los años y, ya en la década del sesenta, Janouch realizó el gran hallazgo: una maleta perdida con los originales que faltaban. (Alguien debería escribir, si nadie lo ha hecho ya, una “Historia de las maletas con originales literarios perdidas y encontradas”.) Esto explicaba que la “mutilación” no había sido realizada por Brod sino por la amiga mecanógrafa que tantas atribuciones se había tomado y que, para 1968, cuando Janouch contó todo esto, ya estaba convenientemente muerta. Pero ¿entonces Janouch no podía mostrar esos originales reencontrados y demostrar la veracidad de su historia? Pues no. A esos originales —convenientemente— también los perdió después…
¿Qué dijo Max Brod de todo esto? Nada, porque murió en ese mismo 1968 sin llegar a ver el nuevo libro. Y como si quisiera cerrar la historia de manera redonda, en el mismo año se murió también Janouch. Sin embargo, a esta historia le quedaban algunos capítulos por escribirse.
Josef Čermák es uno de los mayores estudiosos de Kafka de la actualidad. En 2010 se convirtió en el primer checo en publicar una biografía sobre su célebre compatriota. En otro libro, de cinco años antes, titulado Franz Kafka: ficciones y mistificaciones, había indagado en las historias contadas por Michal Mareš y Gustav Janouch y llegado a la conclusión de que no están repletas de inventos.
Para Čermák, Mareš y Janouch sí conocieron a Kafka, pero no tuvieron con él un vínculo tan estrecho como, décadas después, dijeron haber tenido. Con el fin de sacar partido del gran interés que la figura del escritor generó en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial, ambos habrían aprovechado el conocimiento que tenían sobre él y decidieron exagerar o directamente inventar anécdotas, encuentros y conversaciones.
Por ejemplo, para Čermák, toda la supuesta militancia anarquista de Kafka no pasa de ser un mero invento de Mareš. Por eso Kafka no la menciona ni una sola vez en sus diarios o en sus cartas. Pero entonces ¿cómo es que el propio Max Brod lo introdujo, en una novela, en la descripción de una reunión anarquista? La respuesta la dio el propio Brod: admitió que había desconocido la supuesta participación de Kafka en actividades anarquistas hasta después de la muerte de su amigo. Čermák no duda de que ese dato tiene que habérsela dado alguien del círculo de Mareš.
Janouch, por su parte, fue —en opinión de Čermák— un oportunista. No contento con su primer gran éxito, decidió ampliarlo con ficciones nuevas, para lo cual tuvo que inventar toda una trama de originales perdidos, reencontrados y vueltos a extraviar. Čermák lo explica con un ejemplo. En la primera versión de las Conversaciones, de 1951, Kafka apenas se refería a los anarquistas como “gente entrañable y alegre”. En la segunda, aparecida después de las “revelaciones” de Michal Mareš, las menciones al anarquismo son muy extensas y numerosas. Una de ellas se produce cuando relata una anécdota infantil, según la cual la cocinera de su casa lo llamaba “Ravachol”. Ravachol fue un anarquista del siglo XIX, tan famoso por sus atentados que su nombre se había convertido en apodo en la Praga de aquellos años. Pero Kafka (para quien, según Janouch, la historia de la cocinera que lo llamaba Ravachol fue algo muy importante en su vida) no mencionó este suceso, ni el nombre de Ravachol, ni una sola vez, ni en sus diarios, ni en sus cartas.
¿Podría ser que Čermák se equivoque? Podría ser, seguro, aunque sus argumentaciones suenen verosímiles. Sin embargo, para sostener una hipótesis es mucho más contundente la existencia de pruebas que la falta de ellas (como, en este caso, la ausencia de menciones al anarquismo o a Ravachol por parte de Kafka). De hecho, el museo de Kafka en Praga reproduce en su muestra permanente la anécdota de la cocinera que lo llamaba Ravachol. Para Čermák esto no es más que un descuidado de los curadores de la exposición, un eco del involuntario pecado original de dar legitimidad a obras que no la merecían.
El caso es que Kafka parece una figura esquiva por naturaleza. Tal vez esto se debe a que su vida no podía ser menos que su obra, que a tantas interpretaciones ha dado lugar. Si Čermák tiene razón, hoy en día muchos creen que Kafka fue alguien que en realidad no fue. Y en realidad, ¿quién fue? Quién sabe. Lo mejor —creo— es que cada uno lea sus novelas y sus relatos y sus cartas y sus diarios. Eso fue Kafka. Todo lo demás no dejan de ser cuestiones secundarias más o menos fundadas.
Fuente original: Kafka y sus inventores I y II. Por Cristian Vázquez en Letras Libres.
En Algún día: Franz Kafka.
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