Kailash Satyarthi en su conferencia del pasado jueves en A Coruña / Foto: CARLOS PARDELLAS
Kailash Satyarthi es un hombre de apariencia tranquila, afable, con una media sonrisa permanentemente dibujada en la cara. Ganó el Premio Nobel de la Paz 2014 por su lucha de más de 3 décadas contra la explotación infantil pero, a pesar de la fama y la gran expectación que despierta, no vino a A Coruña para hacerse la foto. Cuando le pedí hacerme una foto con él, después de su conferencia del pasado jueves, me di cuenta de que no estaba cómodo, como sí lo había estado escasos minutos antes hablándonos de paz, de educación y de lucha por los derechos de la infancia. Satyarthi no es un simple premio Nobel, es un Gandhi, un Mandela. Me recordó mucho a Madiba por la nula hostilidad que despierta al tiempo que transmite mensajes duros sobre la cruda realidad que viven los niños en este mundo de desigualdad.
Crecer en la desigualdad, luchar contra ella
Nacido en el seno de una familia acomodada en India, Satyarthi se dio cuenta enseguida de la gran injusticia que envolvía a los pobres: “Yo nací para ir al colegio y convertirme en ingeniero, y otros niños nacieron para trabajar a costa de su infancia, salud, educación y, lo que es más importante, su libertad”. Y quiso cambiar esa realidad. En 1980 comenzó su lucha en India contra la esclavitud infantil (laboral y sexual) y el analfabetismo usando el arma implacable de la educación, “un derecho que abre el camino de todos los derechos, un poder que puede transformar el mundo”, y así consiguió liberar del abuso infantil a decenas de pueblos en India, como Rajasthan. Su premisa, apelar a la compasión que sentimos ante cualquier niño para ver a todos los niños del mundo como si fueran “nuestros propios hijos”. Porque cambiar el mundo, dice Satyarthi, es nuestra responsabilidad, está en nuestras manos.
La emoción se apoderó de todos los presentes en la sala cuando el Nobel narró la historia de Basel Khan, un esclavo en una fábrica de ladrillo en India quien, desesperado, acudió a pedirle ayuda para salvar a su hija de la esclavitud sexual: “La mujer de Basel presenció cómo el dueño de la fábrica regateaba con el proxeneta el precio de la niña”. Aunque el hombre le pidió a Satyarthi que escribiera un artículo en la revista donde trabajaba, éste quiso pasar directamente a la acción. Se dirigió a las grandes ciudades en busca de ayuda hasta que, después de varios obstáculos y más de una paliza, Kailash Satyarthi consiguió liberar de la esclavitud a todos los hijos de Khan y a un total de 36 personas. “Los niños nunca habían visto casas ni coches ni carreteras, corrían como monos saltando”, recuerda. La idea india de mukti o liberación absoluta le vino a la mente al mirar a aquellos pequeños que, por primera vez en su vida, conocían la libertad.
Su mirada se entristeció al mencionar a las niñas vendidas como esclavas sexuales en Siria e Irak, y a los niños obligados a asesinar bajo la amenaza de ser enterrados vivos. También rememoró su conversación con una madre pakistaní que había perdido a su hijo en un tiroteo en el colegio, donde 140 pequeños perdieron la vida: “Se enfadó con su hijo porque iba a llegar tarde”, explica, “le preparó la mochila para enviarlo al colegio y lo recibió en un ataúd. No le quedaba sangre debido a todas las balas que lo habían atravesado, pero la mochila y los libros estaban intactos”.
Kailash Satyarthi en la ceremonia del Premio Nobel de la Paz 2014 / Foto: Utenriksdepartementet UD (Flickr)
Menos armas y más educación
El gesto de Satyarthi se iba endureciendo a medida que explicaba todo lo que había visto y oído. Ante centenares de personas, en un acto organizado por Abanca, el Nobel de la Paz no dudó en señalar la raíz del problema: lo que invertimos en educación es insuficiente e irrisorio en comparación con el gasto militar. “Hemos fracasado. Nos estamos gastando más de 1 billón de dólares en defensa, pero no somos capaces de proteger a los niños”. Y comenzó el baile de cifras: “La inversión anual en educación en todo el mundo es de 18 mil millones de dólares”, una cifra equiparable “al gasto militar de 4,5 días”. Así, Satyarthi señaló que el reto, la responsabilidad de todos, es saber “cómo inculcar la paz en la educación” y hacerla accesible a todos los niños, ya que “la paz aporta seguridad”.
“La paz no es algo que se enseñe en Universidades ni en mezquitas ni en iglesias ni algo que se pueda negociar en las mesas diplomáticas. Es un derecho que nos otorga la naturaleza”. En este sentido, Kailash Satyarthi señaló la educación como herramienta para evitar que los menores dejen de ser fácilmente absorbidos por los fanatismos religiosos y políticos que los convierten en terroristas: “Necesitamos educación científica para evitarlo, sin educación no podemos aspirar a la paz global”. Para él la paz es uno de los cuatro pilares (las 4P) que deben preservarse, junto con las personas, el planeta y la prosperidad, todos “unidos por el nexo común de la educación”.
No faltó la crítica a la desigualdad, otro de los grandes problemas que mantienen viva la esclavitud infantil en un mundo donde el 1% de la población controla el 50% de la riqueza: “La tendencia es muy clara, pero varios estudios prueban que la educación mejorará en un 15-25% las ganancias de una persona, y esta cifra es superior en el caso de las niñas“. Así, Satyarthi apeló a la responsabilidad de varios actores, como las grandes empresas: “Hoy hay un mayor rol de las empresas en el desarrollo, pero este poder debe aprovecharse de la manera más positiva, sin dañar a las personas y contribuyendo a un mundo mejor”.
Un mensaje de esperanza
Satyarthi aseguró que “cuando empecé a trabajar contra la explotación infantil nadie me creía, no había ejemplos ni ONG”, como sí los hay ahora. Dentro de la tragedia que envuelve a los más pequeños en diversas partes del mundo, asegura que las cifras actuales invitan a una lectura esperanzadora. Por ejemplo, la cifra de trabajo infantil ha pasado de 260 millones de menores a 168 en 20 años, y 100 millones de niños han podido ser escolarizados desde entonces. Quiso destacar que, a pesar de la profunda injusticia vivida en muchos países, jóvenes en India o Yemen luchan a diario por sus derechos y contra ciertos tradicionalismos como el matrimonio concertado, lo que se traduce en pequeños pasos hacia adelante en la consecución de sus derechos básicos.
Personas como Kailash Satyarthi nos recuerdan con su ejemplo que apostar por la educación se traduce en un mundo más justo. Las cifras están encima de la mesa y la desigualdad mundial es visible en cuanto abandonamos nuestras fronteras. Y si bien las historias narradas por Kailash son duras, nos dejó un mensaje positivo: “Vuestros nietos leerán en los libros de historia que un día hubo una tragedia llamada esclavitud infantil”. Que así sea. Ningún niño en este mundo merece perderse su infancia.
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